lunes, 25 de febrero de 2013

Sentaíllo en una piedra

 


 "Más lejos se extendia el paisaje árido y sus lomas calvas, amarillentas"

 Benjamín Palencia


Mala Hierba. Pío Baroja (4) 

De repente se hace de día en Madrid (fallo de continuidad en la narración –qué tiquismiquis me he vuelto-), salen de la estación del Norte. Manuel se muestra decidido a seguir los consejos de Roberto: hay que aprender un oficio, especializarse en algo para poder trabajar, lo mismo que le repetimos a distintos alumnos de épocas diferentes como un disco rayao. Como no debían abundar las escuelas de formación profesional tiene que “entrar de aprendiz sin ganar nada”. De nuevo rodando por el valle de lágrimas. De la mano de Roberto visitan a Sandoval, un periodista de mediana edad, rechoncho, perezoso como un turco (de nada se priva el autor). Vive en la calle del Pez, entre la cochambre, en medio del desorden. Les escribe una carta de recomendación para una imprenta regida por un cojo malencarao, más malo que la carne el pescuezo, que cocea al hablar y ensarta jaculatorias y rosarios de blasfemias, pero en el fondo tiene buen corazón. Al segundo día, cuando comprueba que Manuel es espabilado y aprende rápido el trabajo, le ofrece un jornal y alojamiento en la imprenta. Jesús es aquí quien hace del buen samaritano que le da de comer. Tampoco falta un judío “flaco y muy moreno, con barba negrísima, que trabajaba con una rapidez asombrosa” al que da guerra y no cesa de tomarle el pelo. 

Sánchez Gómez, el cojo, es jefe y obrero a la vez. De su imprenta salen nueve publicaciones diarias. Sabe nadar y guardar la ropa, más listo que el hambre. Es un ejemplo de diversidad. Igual hermana el individualismo con el colectivismo, que le falta al gobierno y a los curas o defiende la iglesia, ese arca santa, guardián de las esencias patrias o ejerce de conservador impenitente. 


 "Manuel siguió en su tarea de distribución de letras, y Jesús y Yaco en la de componer"


Entre los redactores de Los Debates destaca Ernesto Langairiños, ”Nombre dulce y sonoro, algo así como una brisa fresca una tarde de verano. ¡Langairiños! Un sueño”. Otro antiguo residente de la pensión de doña Casiana: un Bayardo de la gimnasia. Le llaman El Superhombre porque siempre está hablando del superhombre de Nietzsche, siempre próximo a llegar como el mesías deseado. Sus aires de superioridad y de distinción compensan la mala impresión que ofrece su aspecto desarrapado. Su estilo literario es irónico y dislacerante, lacónico como un ser o no ser shakesperiano. 

Sampayo es el propietario del periódico. Varias veces gobernador. Con la colaboración de su media naranja, una mujer de bandera, puede conseguir cualquier cosa del ministro. “En los Gobiernos civiles por donde pasó el matrimonio no quedaron ni los clavos”. Paga poco, tarde, mal y nunca a los redactores González Parla y Fresneda  que se sostiene en pie de milagro, siempre con pelos de hambre. 

La única vez que Fresneda osó levantarle la voz a su jefe fue cuando el hambre apretaba, cuando éste le dio largas, le prometió recomendarle al ministro en lugar de pagarle un salario digno, explotó: “Para morirse de hambre, señor Sampayo, no se necesitan recomendaciones”. El inesperado rabotazo del redactor se oyó en todo Madrid. 

En primavera Manuel ha aprendido a componer líneas con facilidad. El ascenso de categoría laboral lleva aparejado un aumento de jornal que le negocia Jesús con el jefe. La cantidad le da para cambiar de aposento. Jesús le lleva al parador de Santa Casilda, un caserón con tres patios en el que alquila un cuartucho sin puerta, una silla de paja rota y una cama. Por la ventana se extiende el paisaje árido, y sus lomas calvas, amarillentas, se escalonan hasta perderse en el horizonte. Enfrente sobresale el cerrillo de los Ángeles, con su ermita en la punta. 


