lunes, 29 de agosto de 2011

Anotaciones gráficas de un viaje por el Norte de Italia: Milán


La contemplación del Duomo y la amplitud de la plaza sobrecoge el ánimo. La fachada es una escultura inmensa que se alza al cielo de la Lombardía.


El edificio inmenso de la estación de tren recibe a los visitantes de la ciudad entre expresiones de admiración. La magnitud de Milán y las distancias de la gran ciudad aconsejan tomar transportes públicos para moverse por ella.

La moderación de la fachada de La Scala contrasta con el gran Leonardo que parece observar el teatro desde su pedestal en mitad de la plaza. Enfrente están las arcadas de la lujosa Galleria Vittorio Emanuele II







La austeridad de la basílica de San Ambrogio.




Las calles comerciales repletas de compradores y observadores en la ciudad asociada a los más famosos diseñadores italianos.


La Vía Dante es una calle peatonal que se abre a una plaza en la que destaca el monumento dedicado a Garibaldi con el Castillo Sforzesco al fondo, haciéndole la cobertura.









El biscione o "gran culebra" es uno de los símbolos de la ciudad.



Puerta esculpida del Duomo.


Una última vista de la catedral antes del regreso.

jueves, 25 de agosto de 2011

¡ Es raro! y... Natural. Bécquer.

"Estaba loco, a los pocos días; muerto"
De aquí


¡ES RARO!
(NARRACIÓN)

Si el mismo autor prefiere “narración” a “leyenda” para titular el texto, los lectores no deberíamos cambiarlo. Aunque a primera vista la estructura narrativa del relato pudiera parecer similar a las leyendas, con un narrador que lo abre y lo cierra: el mismo autor o un yo literario proyección de su propia personalidad; en realidad, lo narrado pertenece al presente y carece del misterio y elemento fantástico de las narraciones becquerianas desarrolladas en el pasado.

El relato contiene una biografía, la típica “from rags to riches story” más una sorpresa final. El protagonista, Andrés, se rodea de sus animales favoritos: un perro y un caballo, que palian su soledad y lo hacen feliz. Sin la mujer, la felicidad no puede ser completa. Se enamora. La borrachera de amor le desborda y ella le traiciona, mata a sus otros dos amores. El mal trago de la mujer infiel le sume en el silencio de la desesperación y se deja morir.

El típico narrador becqueriano hace una introducción rápida en la que describe los personajes que recuerda de una reunión para tomar el té en casa de una amiga, en contraste con la parsimonia que se le supone al personaje que, sentado a la mesa, prepara la infusión. Una joven con perrito sin pedigrí, pero con la belleza de Ofelia, charla con un joven, pijo de aspecto y habla afectada, bajito de estatura y moreno, como cortado por el patrón hispano que te encoge con los hielos mesetarios y curtido por los aires y calores del estío. Antes de contarnos “esta historia que parece un cuento, pero no lo es”, traza en pocas palabras el esbozo o esquema con material narrativo apto para dar forma a una narración más larga.

El protagonista se llama Andrés. Su alma rebosa de cariño y sentimiento. Intactos de no haber hecho uso de ellos, por no tener con quien compartirlos. Huérfano casi al nacer, unos parientes se hicieron cargo de él. Consideraba la infancia como algo del pasado. Sentía alivio cuando algo o alguien se la recordaba. La orfandad y la obligación de ganarse el pan, le echaron al mundo bien joven. Trabajador incansable, de los que el alba de un día de cuarenta y ocho horas lo descubriría trabajando, no tardó en encontrar un empleo de magro salario, (parecido a los que no dan para vivir y que tanto abundan en este momento). Quiso la providencia que el mismo día, los gemidos de un perrito recién nacido vinieran a golpear su alma todo amor, para quererle, habitar su soledad y ausentarse de los lugares donde su presencia estorbaba.

Con la mejora de su situación económica, piensa en un caballo de compañero. Asiste a una corrida y se hace con uno de los caballos resabiados, preparados para la lidia. Andrés se siente feliz con sus dos animales en sus paseos por el camino de los carabancheles.

En vista de la holgura paulatina de su economía doméstica, se casa con Plácida, una joven aguadora que viene a llenar el hueco que aún quedaba en su corazón. Ante las sospechas de que alguien planea robarle, decide denunciar a la guardia civil. A la vuelta, alguien ha matado al perro. Ni rastro del caballo, ni de la mujer ni del criado. Desesperado, sospecha que la han secuestrado para exigirle un fuerte rescate. Se echa a los caminos en su búsqueda. A la pregunta repetida de si habían visto un hombre a caballo con una mujer a la grupa, conseguía la misma respuesta que le indicaba la dirección en la que escapaban.

