miércoles, 31 de diciembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (20) Alonso Fernández de Avellaneda. Amar es compartir.





"Ahora sus, Sancho ¿Tú no eres mi escudero y no te tengo yo de pagar tu salario, como tenemos entre los dos concertado, sirviéndome en todo bien y puntualmente?"


El Quijote de Avellaneda (20) 
Alonso Fernández de Avellaneda 
Capítulo XXVIII 

Don Quijote sugiere no atravesar la ciudad por miedo de que reconozcan a Bárbara, hay gente de cuenta y no conviene que los vean juntos, mejor bordearla y pernoctar en alguna fonda al otro lado y a la mañana entrar con la fresca en Madrid. A la vista de la gresca que se traen Sancho y Bárbara que se enseñan la lengua en lugar de enseñarse a besar (parafraseando al maestro Sabina), les promete un convite por la noche en caso de que salden las diferencias, “pues no es bien que seamos tres y mal avenidos.” (El caso es meter cizaña a Cervantes que después evitó tocar Zaragoza, posible tierra natal del pseudónimo Alonso Fernández de Avellaneda. Haciendo girar a Barcelona la cuadrilla de don Quijote)

Sancho accede a la amistad con Cenobia por propia conveniencia y porque su amo se lo pide, algo que no hiciera ya se lo pidiera persona de cuenta o media docena de canónicos de Toledo. 

Bárbara le propone compartir cama y así,  con el real que se ahorren, comprar un gentil plato de mondongo y un cuartal de pan. Sancho acepta, pero porque no le importa dormir una noche en el poyo, con tal de ponerse como un trompo a comer con el real ahorrado. 

Hacen noche en un mesón fuera de la Puerta de Madrid. A Cenobia la alojan en un aposento secreto bien acondicionado. El caballero andante da paseos de un lado al otro del patio sin desarmarse hasta que le rinda el sueño. De fuera le llega el sonido de un concierto de trompetas, chirimías, sacabuches y el ronco son de los atabales que le levantan la cabeza. El estruendo convoca a torneo por la boda de alguna infanta, o algo de relevancia. Un caballero extranjero, mancebo joven y bravo jayán ha derrotado a todos los caballeros y príncipes del lugar. Las gentes de la ciudad esperan la llegada de algún mesías vengador que baje la soberbia del cruel pagano. Por eso no perderá la ocasión de promocionarse, ganar honor y fama y devolver la honra a los naturales. Su brazo se bastará para abrirle la cabeza hasta los pechos. La caída a tierra en seco hará estremecer la plaza y llenará de contento a los caballeros vencidos y dará que hacer a los historiadores venideros a escribir las hazañas y exagerarlas.


 "Llegaron en esto a un mesón fuera de la puerta que llaman de Madrid"

 “¡Es lo que tengo dicho!” exclama don Quijote mientras Sancho ensilla a Rocinante y el mesonero,  que ha escuchado el desvariado discurso, intenta convencerle de que se deje de esos cuentos de Maricastaña y Amadís de Gaula. La música suena en honor del catedrático de medicina “y llevan delante dél, por más fiesta, un carro triunfal con las siete virtudes y una celestial música dentro.” Y más de dos mil estudiantes que lo aclaman por las calles. Don Quijote se deja guiar por la música, el sonido de las trompetas le lleva a la Plaza Mayor. 

Viene un carro cargado con dos estudiantes ricamente vestidas. Representan la sabiduría y la prudencia. El caballero andante se pone delante y les hace el discurso más desvariado que jamás había lanzado. Exige al mago encantado que libere a las dos damas y sus dueñas que lleva en el carro y que les restituya todo lo robado. Si no lo hace por las buenas, lo hará por las malas, obligado por la fuerza de su brazo. Los demonios, parientes de los magos, nada pueden contra los caballeros griegos cristianos como es él. 

Los acompañantes le indican de buenas maneras que se quite de en medio, que estorba al paso de la procesión, creyéndole un estudiante disfrazado haciendo la gracia. Don Quijote los confunde con vil canalla, criados del encantador. Saca la espada y reparte cuchilladas a mansalva, tajos y reveses a diestro y siniestro. A una mula le abre una cuchillada de un jeme de largo. Los de la comitiva lo cercan a pie y a caballo al ver que el asunto va en serio. Le lanzan ladrillos desde las ventanas y lo tiran del caballo entre gentiles mojicones. 


 "Nos podremos quedar, si nos pareciere, en algún mesón secretamente esta noche y a la mañana entrarnos con la fresca en Madrid."

Tiene suerte de que aparezca el autor de la compañía de comediantes que le conoce y a empujones echa a los estudiantes de la casa donde lo tienen reducido. Don Quijote se lo agradece infinito tomándolo por el sabio Alquife, su buen amigo e historiador que hará que sus aventuras trasciendan. Se encarga de recuperar a Rocinante, junto al armamento que ya estaba empeñado y vendido en un mesón y una pastelería. Le aconseja que se vaya andando a la posada y que le curen la sangre que le sale de las narices. Sancho,  que ha estado ausente de la batalla, le reprende por meterse donde nadie le llama. Ya vendrán tiempos en que paguen por junto lo de antaño y lo de hogaño. El mesonero le aconseja que no busque quimera con estudiantes: son más de cuatro mil y cuando se mancomunan y ajuntan hacen temblar a todos los de la tierra. Palabras que encienden al caballero andante. ¡Oh cobarde y vil gallina!, que le traigan el caballo que le sobran arrestos para entrar de nuevo en la ciudad “y no dejar en ella persona viva, acabando hasta perros y gatos, hombres y mujeres y cuantos vivientes racionales e irracionales la habitan, y después asolarla toda con fuego hasta que quede como otra Troya, escarmiento a todas las naciones del griego furor.” 