 "Dos hermanas muy golfas, muy zarrapastrosas, pintadas, chillonas, embusteras, liosas, pero alegres como cabras"

Dermarche gitane. Anglada Camarasa. 1902

El autor se extiende en describir la miseria que campea en el caserón, como antes había hecho con la corrala del Tío Rilo. Ahora más focalizada en personajes concretos, la miseria moral de sus vecinos de habitáculo. Un carpintero que se emborracha y maltrata a su hija. Manuel se encara con la madre y se la tiene que envainar con el padre de “aspecto feroz, un entrecejo abultado y el cuello de toro”. El propio Jesús que parecía un nazareno de pura buena persona que era, se da a la bebida y se nos revela como una mala pécora de puertas para adentro. Vive amontonado con la Sinfo, la hermana agraciada, y entre los dos dan mala vida a La Fea. Manuel, que es también huérfano, discute con Jesús porque no respeta a su familia. Dos gitanos viejos, “muy zaragateros y muy ladrones”, tienen dos hijas. Una de ellas ciega que baila y canta flamenco. 


 "En su narración, Prim, el señor Juan Prim -como decía él- tomaba dimensiones épicas". 
 "El General Prim atravesando las trincheras del campamento de Tetuán”

Con Jacob hay un evidente acercamiento por parte del autor. Tiene un padre que cuenta batallas y admira las hazañas del General Prim en África. Le hace gracia su acento de castellano antiguo. Para compensar que antes lo había definido como “avaro y sórdido hasta perderse de vista”, ahora “habla lleno de imágenes” y sabe imitar el graznido de los cuervos que se reúnen en bandadas numerosas los días de mercado. Sabe tocar un guitarrillo de tres cuerdas que acompaña a las canciones árabes de su Fez natal. 

Pío Baroja en sus relatos recrea en miniatura el acaecer diario de la sociedad con las  vicisitudes que sus gentes sufren en su trajín diario para sobrevivir. Es curiosa su forma de exponer evidencias de una manera tan objetiva que llega incluso a la crueldad porque así es la realidad. Indiferente a la incomodidad que ello le pueda reportar en su mundo. Sin embargo,  bien sabe él dónde están los límites.  Su manera de concebir la literatura apasiona porque junto a las vueltas y revueltas de sus personajes deja plasmado el sentir del pueblo llano. Siempre atento a dar y quitar. Un ejercicio constante de ten con ten donde nunca falta una mezcla de lo nuevo con lo viejo, fascinación por la modernidad y respeto a la tradición. En definitiva, que como todo gran novelista que se precie, nos introduce en su relato para vivirlo,  disfrutarlo y emocionarnos. 





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

miércoles, 20 de febrero de 2013

Tren azul






"El supuso que se podría convertir aquel trozo de tierra, seco y lleno de plantas viciosas, en un vergel. Se puso a trabajar con fe."

 Piornos en flor. 1951. Óleo sobre lienzo. 65 x 81 cm. Museo de Bellas Artes de Bilbao. 




Mala hierba. Pío Baroja (3) 

Kate vuelve a casa por Navidad. La hija de la Baronesa y del marido flamenco reconoce a Manuel nada más verlo, él se siente halagado. Su presencia cambia las costumbres de la casa. La madre se modera sobre todo en sus salidas nocturnas. 

El día de Año Nuevo Manuel acompaña a Kate y a su madre al teatro. A la salida observa que Roberto los sigue. Al día siguiente le da una carta para que se la entregue a Kate. Manuel hace de confidente y de cartero. Piensa que el amor es una cosa extraña porque es testigo de cómo ella escucha embelesada, con el corazón en un puño y el alma en un hilo, cualquier cosa que Roberto dice. Cuando la Nena regresa al colegio, se restauran las malas, las viejas costumbres de la casa. Se restablece el desorden habitual. 