A la entrada de una aldea, observa a unos paisanos listos a desollar su caballo que yacía muerto, reventado de tanto correr. Ante su pregunta, los presentes le informan de que la dama en modo alguno iba forzada, era ella la que instaba al jinete a huir: “¡ Pronto, pronto. Huyamos de estos lugares. No me veré tranquila hasta que los pierda de vista para siempre!“. Andrés lo comprende todo. Se vuelve loco, a los pocos días, muerto. Sin ninguna lesión física, pero herida de muerte el alma.

Los contertulios reaccionan con extrañeza y escepticismo. El joven cuenta el caso de su yegua, Herminia, que tropieza, se quiebra una pata y mata al jockey. Él se disgusta por las bajas, pero no hasta el extremo de la muerte. La dama del perrito refiere que ella quiere mucho a Medoro, pero que si le faltara, no llegaría a la locura. El señor que tomaba el té con parsimonia, corrobora la rareza del caso. Él mismo tuvo un duelo con un joven que se entendía con su mujer. Ahora comparten la casa y viaja con más frecuencia, no cree en las explosiones amorosas. ¡Es natural!

Observamos una cierta intención del autor de salir del pozo negro de la condición humana, de adoptar un punto de vista socialmente correcto. Por un lado, muestra su sensibilidad por los animales, concretándola en la crítica entre líneas hacia el mal uso que se hacía de los caballos en la lidia de toros bravos, característica común de los escritores románticos que incomoda a la reunión de gente acomodada. Sin embargo, sigue con su idea de poner de relieve los aspectos negativos de la mujer, como son la infidelidad y el interés (Por el interés te quiero, Andrés) ante la valoración anterior del hombre y su posterior reacción que le lleva al acabamiento y locura ante la traición. ¿ Es natural?

Este comentario pertenece al grupo de lectura que desde La Acequia dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

jueves, 18 de agosto de 2011

Habla popular de Lumbrales (92)




 
Las lanchas de piedra de las puentes que salvan El Froya descansan en el hondón de la memoria como símbolo que puebla las dos orillas de armonía salvadora. Manantial de recuerdos que fluye bajo sus ojos.


Lóbado: Enfermedad del carbunco en el ganado vacuno.
No está en el DRAE.
No está en el DCT.

Lobo: Además del animal legendario, se aplica a quien siempre está comiendo.
No está en el DRAE con esta acepción.
No está en el DCT con esta acepción.
BDE: 1050. Del latín LUPUS.

Lomba (tirarse a la): Tumbarse a la larga boca arriba. “Los segadores se tumbaban a la lomba un rato cuando acababan la surcá”.
No está en el DRAE con esta acepción.
No está en el DCT con esta acepción.
BDE: Loma (1074) y Lomba (912)

Lombardo: Lagumán, vago. “Está hecho un lombardo, tol día tumbao a la lomba sin nada de provecho que hacer”.
No está en el DRAE con esta acepción.
No está en el DCT con esta acepción.

Lombo: Lomba, altura pequeña y prolongada. El grupo mb permanece en algunas palabras
como restos del antiguo dialecto leonés. En la toponimia lumbralense aparece en varios nombres como el Lombo la Cibrera, el Lombo los Rollos (en la imagen) e incluso el Lumbo Valdesancho.
DRAE: 1. m. desus. lomo (‖ parte inferior y central de la espalda). U. en Salamanca.
DCT: Parte convexa de un monte o cerro, ya sea en la cima o en la ladera.
BDE: Aparece en 912, en 969 ya se encuentra la forma evolucionada, lomo.

Longares: Persona excesivamente alta y delgada.
No está en el DRAE.
No está en el DCT.