Ese día el autor de la batuta en la mano izquierda impidió que se escribieran las páginas más gloriosas de caballero andante alguno de que hubiera memoria en muchos siglos, porque dejó dicho que no le dejaran a Rocinante bajo ningún concepto. 

Esa noche la pasa nuestro héroe a pan y agua, buena medida de su poderío, sin bálsamo Fierebrás porque el mesonero le dice que no hay en Alcalá tanto ingrediente para preparar la pócima milagrosa. 

I want her everywhere
And if she's beside me I know I need never care
But to love her is to need her everywhere
Knowing that love is to share
Each one believing that love never dies
Watching her eyes and hoping I'm always there
Beatles


 

  Amar es compartir. Los mejores deseos para el  2015 a todos los que por aquí se acerquen.

Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

 

domingo, 28 de diciembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (19) Alonso Fernández de Avellaneda. Detrás del telón.




"Ahora sus , señor caballero, no es ya tiempo de más disimular, ni de traer encubierto lo que es razón que se descubra"

Jan Steen

The crowned orator
1650-1675.  70 × 61 cm .  
 Alte Pinakothek. Munich



El Quijote de Avellaneda (19) 
Alonso Fernández de Avellaneda 
Capítulo XXVII 

En el recorrido que Avellaneda hace por los distintos géneros literarios no podía faltar el teatro, como también lo hace Cervantes en el Quijote verdadero. Hay inteligencia por parte del autor en este episodio, a pesar de que antes lo hiciera Cervantes. Tampoco falta mala idea, malaje por parte de Avellaneda al proponer a don Quijote como personaje de una obra de Lope de Vega, su rival literario. El teatro sale a la calle en este capítulo. Los actores son a la vez espectadores y caminantes sorprendidos, existe modernidad en esta propuesta de interacción de ficción y realidad, donde la realidad es a veces más ficción y desvarío que la propia comedia. Salimos gananciosos los lectores de estas rencillas literarias. 

En efecto, a don Quijote le entran trasudores de muerte cuando Sancho le confiesa que se ha tornado moro. El criado se justifica: mejor moro que nada, mejor moro que asado y comido por los infieles. 

El autor de la varilla destensa el arco de las amenazas, no alarga más el miedo a las parrillas, la lucha de civilizaciones al comprobar lo afectado que está don Quijote por la conversión al islam de su escudero. Ahora hace de duque amigo que le ofrece el castillo para que repose el tiempo que haga falta. Ahí está él para servirle y no causarle daño alguno. Les advierte que si han recalado en el castillo ha sido por su gran saber y deseo expreso de que lleguen a la corte del Rey Católico sanos y salvos, allí le esperan con ansiedad miles de príncipes, el aplauso y la victoria. El hidalgo se maravilla del repentino cambio de actitud del nigromántico. Al verse liberado de ataduras, le ofrece sus brazos desmembradores de robustos gigantes. Todos se abrazan por la paz recién ganada. La mujer del autor, haciéndose pasar por su hija, le ofrece entrar de balde como actor en la comedia. A cambio, don Quijote se brinda a defenderla a ella y a su padre de magos y sabios nacidos en Egipto. ¡Qué se atreva alguien a tocarle un pelo de la cabeza! 

Sancho se siente agraviado por el trato diferente dispensado a su amo. El no quiere ser moro. Se siente incapaz de cumplir la ley de Mahoma que manda no comer tocino, ni beber vino. Estará en pecado permanente. Aparece el clero para dar la solución salomónica: en virtud de la bula de composición, bastará un ayuno de tres días y tres noches para quedar tan cristiano como estaba. Sancho regatea la penitencia; demasiadas horas seguidas sin comer. Aunque difíciles de cumplir, le da la palabra de poder dormir con los ojos abiertos, beber con los dientes cerrados, no llevar sayo debajo de la camisa, aguantarse de hacer las necesidades fisiológicas de evacuación incluso atacado. 



"y diciéndole cómo para hacerle fiesta en aquel su castillo había mandado hacer una comedia, en la cual entraba también él, y la que le dijo que era su hija" 
Jan Steen 1653
Peasants before an inn
Toledo Museum of Art, Toledo, OH, USA 

Se quitan los sombreros, el clero echa la bendición y comienzan a cenar, todos menos Sancho que no se retira la caperuza, reliquias de cuando era moro, pero aún sin retajar. Todos se ríen del acuerdo a que han llegado de retajar la capucha en lugar de las partes normales por los celos de su mujer. Comienzan a ensayar “El testimonio vengado” de Lope de Vega. En esta obra un hijo levanta falso testimonio de su madre reina. En ausencia del padre, la acusa de entenderse con un criado al privarle la madre del capricho de su caballo cordobés, en contra del expreso deseo de su padre. Don Quijote, que observa que la mujer del autor hace el papel de reina afligida, se levanta atacado por la cólera y desafía al caballero traidor fementido a singular batalla a espada. El actor aludido acepta el reto y con la espada desenvainada corta el ataharre de una albarda y se lo lanza en señal de combate, como si fuera una liga preciada, a celebrar antes de que pasen veinte días. En medio de las risas don Quijote toma la palabra para censurarles que en lugar de llorar por la afligida reina, rían como alevosos traidores. 

Manda a Sancho que guarde la liga en la maleta hasta el día del duelo. El criado solo ve despropósito. Un ataharre sucio no se puede guardar con las mudas limpias. Lo atará a la cincha de su rucio hasta que aparezca el amo. Una escena que recuerda el episodio de la bacía del barbero y el yelmo de Mambrino. Mientras para don Quijote es una riquísima liga del hijo del Rey, repujada de esmeraldas, rubís y diamantes o tafetán doble encarnado, para Sancho no es más que una empleíta de esparto con dos cordeles a los cabos, harto sucios, que sirve de ataharre a algún jumento. Y siguen la porfía, que Sancho no es ciego y tiene gastados más ataharres que hay estrellas en el limbo. 