En la calle Ancha asisten a una reunión en casa de la Coronela, una amiga cubana que conoció en La Habana de sargenta. Tiene una amiga que se llama Lulú que recita de mala manera unos poemas modernistas y les baila un tango con bisagra incluida, que es la parte científica fundamental del tango. Mingote es quien le enseña la gracia de los movimientos. Su padre se muestra quejoso de que le hayan recortado la pensión de ochenta a setenta duros mensuales. Por eso las hijas se tienen que dedicar al baile, las artes escénicas y todo lo demás… 


"El público, efectivamente, pedía bisagra, y que un poco más o menos de zarandeo era cosa de material"

 El tango de la corona

Se juega cuando aparecen los crupieres de gesto severo y rigidez de autómata. Aquello se puebla de gente de la más extraña apariencia. Un desfile de los representantes más genuinos de las artes del engaño. Chanchulleros procesados por fechorías cometidas en las últimas colonias de Cuba y Filipinas. Políticos de gabela súbitamente enriquecidos. Estafadores y timadores enfermos de enriquecimiento súbito por saqueo masivo de las arcas públicas. Qué manera tan fina de definir lo que cualquier castizo llamaría “casaputas”: “Tomaba aquello un aspecto mixto de mancebía lujosa y garito elegante. No reinaba el silencio angustioso de las casas de juego, ni la greguería alborotadora de un burdel: se jugaba y se amaba discretamente. Como decía la coronela, era una reunión muy modernista”. 

Horacio es un tipo peculiar con ideas propias. Vive “encenagado en los pantanosos campos de la sociología y de la antropología”. Explica la degeneración de la raza hispana por la escasez de lluvia. No hay más que comparar un esbelto rubio de ojos azules norteño con el prototipo bereber moreno, bajito y peludo de los países del mediodía. Está en posesión de una teoría personal cogida por los pelos. Explica el hambre como producto del analfabetismo; la agresividad hispana, por los trece millones que no saben leer ni escribir. Según su manera de ver las cosas, mientras unos emplean el tiempo en entender y en discurrir la lectura y la escritura; otros lo usan en dar salida a sus instintos fieros. Como consecuencia,  crece el crimen y el apetito aumenta, resultando con ello un aumento de consumo de pan y de su precio por avalancha de demanda. 

Como era de esperar, el dinero del harinero, don Sergio, se escurrió pronto en la harina de la manirrota Baronesa. El primo Horacio, que había entrado de puntillas en la casa, termina por quedarse después de cenar; eso significa otra boca más que alimentar, al tiempo que es la causa del corte de envíos del harinero. La merma de ingresos obliga al grupo a mudarse de planeta, a la calle del Avemaría, pero el desbarajuste que reina en el nuevo alojamiento fuerza a la Baronesa a empeñar hasta los muebles. Don Sergio respira por la herida de Horacio. Éste se hace el sajón y abandona la casa. Don Sergio exige control de gastos, método y régimen para seguir sufragando.


"Los entretenimientos de Kate eran más tranquilos y pacíficos [...} sabía embellecerlo todo" 

Bodegón y paisaje tras de la ventana. 1968. 


La Baronesa decide alquilar una casa en Cogolludo para huir de las tentaciones de Madrid. Chucha se va con un sajón que siente la nostalgia del cocotero. Quince días de trabajos forzados de Manuel y la Baronesa tarda la casa en dar la cara, los mismos quince en tener a Kate entre ellos. Manuel trabaja en serio por primera vez en su vida para dejarlo todo a un andar, presentable. Se bate el cobre con los yerbajos del corral. Se bate en retirada con los nidos de avispas. Prepara un trozo de huerta a fuerza de ímprobos esfuerzos y sudores. Siembra, pero al mes lo da por perdido porque no le nace nada más que unos geranios y ajos que planta una criada. Kate pone unos tiestos que prosperan y acoge a un gato abandonado. Sin embargo,  nada se nos dice de los tres perros de la casa madrileña. Don Pío se debió olvidar de su existencia. 