Longo (chorizo): Así se llaman a los chorizos hechos con las tripas más gordas y largas del marrano. Son los que mejor se curan y por lo tanto, los mejores de la matanza.
No está en el DRAE con esta acepción.
No está en el DCT

LL

Llares: Cadena gruesa sujeta a un pasador colocado a cierta altura en el tiro de la chimenea y que en el otro extremo está provista de dos ganchos, uno para acortar o alargar las llares y otro para colgar el caldero a la lumbre para calentar agua o prepararle la comida a los animales. En Lumbrales sobre todo a los cerdos.
DRAE: 1. f. Cadena de hierro, pendiente en el cañón de la chimenea, con un garabato en el extremo inferior para colgar la caldera, y a poca distancia otro para subirla o bajarla. U. m. en pl.
DCT: Cadena que, sujeta al techo del hogar, cuelga hasta la llama para sostener el perol o pote dentro del fogón.
BDE: Hacia 1500. Abreviación de cadenas de los llares; llares es forma leonesa por lares “hogar”, procedente del latín LARES “los dioses familiares”, “el hogar doméstico”.


Llevarse:
Escarearse la cara debido al frío. “Date de esta crema que tienes la cara llevá del aire”.
No está en el DRAE con esta acepción. No aparece esta acepción entre las veintitrés.
No está en el DCT.
BDE: Hacia 950. Del latín LEVARE “aliviar”, levantar”, “desembarazar”.
En la Edad Media se decía levar, presente lieva: cambiado éste en lleva, se extendió después la ll- a todo el verbo.

Llovisnear: Lloviznar. Rasgo vocálico característico del habla de la zona.
No está en el DRAE.
No está en el DCT.


M

 

Machá: Hacha común, destrala. “Coge la machá chica y vamos a cortarle al ganao”
No está en el DRAE.
No está en el DCT.







Machar:
Machacar. “Me tienes que ayudar a machar este saco de almendras, después ya te puedes ir”.
No está en el DRAE.
No está en el DCT.
BDE: 1490, de donde a macha martillo, 1438.

 

Abreviaturas utilizadas:
DRAE: Diccionario de la Real Academia Española.
DCT: Diccionario del Castellano Tradicional.
BDE: Breve diccionario etimológico de la lengua castellana. Joan Coromina.


 

La foto del Lombo los Rollos es de la página de Ricardo. 

  

lunes, 15 de agosto de 2011

El Rayo de Luna. Bécquer, el poeta puro.

"Era un rayo de luna que penetraba a intervalos por entre la verde bóveda de los árboles
cuando el viento movía las ramas".

EL RAYO DE LUNA
(LEYENDA SORIANA)

La leyenda se publicó en El Contemporáneo. Redujo el material a dos entregas, los días 12 y 13 de febrero de 1862, fiel a su idea de narrar lo esencial de las historias y dejar que sean los lectores los que llenen de contenido los silencios.

Entre la consideración que abre el relato: “yo no sé si esto es una historia que parece cuento o un cuento que parece historia” y el comentario personal a modo de conclusión: “Manrique estaba loco […]. A mí por el contrario, se me figura que lo que había hecho era recuperar el juicio.”, se encierra una verdad triste; el poeta que enloquece porque siempre llega tarde al rayo de luna que desgarra la oscuridad como una banderilla de fuego, la poesía que puebla de presencia el miedo a la soledad aunque se ame, que habita de luz la espesura de las sombras y el misterio de la noche.

GAB sitúa la acción en la Soria de la Edad Media. Admite que lo narrado puede ser ficción o realidad y que le ocurre a Manrique, un noble aficionado a la poesía. En la Leyenda plantea la obsesión del caballero solitario por la mujer esquiva y su transformación e identificación con un rayo de luna.

Manrique, como buen noble, es un hombre de armas que adorna con su afición a las letras. Ama la soledad. Necesita su silencio para imaginar su mundo. Se pasa las horas muertas ensimismado, viendo el trascurrir del agua del río bajo el puente, contemplando el crepitar de las llamas de una lumbre o sorprendiendo al lado de una sepultura “alguna palabra de la conversación de los muertos”. Poeta tan puro que considera a todas las estructuras poéticas conocidas, moldes incapaces de albergar sus pensamientos fantásticos. A veces se quedaba las noches de insomnio mirando las estrellas, imaginando bellezas a las que no podía conocer ni amar. No estaba tan loco como Don Quijote y Sancho a cuya extravagancia hacían corro las gentes y seguían los muchachos, pero encaminado a ello iba porque hablaba y gesticulaba a solas.

Los hechos ocurren en una antigua fortaleza de templarios, semiderruida, al otro lado del Duero. La hierba espesa campaba a sus anchas. Hacía tiempo que se había apoderado, había cubierto la superficie de los huertos y jardines, en otra época labrados por los laboriosos religiosos guerreros. Las enredaderas trepaban por las ruinas y los troncos de los árboles y los álamos se abrazaban en el cielo, arrojando su sombra a los caminos colmando la umbría de humedad y frescor.