Aparece el amo del ataharre para dar la razón a Sancho que se lo entrega, orgulloso del buen juicio mostrado delante de tanta gente de buen entendimiento. No para don Quijote que se altera más de lo que estaba y pasa de las palabras a los hechos. Se lo intenta quitar, pero el labrador, hombre curtido, membrudo y de fuerza, lo tumba de un empujón y se lo arrebata de las manos. Con el ataharre de la mano cruza la cara de Sancho sacándole sangre roja de las narices. El arriero se marcha dejando  al escudero encolerizado tras él. Más habría recibido del arriero descomunal de no ser por su amo que le ordena volver, no vayan a pasar las cosas a mayores, pues visto lo visto, a enemigo que huye, puente de plata. 

En este punto interviene el autor para apoyar la actuación de don Quijote, agotado en la batalla. Esta gente se querrá acostar y la comedia continuar. Es menester que los actores reales descansen para que la comedia no pare. 

Cuando don Quijote y Sancho despiertan, ya el autor y toda la compañía han marchado a Alcalá. El autor generoso ha pagado el alojamiento de toda la cuadrilla que arrastra don Quijote, apiadado de su locura y la simplicidad del escudero. Ya le habían pagado de sobra con los pescozones del labrador y las risas con el ataharre-liga del príncipe. No sin antes hacerlos reír Sancho con la similitud que hace de las mujeres y las nubes que se empreñan de agua y vacían su cargazón entre truenos y relámpagos, gritos y suspiros. 


  
¿Cuál es peor? ¿haber estado ella  esta noche con aquellos dos mozos de los comediantes, y almorzar con ellos esta mañana una gentil asadura frita, bebiéndose con ella dos azumbres de vino[...]?

 The pig belongs to the sty
Oil on canvas. 86 × 72 cm.  
The Hague, Mauritshuis.

Se ponen en marcha de nuevo porque quiere don Quijote llegar a la corte ese mismo día, a menos que alguna aventura importante los detenga en Alcalá. Los estudiantes se apartan, no quieren que los vean en tamaña compañía. Bárbara también quiere quedarse en su patria. Postura que don Quijote no entiende, después de caminar tantas veredas peligrosas y reinos incógnitos para encontrarle, ahora que tiene su compañía, quiere dejarla como se abandonan unos zapatos viejos. Le suplica que los acompañe hasta la corte donde podrá elegir entre el reino de Chipre o el de Córdoba después de haber dado cuenta de Bramidán y del hijo del rey de Córdoba. Se le amontona el trabajo a nuestro hidalgo. Se enzarzan Sancho y Bárbara porque según él, ella es una rémora y gastadora, bastante les ha gastado de la bolsa con el vestido y zapatos nuevos. “Adiós que me mudo”, o como señala Aristóteles: “Alon,  que pinta la uva”. Lo que está es celoso de que ella se fuera con dos de los mozos sacasillas de los comediantes por la noche, y por el día se bebieran dos azumbres de vino con ella para almorzar. 

Pero ella es libre como el cuclillo,  sin ataduras,  gracias a Domino Dio: et vivit Domine. Y ahora quiere seguir el camino hasta la corte por hacer rabiar al harto de ajos de Sancho y darle contento a su señor. Sancho se las jura. Pierde la batalla, pero no se da por vencido: “Más longanizas hay que días” 

 Empty spaces
what are we living for
Abandoned places
I guess we know the score
On and on,
does anybody know what we are looking for…
Another hero, another mindless crime
Behind the curtain, in the pantomime
Hold the line,
Queen




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



 

jueves, 25 de diciembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (18) Alonso Fernández de Avellaneda. Tremendo cansancio.




"Se le aparecerá una hermosísima ninfa vestida de una rozagante ropa sembradas de carbunclos, diamantes, esmeraldas, rubíes, topacios y amatistas"


El Quijote de Avellaneda (18) 
Alonso Fernández de Avellaneda 
Capítulo XXVI 

A dos leguas de Alcalá se les echa la luna encima. Los dos estudiantes sugieren alojarse en una venta que queda a solo un cuarto de legua de la ciudad. Escuchar la palabra venta y disparársele a Sancho los timbales del miedo es todo uno, recordando que en ellas los han aporreado duendes, gigantes, fantasmas, estantiguas y folletos. Los han hecho llorar y dado que curar. Sobre todo a él que lo ha pasado a pelo, pues no le hace efecto el bálsamo Fierabrás por no ser caballero andante. 

A pesar de que don Quijote recuerda los graves trances, los peligros y desasosiegos que sufrieron a manos de encantadores contrarios que infligen todas las maldades imaginables y no escritas, no hace caso a las palabras sensatas de su escudero. Pero las males artes no han de poder con el valor de su persona. El se internará en el castillo por delante; los demás, en retaguardia. Aún así,  Sancho accede de mala gana: “Acá nos iremos tan detrás del como podremos, si bien, no tanto como querríamos”. 

Don Quijote topa “con siete u ocho personas vestidas de diferente mezcla” y un autor, que varilla en mano,  lee una comedia. Son los cómicos de una de las compañías de comediantes de los “nombrados de Castilla” que se han detenido en la venta a hacer noche y a ensayar la obra antes de entrar en Alcalá. A don Quijote le parecen vestiglos que defienden la puerta de entrada de la bien murada ciudad. El autor de la varilla que lee una comedia, el sabio Frestón que vive de difamarlo y publicar su vergüenza: evitar el enfrentamiento con Bramidán por gallina y cobardón. Dispuesto a “quitar del mundo a quien tantos males ha causado y causó en él” Se los puede imaginar, pero no escribir. 