La estancia en Cogolludo dura lo que tarda el calcáreo en aburrirse de soltar la gallina, cuando ésta se cansa de cantar, sucede el deshaucio, el desalojo por falto pago. Regresan a Madrid. Malviven. La Baronesa y Kate cogen un tren cuajado de emigrantes rumbo a Flandes. Como ya vamos conociendo que el autor sabe que el latín sirve para llamar egabrenses a los naturales de Cabra, sospechamos que tras la imagen de la llegada del tren retemblando a la estación está su fascinación por la modernidad, que tras estos párrafos habrá un giro en el relato, de la misma forma que lo había con los atardeceres rojos de la novela anterior de la trilogía: “Oyeron de pronto a lo lejos los silbidos agudos de un tren, aparecieron las linternas roja y blanca de la locomotora, fueron agrandándose en la oscuridad rápidamente, retembló la tierra, pasó la fila de vagones rechinando con una algarabía infernal, surgió una bocanada de humo blanco con incandescencias luminosas, cayó un diluvio de chispas al suelo y el tren huyó y quedaron tres farolillos rojos y uno verde danzando en la oscuridad de la noche, hasta que se escabulleron en seguida en las sombras”. 

De nuevo el hombro de Roberto, su ángel de la guarda particular, aparece en la estación para enjugar sus lágrimas de tristeza y soledad.


"El tren 
sube a mi tren azul 
su dulce chimenea te puede dar 
algo que hace tiempo buscas tú"
 R. Mercado; J.C. Molina





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
     
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miércoles, 13 de febrero de 2013

Rueda lo mismito que una maldición


"-Es huérfano -saltó diciendo Mingote-. Libre como el pájaro en la selva; libre para cantar y para morirse de hambre."


El hombre de la gorra. La Coruña, 1895 Óleo sobre lienzo, 72 x50 cm
Picasso


Mala hierba. Pío Baroja (2) 

Manuel regresa a la guardilla de Alex, pero la carta de despido que trae consigo no es la mejor carta de presentación para la vuelta. El regreso ya no es en las mismas condiciones, Alex no le permite quedarse más tiempo. Ya se sabe lo que dice el castizo chascarrillo y popular referido al huésped y al pescado. Para la agrupación de botarates que ni cultivan huerta propia ni riegan la ajena, Bernardo Santín es un filósofo de la escuela de Cándido, Roberto es el ídolo, el modelo a seguir porque le revela los clisés y le retoca la mujer. Para algo son las amistades, don Servando le recomienda a don Bonifacio Mingote, un vecino que vive en el tercero del mismo edificio. Don Bonifacio es agente de colocaciones, una especie de oficina de empleo y publicidad de la época, pero de poca monta porque coloca tan poco que no ha sido capaz de colocarse a sí mismo. El señor Mingote engola la voz, se pone solemne y campanudo al hablar. Es de esos hombres verdaderamente grandes que desprecian las cosas verdaderamente pequeñas. Don Bonifacio Mingote se las tiene juradas al miserable galápago, murciélago alevoso de don Pelayo de La Benefactora por copión. Se cuestiona molesto, como si se tratara de un Ramoncín cualquiera,  dirigente de la SGAE de hace más de cien años: “¿Qué se puede esperar de un país donde no se respeta la propiedad intelectual, no la más santa, pero sí la única legítima de todas las propiedades?”.  







A decir de don Bonifacio Mingote, Manuel es “el hombre de la suerte lisa”, rueda de mano en mano como la falsa moneda que nadie se la queda. Así reza la copla y de esa forma rueda de Roberto a Santín y a Mingote pasando por don Servando antes de recalar en casa de La Baronesa, que como Madrid es un pañuelo, resulta ser una antigua conocida de la fonda de doña Casiana. Don Pío Baroja encadena personajes, recupera el musgo que se desprende de este canto rodante para vestir a los personajes con los que se roza de ropajes tan celebrados por lectores, autores y críticos posteriores. 