A media noche y la luna en lo alto, Manrique cruza el río por el puente. Descubre a una mujer de blanco que se esconde entre el follaje al final de una alameda sombría. La sigue con la rapidez de una saeta. Se lanza como un rayo tras de ella que huye como una sombra. Desbroza el camino para avanzar. Nadie. Oye sus pasos. Ha hablado en una lengua extranjera. La sigue a la carrera, “Unas veces creyendo verla, otras pensando oírla; ya notando que las ramas por entre las cuales había desaparecido se movían, aún ahora imaginando distinguir en la arena la huella de sus breves pies […]”. Puede oler su perfume por entre la maleza. Nadie.

Sube a San Saturio. Al tender la vista observa una barca que se aleja a la luz de la luna que riela en su estela. Se precipita en dirección al puente sólo para descubrir cómo su rastro se pierde por las calles de Soria.

Desvanecida la esperanza de dar alcance a los de la barca, no cede en su intento de encontrar su morada. Dirige sus pasos hacia el barrio de San Juan, por calles oscuras, tortuosas y estrechas de profundo silencio, sólo roto por los pisotones, refregones y bufidos de los caballos inquietos en sus cuadras que lo sienten al pasar. Le detiene un rayo de luz que sale de la ventana gótica de un caserón y choca con la pared de enfrente. Manrique espera el alba junto a la ventana. Con el día, un escudero aún medio dormido abre la puerta, asaltado por las nerviosas preguntas de Manrique. La explicación del escudero de que allí vive solo don Álvaro, aún convaleciente de las heridas de la campaña contra los moros, causan el asombro de un rayo cayendo a sus pies.

A partir de ese desengaño, su vida ya no es vivir. Los pliegues del vestido blanco le asaltan como una obsesión de día y de noche: “Noche y día estoy mirando flotar delante de mis ojos aquellos pliegues de una tela diáfana y blanquísima; noche y día me están sonando aquí dentro, dentro de la cabeza, el crujido de su traje, el confuso rumor de sus ininteligibles palabras.” Su corazón le habla, le dice que la encontrará y “la gloria de poseerla excederá el trabajo de buscarla”. Azules sus ojos, negros sus cabellos para que floten en su alto talle. Voz suave como el rumor del viento en las hojas de los álamos y andar acompasado y majestuoso se la imagina. No concibe tanta identificación y amor no correspondido, por eso regresa al lugar donde la vio por vez primera dos meses más tarde.

En noche serena de luna llena, acariciada por el suave rumor de las hojas de los árboles, Manrique alcanza el claustro desierto y encamina sus pasos a la oscura alameda. Descubre el traje blanco de la mujer de sus sueños, a la que amaba como un loco. Entre temblores que crecen y aceleran sus pulsaciones descubre, al tiempo que estalla en una carcajada, que se trata de un rayo de luna que penetra como un rejón de luz por entre los árboles cuando el viento besa las ramas. Enloquece. Un escudero le propone vestirse de Don Quijote y echarse a los caminos, pero su locura es total, no admite recuperación. Sólo quiere la soledad: “Cantigas…, mujeres…, glorias…, felicidad…, mentiras todo, fantasmas vanos que formamos en nuestra imaginación y vestimos a nuestro antojo, y los amamos y corremos tras ellos, ¿para qué?, ¿para qué? Para encontrar un rayo de luna. “


Gustavo Adolfo Bécquer

Este comentario pertenece al grupo de lectura que desde La Acequia dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



jueves, 11 de agosto de 2011

Anotaciones gráficas de un viaje por el Norte de Italia: Verona



Numerosos puentes de bella factura unen las dos partes de una ciudad que se asienta a lo largo del río Adigio.




Milenarios tramos de huella y contrahuella, cómodos para el espectador, ayudan a ascender por las gradas de La Arena y tomar asiento en los mismos lugares que los ciudadanos romanos dejaron libres dos mil años atrás.



El tiempo detenido en Verona. Desde aquí los privilegiados ciudadanos del Imperio Romano contemplaban los espectáculos.


La arena lista para la temporada de ópera.


Leones egipcios de cartón piedra y rostro humano ya sólo forman parte del decorado. Esperan en el exterior su actuación en el Nabucco de Verdi.