Los estudiantes intentan convencerle de que el edificio es venta y no castillo, los vestiglos son actores famosos que ellos identifican con nombre y apellidos, pero como don Quijote entiende poco de cómicos, su especialidad literaria no va más allá de las novelas de caballería se enoja con ellos, les dice que la varilla “hace los cercos figuras y caracteres en invocación de los demonios y con el libro los conjura.” Van los estudiantes al autor y les menta las hazañas que el Caballero Desamorado ha dado cima por los caminos, se ponen de acuerdo para pasar el tiempo aquella tarde con personaje tan destartalado.



 "Qué lerdo que eres, menester es llevarte por el camino de los carros"

Aquí el relato cambia de registro, haciendo referencia a las barbas de Sancho junto a la cara de Bárbara al ayudarla a bajar de la mula. El narrador saca partido de la presencia de Bárbara y sus picardías que viendo que Sancho no se entera que le está tirando los tejos, promete llevarle por el camino de los carros cuando lleguen a Alcalá. Hacen falta carne y deseo a esta relación. Su reino es de Alcalá. 

Don Quijote a lo suyo: “Dime perverso y luciferino nigromántico.” Desafiando a Frestón, instando al inhumano tirano, cruel e indomable gigante a que libere a todas las princesas y caballeros, todo el personal y pertrechos que guarda en las mazmorras. De nada valen sus hechizos contra el filo de su espada. Sancho sale en defensa de su amo al comprobar que sus palabras hacen reír a la concurrencia en lugar de amedrentarlos como era su pretensión. Apela a la necesidad que les aflige, les exige rápida rendición para que puedan él y su majestad, la Reina de Segovia, dar cuenta de algunos cuartales de pan tierno recién horneado. Ya llevan picados demasiados molinos por esos caminos ingratos. Mientras tanto, su amo puede seguir con las guerreaciones “en casa de todos los griegos de Galicia.” El autor toma la palabra para darse por vencido, rendirle vasallaje como buen pagano de evidente cara morena y membrudo talle. Los invita a entrar, a cenar y conocerse mejor. Las palabras pagano y hechicero le encienden las alarmas, no quiere tratos con luteranos e infieles que le recuerdan el episodio triste, la humillación sufrida en la cárcel de Zaragoza. 


"Aquí todos somos cristianos, por la gracia de Dios,  de pies a cabeza"

“Oh hideputa paganazo” – apoya Sancho las palabras de su amo- “a otro perro con ese hueso” Allí todos son gente acostumbrada a ordenarse como dios manda, cristianos viejos criados en la Argamesilla al pie del Toboso. Que se rindan los protestantes. Los cristianos podemos hacer con infieles treguas cuanto mucho, señala don Quijote. Sancho cree en Cristo desde el vientre de su madre, en las iglesias de Roma y todas las calles, plazas, campanarios y corrales de esa ilustre ciudad. 

Don Quijote, cegado por la guerra de religiones, baja la lanza, da un apretón a Rocinante, se abalanza sobre el autor que lo esquiva, toma a la caballería por la rienda que se está quedo como una piedra. Los demás lo desarman, lo bajan del caballo y entre cuatro mozos metemuertos y sacasillas lo transportan al interior de la venta donde lo depositan en el suelo como un saco de chapa vieja. Los denuestos salidos de la boca de don Quijote al verse impedido debieron de ser de aúpa porque el narrador nos señala que el historiador no se atreve a darlos a la estampa. 

Mientras tanto, Sancho, roto por el llanto, se ha echado en brazos de Bárbara al ver los padecimientos de su amo. El autor de la varilla no siente compasión del escudero ahogado en lágrimas. El alma le salta del cuerpo al anunciarle que lo va a desollar, esa misma noche le come los higadillos. Al día siguiente, después del oreo nocturno obligatorio de las carnes, asará el resto y se lo comerá como buen chef, caníbal especialista en la humana gastronomía. Carne magra de hombre con buen rendimiento a la canal. Pero Sancho es un zorro duro de pelar, va a luchar por la integridad del pellejo en un toma y daca de categoría. 

Se hinca de rodillas ante el cruel pagano, el más honrado de toda la paganería. Le pide al autor que le permita despedirse de Mary Gutiérrez, pues si se entera de que lo han comido sin despedirse de ella, lo tendrá por descuidado y no podrá ya verla con buena cara (para qué le importara la cara de su mujer después de asado). Pero el autor no cede a la maniobra del criado astuto, antes bien manda traer el asador de tres púas para espetar y asar mejor al labrador. 

Se ablanda un poco el moro a la intercesión de Bárbara. A cambio de que Sancho se vuelva musulmán y siga el Alcorán de Mahoma. Sancho no es un santo, carece del temple de San Lorenzo, asado a la parrilla. Si bien se tercia, puede creer en cuantos Mahomas haya de levante a poniente y en el Alcorán completo. 

 -Pues es menester -dijo el autor- que con un cuchillo muy agudo os cortemos un poco del pluscuamperfeto. 
Respondió Sancho: 
-¿Qué plúscuam, señor, es ese que dice? Que yo no entiendo esas algarabías. 

De nuevo ruega que por las tenazas de Nicomemos no le retajen nada de ahí porque su Mary Gutiérrez lo tiene todo bien medido y contado y pronto lo echará de menos. Le propone que le corten de la caperuza. Convertido en moro nuevo, es necesario que aprenda la algarabía. 


"En esta fortaleza está aquel perverso encantador Frestón, mi contrario, aguardándome con alguna estratagema o engaño"

Con Mary Gutiérrez se plantea el conflicto, pues para hacerse también mora no hay dónde retajar. El autor le bastará con el dedo pulgar de la mano derecha. A Sancho le agradaría más que fuera la lengua, que la tiene bien larga, más que el gigante Golías. 