Manuel vive encantado en casa de la Baronesa. No tiene casi nada que hacer. Poco trabajo y poca comida. Su obligación de atender los tres perros de la casa y a la criada cubana que también se llama Chucha, le deja tiempo suficiente para fumar y leer los folletones por fascículos que ella le presta. Sólo los primeros días echa de menos la vida junto a los bohemios. Chucha le cuenta la vida de su amita. La Baronesa no tiene un amplio curriculum de viuda de un flamenco de Flandes al que conoce en un barco a la tierna edad de dieciocho. El calor del trópico funde los hielos del norte de Europa, se casan y tienen una hija. Pero los instintos levantiscos de la viuda cubana se despiertan al regresar a Madrid con su hija. Sergio Redondo, un acaudalado comerciante de harinas, la pretende. Ella se resiste, no acepta el amancebamiento de primeras, pero no le pone mala cara a la protección. Entre Mingote y Peñalar, que hace de maestro pedagogo, a ratos evangélico y a ratos sublime, tangan al implacable pajarraco de mala catadura que le revienta el campo y los charlatanes. Cuando Manuel y Peñalar salen de la entrevista con don Sergio con la sonrisa de todo el martirologio en los labios, ya saben que tienen al harinero en el bote. 




"La baronesa de Aynant, Paquita Figueroa, era una mujer original. Su padre, rico señor cubano, la envió a los dieciocho años, acompañada de una tía, a que conociera Europa". 


Mujer con perro debajo de un árbol. Picasso

Los historiógrafos madrileños más aventajados dejaron escrito para los anales de la historia que el conocimiento entre don Bonifacio Mingote y la Baronesa de Aynant era reciente. Los registros no recogen nada más allá de dos años para atrás. Su relación comienza por un asunto profesional de préstamo. Y gracias a ello el autor deja para la historia de la literatura la descripción del bimano, fenómeno de circo, asombro de zoólogos, genio de la lámpara y embaucador de truhanes, don Bonifacio Mingote, con una mirada con tanta fuerza al pasado y al futuro que tiene una novela dentro aún por contar. Excepto persona decente, político y pirata de internet había ejercido de: “prestamista, policía, jefe de clac, zurupeto de la bolsa, agente de quintas, curial, revendedor y gancho...”. Bien adobado y adornado con una porción de cualidades todas negativas. Peor que el Bizco que era más malo que un dolor: “Maestro en todas las artes del engaño, ingrato, procaz, cobarde con los valientes, valiente con los cobardes, petulante y vanidoso como pocos, amigo de atribuirse las heroicidades y los méritos ajenos y de repartir entre los demás los defectos propios”. Está dotado de un ingenio de amplio espectro, sin límite. Igual embauca a los amigos de la dinamita, que tiene éxito con las mujeres. Como se conoce que las jóvenes ya lo debían de tener calado, se especializa en la ancianidad, las hechiza tan rápido como un encantador de serpientes. A la semana ya les pide dinero. Si acaso le queda algo que aprender, es engatusar a los varones. Pero para eso ya está la Baronesa que en la primera visita del calcáreo don Sergio, le saca mil pesetas y en la segunda dos billetes de cincuenta. No saben guardar para mañana y ya tenemos a la troupe de las cubanas más Manuel alojados en el centro neurálgico de Madrid, que no es lo mismo que el geográfico, nada menos que al pie de la realeza en plena Plaza de Oriente. Real sitio para dejarlos hasta la próxima semana.

"Vete, mujer mala, vete de mi vera, 
rueda lo mismito que la maldición, 
que un día me permita que el gache que quieras 
pague tus quereres, tus quereres pague 
con mala traición". 
Ramón Perelló



 

 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

jueves, 7 de febrero de 2013

A lo que salga




"Los conciliábulos en el estudio de Alex se conoce que no bastaban a los bohemios, porque de noche volvían a reunirse en el Café de Lisboa"
La Tertulia del Café Pombo. 1920. Gutiérrez Solana



Mala hierba. Pío Baroja (1) 

Dos gigantes de barro rendidos por el cansancio ocupan la parte central de un cuarto trastero de techo bajo. La luz de la estancia es abundante porque el cuarto está en una guardilla y procede de un gran ventanal que da a un patio interior luminoso. Aquí vive Roberto y trabaja Alex, un escultor de escaso talento, pero que con todo y con eso quiere moldear un pensador de Rodin. 