La riqueza arquitectónica es impresionante: Teatro Romano.


William Shakespeare hizo la ciudad más inmortal al basar su Romeo y Julieta en la lucha y tragedia de dos familias veronesas.





La casa de Julieta recibe miles de visitantes diarios que quieren dejar su huella de amor en las paredes.





El trompeador de la casa de Julieta abre la puerta al amor prohibido.


En Verona hay que caminar atento; cada esquina esconde una sorpresa.


Moderno diseño italiano de precios difíciles para el paseante medio se funde con la monumentalidad de calles y plazas de esta agradable ciudad italiana.




También Dire Straits se basaron en la lucha de capuletos y montescos para dejarnos una de sus más bellas creaciones: "Dice were loaded from the start" (los dados estaban trucados desde el principio).



domingo, 7 de agosto de 2011

El Beso. Bécquer y su contrafigura

"Entraron en la ciudad hasta unos cien dragones de aquellos, altos, arrogantes y fornidos, de que todavía nos hablan con admiración nuestras abuelas".


El BESO
(LEYENDA TOLEDANA)

La acción que narra la Leyenda tiene lugar en Toledo, en un periodo de tiempo de poco más de veinticuatro horas. El relato transcurre al ritmo de las campanadas de la campana gorda de la catedral de la ciudad ocupada por las fuerzas francesas. GAB llena de sonidos la transición a la noche: “ La noche había cerrado sombría y amenazadora. El cielo estaba cubierto de nubes de color de plomo. El aire, que zumbaba encarcelado en las estrechas y retorcidas calles, agitaba la moribunda luz del farolillo de los retablos o hacía girar con un chirrido agudo las veletas de hierro de las torres.”

Aunque la ocupación francesa y la lucha de los patriotas por la liberación sean tan sólo el fondo del relato, GAB no pierde ocasión de atacar al invasor al mencionar la agresión a los monumentos y los destrozos que realizan en las obras de arte.

Los franceses, efectivamente, habían ocupado los conventos, las casas más nobles e incluso las iglesias para alojarse en Toledo. A una hora bastante avanzada, los cascos bien herrados de los caballos de un centenar de dragones sacan chispas en el empedrado a medida que ascienden por las calles empinadas que desde La Puerta del Sol los lleva a la plaza del Zocodover. Llegan tan arrogantes y atractivos como cuentan las abuelas, el agotamiento de catorce leguas de camino no parece hacer mella en su apuesta figura. No había pasado media hora y ya el sueño había concluido su trabajo, ganando para su causa tanto a jinetes como monturas, acomodados y revueltos ambos sobre el enlosado de una iglesia.

Toledo era un poblachón destartalado y ruinoso para los que no sabían apreciar el arte. Los soldados franceses no debían destacar por su finura en vista de los destrozos y vandalismo con que se asimilaba su presencia. En la pequeña ciudad imperial primada no se hablaba de otra cosa que no fuera la llegada de los dragones. En el Zocodover se echaba de menos al oficial recién llegado. Cuando el bizarro capitán aparece por la plaza, comenta que no ha podido dormir por la noche; sin embargo, el insomnio es menor en compañía de una mujer. El sonido de una campana y una mujer arrodillada le habían desvelado a pesar del cansancio de las catorce leguas. Cuando el capitán les cuenta a los reunidos que ella es sorda, ciega y muda, los compañeros de armas ya han estallado en carcajadas. Uno de ellos le ofrece un harén de ellas de la iglesia de San Juan de los Reyes, dañada en la guerra. El oficial responde que la suya es castellana de pura cepa, que siente celos de la estatua compañera y que no la ha hecho “cien ciñascos” por no ser tomado por loco. Se citan para observarla esa misma noche y celebrarlo con auténtico champán traído de Francia.

Una docena de oficiales parten desde el Zocodover en dirección a la iglesia. Para paliar el frío, encienden una lumbre con leña extraída de la sillería del coro. El capitán de dragones les muestra la dama de sus pensamientos. Ellos se quedan turulatos ante tanta belleza. Se trata de doña Elvira de Castañeda, esposa de un guerrero que peleó en Ceriñola con el Gran Capitán. Bebido el champán; el capitán en silencio, incapaz de articular palabra, sin apartar los ojos de Elvira que parece cobrar vida y ruborizarse por el espectáculo sacrílego. Le ofrecen brindar y lo hace por el Emperador y las armas que le han permitido venir y cortejar a la mujer de un grande de España. Lejos de ver en el marido a un rival, lo considera como un ejemplo de mansedumbre. Le arroja una copa de vino, haciendo caso omiso a las advertencias de los demás sobre las consecuencias que pueden traer la provocación y las bromas a la gente de piedra.