Los metemuertos retienen a don Quijote sentado en una silla, maniatado y desarmado. El autor sugiere a Sancho que participe en el chantaje a su amo, que intente persuadirle de que se haga moro también para librarse del castigo. En caso de negarse,  se lo comerán asado a la hora de comer, no más de un par de horas más tarde. Replica que nada tiene que temer, no hay mal que cien años dure. Vendrá un príncipe griego novel a liberarlo del inhumano encantador, matará a los dos grifos rapantes, centinelas de la puerta principal y a  un ferocísimo dragón “echando fuego por la boca y ponzoña por los ojos, con las uñas crecidas más que dagas vizcaínas.” A continuación, se abrirá paso por el castillo hasta el apacible jardín poblado de aromáticos árboles repletos de cisnes, calandrias y ruiseñores. Regado por mil arroyos de cristalinas aguas. Una ninfa hermosísima vestida de rozagante vestido repujado de diamantes, esmeraldas y rubís le dará las llaves de oro que abren las mazmorras,  dando la libertad a todos los presos y presas (Ya vemos que Ibarreche nada inventó con aquello de los vascos y las vascas). Para remate y cima de la historia lo armará caballero andante y serán amigos para siempre, compañeros de aventura. 

Muchas veces te dije que antes de hacerlo
había que pensarlo muy bien,
Que a esta unión de nosotros
le hacia falta carne y deseo también,

Que no bastaba que me entendieras
y que murieras por mí,
Que no bastaba que en mi fracaso
yo me refugiara en ti,

Y ahora ya ves lo que pasó
al fin nació, al pasar de los años,
el tremendo cansancio que provoco ya en ti,
Y aunque es penoso lo tienes que decir.

Pablo Milanés




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

lunes, 22 de diciembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (17) Alonso Fernández de Avellaneda. Dos y tres son cuatro.






"Luego corro a entronizarme/ más hueco que una bacía"

El Quijote de Avellaneda (17) 
Alonso Fernández de Avellaneda 
Capítulo XXV (Séptima parte y última) 

Don Quijote y Sancho se levantan con las primeras luces del día. El ropavejero ha madrugado, se  presenta en la fonda a primera hora con tres vestidos para que Cenobia escoja. Ella elige “una saya, jubón y ropa colorada, con gorbiones amarillos y verdes, y vivos de raso azul; y, dándole al dueño por todo doce ducados.” Vestida tan de rojo, Sancho ve pintiparada una yegua vieja acabada de desollar. Don Quijote compra una mula razonable al mesonero por veintiséis ducados para llevar bajo toldo y a la sombra a Cenobia, como una emperatriz. El ropavejero y el mesonero se quedan conformes con la venta y después de almorzar se echan al camino. Don Quijote se adelanta, pero anda despacio para que el resto de la comitiva lo puedan alcanzar pronto. Las maniobras de Sancho y Cenobia para instalarse en sus monturas llevan su tiempo. El caballero andante, impedido para echar una mano. Bastante tiene con lo suyo, el peso que arrastra. 

Sancho y Cenobia entablan conversación relativa al malestar de Sancho por tenerse que hacer cargo de ella y ponerse a gatas para que la reina de las amapolas entre los trigales se encarame en la mula. Ella le promete compensación en cuanto lleguen a Alcalá, “con una mocita como un pino de oro,”  para que se divierta más de dos siestas. Bárbara sabe cómo encelar a Sancho en la lujuria y quitarle la querencia. 



"Aunque viento y cortesía/bastan para derribarme"

Alcanzan a don Quijote que ha trabado plática en un oxidado latín macarrónico con dos mancebitos estudiantes que también se encaminan a la ciudad universitaria. Sancho le aconseja que desconfíe de los que caminan vestidos como tordos por la mala experiencia que tuvo con ellos, aún recuerda la lluvia de gargajos que le echaron encima en Zaragoza. 

Los dos mancebos recitan enigmas en cinco estrofas de cuatros versos octosílabos (redondillas) con rima consonante abrazada (ABBA), que gozan de crédito entre la gente de la época que se esfuerza en aprenderlos y recitarlos; los oyentes tratan de adivinarlos y juzgan el ingenio de los recitadores. Los presentes se quedan embobados por la astucia en el encubrimiento en verso. Se dan por vencidos para que el rapsoda ingenioso explique en prosa el misterio, el significado escondido. Qué buena manera de ejercitar la mente, cultivarse en verso, pasar el rato y que las tediosas horas del camino se hagan más llevaderas. Entrando en animada conversación, socializar en directo, sin echar de menos el reclamo permanente, la esclavitud andante del teléfono móvil a una mano adosado. 

Si algún lector, visitante de este blog, quisiera descubrir el resultado de las adivinanzas cultas, haría bien en instalar la aplicación, leer de primera mano la explicación en prosa, tan buena como el verso. Una invitación a pasar un buen rato en compañía de la cuadrilla de don Quijote caminito de Alcalá. Y admirarse con la sorpresa de Sancho cuando proclama su incapacidad para acertar:  “¡Por vida de quien me parió -dijo Sancho-, que lo ha desplanado riquísimamente! ¡Oh, hideputa, bellaco! ¡El diablo lo podía acertar!"  No me atrevo a mutilar una escena que es una pequeña obra maestra del entretenimiento popular, del gusto de la época y de todas las épocas. Una vuelta a la oralidad primitiva, germen y origen de la poesía. Captar la atención, sorprender, porque la poesía surge para ser leída, escuchada y entendida por la gente, no se nos olvide.




"Yo tengo de andar encima/por ser, como soy, ligero"

Metidos en harina uno de los estudiantes aprovecha el momento para leer unas coplillas similares en métrica y rima a los acertijos. Todas las estrofas abren por Ana,  Ana repetida pero de peor calidad. Sin embargo, sirve para demostrar las dotes y vanagloria del vate, “propiedad inseparable de los poetas.” Un inteligente recurso del autor para llenar los tres días de camino lento que transcurren sin que les pase aventura digna de reseña, al ritmo sostenido de cuatro o cinco leguas la jornada. Los cansancios y los años acumulados de Rocinante no dan para más prisas. 