 Manuel viste ropa de segunda mano, heredada del marido bombero de su hermana mayor. Lamenta que en lugar de consejos sobre la bondad del trabajo y la ropa vieja, no le haya dado mejor unos cuartos para gastar. Decidido a cambiar el rumbo de su vida, se propone encontrar a Roberto. Piensa que es el único que puede ayudarle a pasar a limpio la niebla espesa que emborrona su horizonte. Roberto traduce, escribe, da clases de idiomas para ganarse el sustento; además, sigue enfrascado en su investigación y reclamación, si procediera, de la herencia de un antepasado suyo. Hace de buen samaritano y le da a Manuel la única peseta que tiene para que pueda quitar el hambre con la comida del camino que se guarda en las alforjas: un rescaño de pan y un cacho de queso. Alex le ofrece más inmovilidad, que sea su modelo. Como Manuel está a lo que salga, que consiste en entretener el tiempo, dejar pasar las horas sin actividad propia, no hacer nada hasta que el hambre apriete; por eso tiene suerte y se muestra agradecido de que haya alguien que le proporcione manutención y alojamiento cuando más lo necesita. 

"Siéntate en esa caja. Así. Ahora apoya la cabeza en la mano"
 El pensador. 1880.  Rodin

Una porción de personajes sin oficio ni beneficio, un imperio de botarates que se dedican a quitarse la palabra unos a otros aparecen en la guardilla del escultor por las tardes. Son expertos en el arte de crucificar al prójimo. A falta de caja tonta, hacen las veces de bustos parlantes, vociferantes personajillos opinadores de todo, que mantienen a diario pegados al eskay de los sofás a millones de desocupados espectadores.”Parecían árbitros de la opinión, juzgadores y sentenciadores de todo”. Pasaban hambre, pero llevaban vida de millonarios futbolistas. 

Manuel descubre en la guardilla del escultor dos formas de entender la vida: Roberto trabaja de sol a sol y de su actividad dependen su madre y dos hermanas a las que manda treinta duros al mes para su sustento. Para Alex sus esculturas debían ser imágenes o símbolos; es decir, mostrar lo que no se puede ver a simple vista, pero a decir de Roberto no sabía rematar sus esculturas, además de habilidad y talento, le faltaba constancia y sacrificio para culminar las ideas que tenía en mente. Pero no carecía de autoestima, pensaba que la escultura retrocedería cien años si la gente no le entendía. Roberto no deja de aconsejarle: “buscar, preguntar, correr, trotar; algo encontrarás”. 



"Sentían la necesidad de hablar mal uno de otros [...] al mismo tiempo necesitaban verse y hablarse"
 Valle Inclán. Castelao

A veces, entre los jóvenes de mordacidad venenosa, aparecía por el conventículo de la guardilla de Alejo Monzón una flor en mitad del muladar, una figura sin vanidad literaria, “o si la tenía, era tan honda, tan subterránea, que no se le notaba”. Don Servando Arzubieta era un rara avis, un literato que dejaba el yomimeconmigo a la puerta de la tertulia y que suele acompañar a todo aquel que escribe y quiere que lo lean ¿Por qué si no se escribe? Ya se sabe que mientras los hay que no están satisfechos con millones de lectores, para otros unas docenas de seguidores son suficientes para sentirse orgulloso de lo escrito. Don Servando terciaba en las conversaciones, ponía cordura entre aquellos que se mostraban exaltados: nunca faltan iluminados que se creen ungidos por la inefabilidad vaticana. Como no tenían bastante con el conciliábulo vespertino, quedaban para juntarse de nuevo en el Café Lisboa. Manuel se une a ellos, pero no habla, solamente observa. 