Las estatuas para él no son masas informes de piedra inerte. El artista les insufla el hálito de vida que él puede sentir cuando bebe. Confiesa que las prefiere a las de carne y hueso, fuente y origen de miseria y podredumbre. Él ha sentido cómo le quemaban los besos de las mujeres materiales, volcán de lava. Necesita ahora del beso de nieve, beber del hielo que apague el infierno. Cuando se dirige a hacer suyo el deseo: besar el alabastro, cae desplomado con sangre que mana a borbotones de ojos y boca como consecuencia de la espantosa bofetada que le propina el guerrero blanco del frío.

Es destacable la típica adjetivación becqueriana; en este caso, agrupación de cuatro adjetivos en la descripción de la ciudad: “la ciudad de Toledo no era más que un poblachón destartalado, antiguo, ruinoso e insufrible” algo que no encontramos en su poesía. Asimismo, la repetición de la misma estructura de relativo en el mismo párrafo, dándole forma a una prosa sumamente elegante, repleta de sonidos, mientras los soldades descansan: “A la media hora sólo se oían los ahogados gemidos del aire que entraban por las rotas vidrieras de las ojivas del templo, el atolondrado revolotear de las aves nocturnas que tenían sus nidos en el dosel de piedra de las esculturas de los muros y el alternado rumor de los pasos del vigilante que se paseaba, envuelto en los anchos pliegues de su capote, a lo largo del pórtico”. O el indudable atractivo rítmico que representa para el lector el uso repetido de la estructura, determinante demostrativo más tres adjetivos que lo definen: “Unos cien dragones de aquellos, altos, arrogantes, y fornidos”. Lo volvemos a encontrar en: “Una mujer blanca, hermosa y fría como esa mujer de piedra que parece incitarme”.

GAB se recrea de nuevo en la elección del tema insólito para armar su relato. En El Beso nos encontramos con la mujer considerada como espíritu del mal, su belleza significa la perdición del hombre y le lleva a su muerte. Bien diferente de la mujer que encontramos en La Rosa de Pasión, que se sacrifica por su amor. Con la pulcritud en la expresión que le caracteriza, el autor da forma a una mujer volátil e inaccesible, envuelta en un halo de misterio medieval y fría como el mármol del que está hecha, pero por ello mismo, más atractiva para el hombre arrogante que es víctima del amor imposible. Hay quien dice que GAB dotó a su personaje protagonista con alguna de sus secretas aspiraciones; la dama imposible simboliza la inalcanzable perfección poética que le entretiene y a la que aspira.


"La mía es una verdadera dama castellana que, por un milagro de la escultura, parece que no la hayan enterrado en su sepulcro"

Este comentario pertenece al grupo de lectura que desde La Acequia dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

jueves, 4 de agosto de 2011

Anotaciones gráficas de un viaje por el Norte de Italia: Venecia

Desde Brescia, donde estábamos alojados, nos desplazamos en tren hasta diferentes ciudades del Norte de Italia. En Venecia nada parece haber cambiado desde el S XVIII de Canaletto.

El Orient Express acababa de llegar a la estación.

Venecia tiene máscaras.

El camión de la basura va por agua.

Continuas sucesiones de edificios civiles y religiosos de extraordinario relieve, que orillan calles repletas de turistas, se mezclan en la ciudad de los canales.

La Plaza de San Marcos recibe los enjambres de paseantes que en oleadas remansan entre el espectacular bosque de piedra.




El Gran Canal es la arteria principal de la ciudad, de ella parten calles secundarias que la recorren, flanqueadas por nobles edificaciones que hunden sus cimientos entre la humedad de los canales.


Un león manso, símbolo de la ciudad y familiarizado con tanto visitante, anima al recién llegado a llamar, pasar al interior, recorrerla y ser testigo del trabajo del hombre por ennoblecer su morada en medio de la humedad de unos edificios varias veces centenarios.

A nadie se le oculta que Venecia vive de los trece millones de turistas anuales que la visitan. A él se entrega quizás como única posibilidad de mantener a flote una estructura de supervivencia costosa.