Si a ninguno le sale que dos y tres sean cuatro.
Si a ninguno le vale para el hambre un garbanzo.
Si a todos nos molesta que vengan molestando...
parar todas las guerras es lo más acertado.

    Un planeta y un sol para toda la gente.
Si me falta razón, quizás sea un demente...
un solo corazón para toda la gente.
Un planeta y un sol, quizás sea un demente.
Diego Cruz  




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
 

miércoles, 17 de diciembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (16) Alonso Fernández de Avellaneda. Cuando estás cerca.





"Su valor es conocido y su nombre es manifiesto en este imperio"

El Quijote de Avellaneda (16) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XXIII 

Bárbara promete cepillar el entendimiento de don Quijote, espabilarlo en cuanto lleguen a Alcalá, a su entender lo tiene algo gordo para captar las picardías. Entra Sancho atropellando la conversación con la nueva de que la fonda tiene de menú “una riquísima olla con cuatro manecillas de vaca y una libra de tocino, con bofes y livianos de carnero y con sus nabos,"  todo al módico precio de cinco reales al contado y letra vista. 

El mesonero reconoce a Bárbara de la noche anterior. Había cenado con el compañero estudiante de lo que traía envuelto en una servilleta no muy limpia. Ella comerá de lo que haya, rechazando así la lujuria del faisán que don Quijote le aconseja, como corresponde a una futura reina de Chipre. 

En este punto se deshace el grupo formado a las afueras de Zaragoza y que tan buen juego ha dado a la novela, sobre todo con los cuentos intercalados. Cada uno sigue su propio camino. Antonio se encamina a Ávila y el Ermitaño a Cuenca. Don Quijote sugiere a Sancho que aligere un poco la bolsa y les dé un ducado a cada uno para el camino, les imparte la bendición de caballero andante y los ensalza antes de la despedida por la unión de tres que han caminado juntos, representantes de la triple  vía por las que se puede alcanzar la honra y la fama. La sangre, representada por el soldado de linaje Bracamonte; las armas, encarnadas en don Quijote, conocido por su valor en toda la redondez del universo y el Ermitaño, representante de las letras, gran teólogo capaz de dar cuenta de su saber en todas y cada una de las universidades conocidas, ya sea Salamanca, la Sorbona o Alcalá. 

Sancho, que  escucha atentamente la disertación de su amo, se considera agraviado. Estima que en su persona se aúna la trinidad que conduce a la fama. Y se extiende en la explicación. De su padre, carnicero de profesión, hereda la sangre que se le pega de andar entre “vacas, terneras, corderos, ovejas, cabritos y carneros.” De un tío suyo, espadero en Valencia y hermano de su padre, le viene la afición por las armas, siempre limpiando, afilando “espadas, montantes, dagas, puñales, estoques, cuchillos, cuchillas, lanzas, alabardas, chuzos, partesanas, petos y morriones y todo género armorum.” El origen de su relación con las letras surge de un cuñado, encuadernador en Toledo, la vida consumida entre libracos y letras góticas grandes como la albarda del rucio. 

Se van todos a acostar entre risas provocadas por las necedades de Sancho. 

"En amaneciendo Dios despertó don Quijote"

XXIV 

El caos del entendimiento impide pegar ojo a don Quijote más de media hora seguida. La mañana lo encuentra despierto y a Sancho dormido como un lirón. Ensillan las caballerías y se ponen en marcha; Cenobia viaja bien acomodada en una burra vieja,  alquilada al mesonero que también les acompaña. Nada más llegar a Sigüenza,  se ven rodeados por agrupaciones de muchachos atraídos por el caballero armado y su extraña comitiva: el entorno de don Quijote. 

Llegados al mesón pide tinta y papel, faltan siglos para pedir la contraseña del wifi al llegar a los sitios. Escribe media docena de carteles en los que desafía a todo aquel que no proclame a ciegas o dude de la belleza de Cenobia. Si alguien se atreve, ya sabe lo que tiene que hacer, que escriba nombre y apellido en el papelote y el Caballero Desamorado tratará el agravio, saldrá a combatir a la plaza del pueblo. Sancho cumple el encargo de pegarlos de mala gana. Bien sabe que cada gallo canta en su muladar. Comprende la desventaja a la que se enfrentan en caso de plantar cara a un Barrabás, caballero desocupado. Un descansado contra cansados del camino. Rocinante imposibilitado de comer bocado de puro cansancio. Además, quién les manda entrar en quimeras y guerreaciones necias en tierra extraña. El amo le acusa de pusilánime y cobardón y no le queda más remedio que obedecer y pegar los carteles sin pedir permiso al corregidor. 

A un alguacil le parecen carteles de cómicos. Sancho le hace ver el error: el mensaje va dirigido a caballeros principales, señores de capa prieta. Cuando lee que en el póster se habla de desafío, se asusta,  llama al corregidor que inmediatamente manda prender a Sancho que con una piedra en la mano está dispuesto a  descalabrar a quien lo intente. El corregidor teme que algún dislate llegue a oídos del obispo. 


 "Tórnenme,  señores,  a quitar estos demonios de trabas de hierro; que no puedo andar con ellas"

Llevan a Sancho al calabozo cargado de grilletes. El guarda se los quita previo pago de un real. Se llena de piojos en la celda, le birlan la bolsa con el dinero, casi la vida en una noche. El corregidor pide  que traigan a don Quijote a su presencia,  pero antes de que los aguaciles acudan a cumplir con el encargo, ya don Quijote se ha vestido, ha ensillado a Rocinante y, caballero, se presenta en la plaza a ver qué es lo que pasa con su escudero que se fue y no regresó. El corregidor se admira del enjuto orador embutido en tanta chapa reluciente,  la fantasma circuida de gente que les habla de la antigüedad, de los mitos fundacionales de la nación, de la lucha de moros y cristianos, la gloriosa reconquista: “¡Oh, vosotros, infanzones, que fincastes de las lides, que no fincárades ende! ¿Non sabedes por ventura que Muza y don Julián, maguer que el uno moro y el otro a mi real corona aleve, las tierras talan por mi luengo tiempo poseídas, y que fincar además piensan en ellas?”. Don Quijote transciende con su discurso transversal, se cree poseído de la corona y del cetro de Fernando el Católico que venga la muerte de los suyos. 