 Roberto hace las veces del padre que Manuel apenas tuvo. Le amonesta porque no le gusta que se junte con los bohemios; puede que tengan talento, pero sólo con eso se llega cerca. Lo que les puede salvar es el “trabajo diario, constante”. “Muévete, actívate” – le aconseja-. No hacer nada, ser el modelo inmóvil de un escultor va contra su concepto vital. “Si no haces, deshaces” - le alecciona con severa autoridad paterna -. 


 "Manuel y Bernardo fueron varias mañanas al Rastro y compraron fotografías de actrices hechas en París por Reutlinger"

Manuel sigue con su particular indolencia, como quien oye llover, sin buscar, ni hacer nada útil; modelo de Alex y criado de los contertulios bohemios. Le molesta que Roberto esté tan encima de él y que le dé esos consejos tan metafísicos. El pintor, Bernardo Santín, que de santo no tiene más que el nombre –como veremos- y asistente más joven de la reunión, desaparece un día de la tertulia porque se ha echado una novia polaca, que tiene que ser de Polonia porque se llama Esther Volowitch y es rubia. La envidia corroe a los bohemios.  

Roberto sigue con sus días repletos de actividad, tiempo tasado al minuto. Cumple con puntualidad de reloj suizo su hoja de ruta diaria que comienza con la traducción de diez páginas. Un día Bernardo se presenta en casa temprano, le interrumpe cuando va por la página ocho para comunicarle que se quiere casar, para pedirle consejo sobre un estudio de fotografía que quiere montar y que le escriba un par de cartas a Alemania para encargar las cámaras. Le propone a Manuel, que ni da ni toma ni nada de nada, ir de ayudante a la tienda. Antes de aceptar le pide permiso a su amo, en una conversación que delata su falta de iniciativa propia, como si fuera el perrito fiel que no muerde la mano de quien le da de comer: 

“-Manuel. 
-¿Qué? 
-Estabas despierto, ¿eh? 
-Sí, señor. 
-Pues si quieres, ya sabes. Ahí tienes un oficio que aprender. 
-Iré, si le parece a usted bien. 
-Lo que tú quieras.” 




"En noviembre se celebró la boda en la iglesia de Chamberí"
 Los novios. 1955. Antonio López

Manuel se tira una semana subido en una escalera emplomando cristales de una galería. El padre de Bernardo cocina para los tres. Bernardo Santín resulta ser un zascandil, un caradura que vive de mantenido de su novia polaca. Se casan en noviembre, su única ocupación es leer en voz alta a su padre para entretenerle por la noche. Se conoce que no dormía bien su padre. Saca el dinero a su novia y no pone ningún interés en aprender el oficio de fotógrafo, lo cual indigna sobremanera a Roberto que había accedido como un favor a enseñarle lo poco que sabía. Su desidia es grande. Incluso para anunciarse, despegan las fotos de Reutlinger que habían comprado en el Rastro y las vuelven a pegar en otro cartón con su nombre. 

Roberto simpatiza con Esther, deja de aparecer por el estudio cuando comprende que Bernardo es un jeta, piensa que acudirá porque le gusta su mujer, pero no. A los pocos días se presenta un nuevo socio y despide a Manuel.




Je vous parle d'un temps
Que les moins de vingt ans ne peuvent pas connaître
Montmartre en ce temps-là accrochait ses lilas
Jusque sous nos fenêtres et si l'humble garni
Qui nous servait de nid ne payait pas de mine
C'est là qu'on s'est connu
Moi qui criait famine et toi qui posais nue
La bohème, la bohème. Ça voulait dire on est heureux
La bohème, la bohème. Nous ne mangions qu'un jour sur deux
Les hablo de una época 
que los menores de 20 años no conocen 
En aquella época en Montmartre la lilas 
llegaban hasta debajo de nuestros balcones 
Y aunque la modesta habitación que nos servía de nido no tuviera buen aspecto 
allí fue donde nos conocimos 
donde yo me moría de hambre y tú posabas desnuda. 
La bohemia, la bohemia significaba que éramos felices 
La bohemia, la bohemia Sólo comíamos un día de cada dos 
Charles Aznavour  




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.