Solo dos mancebos recién llegados a la plaza hacen por escucharle y entenderle. Señalan que conocen al caballero y a su escudero de hace un mes, les habló entonces de un imperio Trapisonda, una infanta Micomicona y de un bálsamo Fierabrás que hace milagros en la cura de  las heridas. Sancho les contó que su señor era  hidalgo de un lugar de la Mancha y que hacía dos años que se había echado a los caminos para imitar a los caballeros andantes, protagonistas de las novelas de caballería que había leído y releído. El corregidor,  que también escucha,  le sigue la corriente, en su ciudad nadie reta ni acepta desafíos que valgan. Se dan por vencidos y confirma la belleza de la dama que le acompaña. Le ofrece alojamiento en la corte de su imperio durante quince o veinte días y seguidamente, la comitiva del emperador con todos los príncipes acompañantes van en procesión a rendir honores y besar la mano de Cenobia. Don Quijote se muestra reconocido y alagado por la rendición de tanta gente importante a la fuerza de su brazo, se siente pletórico por triunfo tan categórico. Se estira los dobladillos que se le encogen entre los pliegues de la armadura, pero no puede quedarse porque le queda una misión que cumplir. El gigante  Bramidan de Tajayunque le espera para librar batalla. En cuanto dé término a tan sagrada obligación de caballero andante, volverá a visitarles y ennoblecerá el grandioso imperio con su persona.

Sueltan a Sancho que se ha quedado compuesto y sin bolsa, engañado por las males artes de unos estantiguos y picarones de la cárcel. Se presenta azorado, contando aventuras más peligrosas que las acontecidas a Preste Juan de las Indias y el Cuco de Antiopía. Allí quedan castigados los que no tienen padrino, corridos como mona por no acertar sus rústicos acertijos. 


"Si algún caballero tártaro o rey tirano viniere a quereros perturbar la paz, cercando con su fuerte ejército esta vuestra imperial ciudad, y llegare a teneros tan apretados y puestos en tal estremo, que os viérades compelidos por la grandísima hambre y falta de bastimentos en el duro cerco a comer los hombres los caballos, jumentos, perros y ratones, y las mujeres sus amados hijos, enviadme a llamar donde quiera que estuviera"


La comitiva se dirige al Mesón del Sol donde brilla con luz propia el esplendor de la reina Cenobia que se presenta ante el corregidor: “descabellada, con la madeja medio castaña y medio cana, llena de liendres y algo corta por detrás; […]las tetas, que descubría entre la sucia camisa y faldellín dicho, eran negras y arrugadas, pero tan largas y flacas, que le colgaban dos palmos; la cara, trasudada y no poco sucia del polvo del camino y tizne de la cocina, de do salía; sólo podía agradar a un necesitado galeote de cuarenta años de buena boya y privaciones severas. Más parece criada de Proserpina, reina del estigio lago, completando así  el corregidor la mala pinta definitiva de la emperadora. 

Bárbara, temerosa de ver sus huesos arrojados en la cárcel,  acusada de hechicera, confiesa su filiación de mondonguera de la calle Bodegones de Alcalá, hecho corroborado por uno de los pajes que la conoce de  haber sido puesta a la vergüenza en las escaleras de la iglesia de san Yuste por alcahueta, por hechicera y por "revender doncellas destrozadas por enteras, mejor que Celestina.” 

Bárbara rompe a llorar, los otros a reír, solo don Quijote la defiende porque la vergüenza se debió a la envidiosa inquina de unas vecinas. Promete vengarse del alevoso bellacazo que la humilló. Se despide de todos,  no sin antes ofrecer su brazo y espada para liberarlos del cerco a que los pudiera someter cualquier ejército poderoso. Se fueron admirados de ver la “facilidad que tenía don Quijote en hablar el lenguaje que antiguamente se hablaba en Castilla en los cándidos siglos del conde Fernán González, Peranzules, Cid Ruiz Díaz y de los demás antiguos.” 

Cenan pierna de carnero. Don Quijote cumple lo prometido: manda al mesonero que se encargue de que a la mañana se presente un ropavejero para vestir a Cenobia antes de partir. 


 "Aquí da fin la Sexta parte del ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha"

Hold me close and tell me how you feel
Tell me love is real
Words of love you whisper soft and true
Darling I love you
Let me hear you say
the words I long to hear
Darling when you're near 
Beatles



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

miércoles, 10 de diciembre de 2014

El Quijote de Avellaneda (15) Alonso Fernández de Avellaneda. ¿Necesitas a alguien?





"Suba señora reina y ponga los pies sobre mí"


El Quijote de Avellaneda (15) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XXII 


"¡Ay, ay que me matan!" Exclama Sancho cuando apenas se ha internado veinte pasos en el bosque. La ayuda encabezada por don Quijote acude al primer repiquete de broquel. Se embosca Sancho sigiloso, con más miedo que vergüenza, todos los sentidos en alerta, prestos a dar la alarma al menor atisbo de peligro, como un centinela en tensión. Una lastimera voz femenina que proviene de una mujer en camisa, atada de pies y manos a un pino, corta el aire. Le mete más miedo en el cuerpo:

 “¡Ah, hermano labrador! ¡Por amor de Dios, quitadme de aquí!” 

Acosado por el miedo, a Sancho se le nubla la vista. Sin reparar en daños, se tira a plomo del rucio. Desanda el camino, arrollándolo todo. Se tropieza con las matas, cae, se levanta y grita:  

“¡Socorra, socorra, señor don Quijote, que matan a Sancho Panza!”

Los compañeros tratan de restar importancia a la causa de tanta jindama. Aún vive para contarlo y ahorra el trabajo de enterrarle en los montes de Oca. Sancho toca madera, Rex Judeorum. Lo que ahora toca es buscar su pollino y su caperuza extraviados en medio de tanta zozobra. Y si hay tiempo y buena voluntad, socorrer el alma del purgatorio que ha visto con sus propios ojos, atada a un árbol y pidiendo socorro a gritos. 

Medroso y medio escondido tras las sayas del ermitaño se adentran en el bosque oscuro, guiados por los gritos de socorro de la mujer. Recuperan el pollino y la caperuza entre los aspavientos de Sancho agradecido, como si hubieran venido de otros mundos. Después aparece la mujer atada medio desnuda. A don Quijote le parece Cenobia, la amazona, perdida en una cacería persiguiendo un jabalí. La atan unos jayanes desalmados después de robarle el caballo y desvalijarla. 


 "y a fe que no esté sola; que siempre éstas andan a bandadas como palomas"

De nada sirve que el soldado señale que conoce a la cincuentona de las casas de mala nota localizadas en la calle Bodegones de Alcalá. “Visitada de estudiantes novatos que la henchían las medidas y bolsas.” Inconfundible por la cicatriz que le cruza la cara, según propia confesión de la mozona, hecha por un capigorrón, “Que mala se la dé dios en el ánima.” No hay quien le quite a don Quijote de la cabeza que se trata de la princesa Cenobia, él la proclamará Reina de Chipre en cuanto dé buena cuenta de Bramidán de Tajayunque. 

XXIII 

Bárbara cuenta cómo el estudiante Martín la engañó. Estuvo viviendo de mantenido un año y medio sin gastar “ni blanca suya y muchas mías.” Le propone irse a Zaragoza donde tiene parientes ricos y casarse con ella. Ella lo vende todo por ochenta ducados y le sigue. Al llegar al bosque la desvalija y la deja atada como la descubren. Sancho apoya al estudiante agresor. A su modo de entender no hizo nada raro al llamarla puta, bruja hechicera y vieja. Ojo con la brujería. Bárbara ya ha sido juzgada y absuelta por la denuncia de una vecina verdosa de envidia. Ella se vengó con su perro. Sancho muerde el miedo, se consume por dentro al escuchar la mala suerte del animal mezcla de todas las razas ladrando a la puerta de nadie. Excalibur del Siglo de Oro. Donde menos se espera salta la liebre de la compasión. 

Sancho se carga de razones para la ira. Iracundo como un tigre de la Hircania,  se desnorta insultando, atacando a la desalmada le sale lo peor de la jacundia, de la fértil huerta escatológica sembrada de ventosidades, regüeldos con olor a rábanos serenados. Lluvia de gargajos. Mocos verdes cuajados, bien amasados de días por barbilampiños de cara relamida. 


 "Yo soy Sancho Panza, escudero andante del invicto don Quijote de la Mancha, flor, nata y espuma de la andantesca escudería"

Llegan a una aldea con mesón donde son recibidos por los dos alcaldes del lugar, extrañados por la visión de semejante estantigua, un ser como don Quijote, vestido con todas las piezas de la armadura, semejante a los judiazos despavoridos, que están hartos de observar de cerca y de lejos en el Retablo del Rosario. 

Al verse rodeado por público tan curioso, numeroso y receptivo, toma la palabra aristocrática y les endiña un discurso importante de caballero andante auténtico, que ahonda en la esencia de la nación española, los eternos valores  incontestables que imprimen carácter racial. La lista de los reyes godos, restos de don Pelayo. Todo arranca en los montes de Asturias: “Valerosos leoneses, reliquias de aquella ilustre sangre de los godos, que, por entrar Muza por España, perdida por la alevosía del conde Julián, en venganza de Rodrigo y de su incontinencia y en desagravio de su hija Florinda, llamada la Cava, os fue forzoso haberos de retirar a la inculta Vizcaya, Asturias y Galicia,” sustancia y núcleo de la Marca Hispania, tierras visigodas al sur de los Pirineos que se juntan para vencer al invasor en los pasos accidentados de Roncesvalles, liderados por el emperador Carlomagno, enterrado en Aquisgrán, corazón de Europa, entre Bélgica, Holanda y Alemania. 


"Del nació el valor con que los filos de vuestras cortadoras espadas tornaron cumplidamente a recobrar todo lo perdido y a conquistar nuevos reinos y mundos, con envidia del mismo sol"

Con los mejores de Asturias 
Sale de León Bernardo 
Todos a punto de guerra 
A impedir a Francia el paso. 

Los habituales del lugar se sorprenden de un orador tan destartalado pero con tan bien hilado discurso. Todos quieren tratar con el elemento discordante. El ermitaño le hace hueco, les aparta diciéndoles que está loco, lo llevan a la casa de los orates de Toledo. Le ayudan a desvestirse y promete vestir a Bárbara con un rico vestido en cuanto entren en la bien murada ciudad de Sigüenza, a una jornada de camino. Ella se lo agradece, al tiempo que lamenta no tener quince años cumplidos y ser más hermosa que Lucrecia. Le promete compensarle “con un par de truchas que no pasen de los catorce, lindas a mil maravillas y no de mucha costa” en cuanto lleguen a Alcalá. Pero don Quijote no entiende esta música de los bajos fondos. 

Do you need anybody
I need somebody to love
Could it be anybody
I want somebody to love
Would you believe in a love at first sight
Beatles 



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.