sábado, 28 de junio de 2014

La saga/fuga de JB (9), Gonzalo Torrente Ballester. Primera línea.




"Su cabeza echaba humo. Homologaba y destruía las homologaciones. Extrapolaba y volvía a interpolar"

 
La saga/fuga de JB (9) 
Gonzalo Torrente Ballester 

El encontronazo con don Acisclo hace llorar a Julia por dentro un rato. Arrimada a las piedras quietas del arco ciego de la Colegiata se desahoga en su soliloquio de mutismo. Se echa la niebla, se levanta y corre. Va y viene. Don Benito Valderrama también anda con prisa. Panchote y don Alvino están en el bar de Federico tomando unos chatos de vino. Desde dentro le hacen señas para que pase a tomarse unos vasos con ellos. Se resiste, pero al final se deja convencer por lo fácil, la ley muda que hace costumbre y te empuja a la taberna. Saber llegar a tiempo es lo esencial. Antes de llegar sabrá dónde va. 

Don Acisclo da por concluido el lío amoroso entre Manolito el Seminarista y Julia, una vez que queda bien demostrada la auténtica condición de Julia al rechazar la regeneración, la vía de gracia ofrecida, el agua lustral de la clausura perpetua en el convento como enmienda. Don José Bastida acapara ahora toda su atención. A la sazón su loro, Belcebú, no está católico, se halla sumido en un periodo de tristeza que lleva aparejado largas horas de silencio preocupante, solo roto por la repetición de: “Jove Bicorne, Jove Bicorne”, que como un graznido sale de su pico curvo. 

Un poco antes de la frustrada agresión en cuadrilla a don Acisclo se había producido una confrontación entre los tres loros más afamados de Castroforte. Don Perfecto Reboiras se sentía orgulloso del comportamiento de su animal hablador, sobre todo de la reputada longevidad que le permitía haber almacenado “un saber incalculable y oculto.” Únicamente había que encontrar la palabra clave para ponerle en marcha y hacerle recordar la sucesión de hechos ordenados de manera cronológica, respetando la peculiar sincronía y diacronía del tiempo de Castroforte. Y así desvelar la verdadera historia de la ciudad y de todos los J B. Don Perfecto consideraba al loro de Clotilde un cargante reloj de repetición, pura mecánica del papagayo. Su capacidad oral, limitada a repetir como una cotorra un número reducido de frases y canciones con escasa entonación. Eso sí, en latín. La cultura siempre suma y sigue. Considera al pájaro de pico curvo de don Acisclo un “oligofrénico y zampatortas” porque aguanta la convivencia bajo el mismo techo con el clérigo. 


"Los santos labrados en las arquerías, decorar"


A don Acisclo no le sienta bien el menosprecio a Belcebú. Esos días, morriñoso y aquejado de gripe. Lo mete en una jaula, lo tapa con un paño y con el a cuestas se dirige a la rebotica de don Perfecto para desafiar a su loro. El boticario anima al ave con un sorbito de aguardiente que – desinhibido y con garbo- requiebra a la pájara, aculada contra los barrotes de enfrente, emplazada en la querencia de la jaula: 

“Sal, morena, sal; 
Sal, morena, a tu balcón” 
Le canta luego con gorgoritos de barítono navarro y seductora voz balanceante de pajarraco desvergonzado. Le hace unas carantoñas y cucamonas que ponen colorado al mancebo de la botica. 

El inesperado descubrimiento de que Belcebú no es loro, sino lora, es un trauma. Sobrepasa la categoría de anécdota sin importancia. Ni la miel con cañamones consigue sacar a la pájara del silencio contagioso. Don Acisclo se pasa el día hilando fino para escapar de la melancolía de la lora. Bach acude en su ayuda. Cuando del violín salen notas de divinidad revelada, “su pensamiento discursivo se deslizaba por las melodías como por un tobogán.” 


 ¿A qué venía el aviso?

Años atrás al ave le había dado por gritar: “Cave canem, cave canem” cada vez que lo veía aparecer. De primeras pensó que estaba medio loco, pero luego llega a comprender la significación de la advertencia. Jove Bicorne es Júpiter convertido en toro raptor de Europa. La alegoría le lleva a imaginarse de misionero por media Europa, una invitación a abandonar Castroforte y predicar la nueva cruzada contra el peligro de la Rusia Soviética. Se imagina entregado en cuerpo y alma al proselitismo por las plazas de París abarrotadas de intelectuales radicales de izquierdas, en Roma el Papa escuchando tras las cortinas y dándole la bendición. Aquí entra en contradicción con su convencimiento anterior de no salir de Castroforte. Batallar con los días de lo cercano.

 “¡Ah, ese día!” Ese día soñado con Manolito acompañándole al piano y el clero apoyándole. Las godas sometidas a la severidad de sus normas aplicadas al matrimonio. Método Ogino, pero al revés: lechigada de muchachos que cubran las bajas de la primera línea, los hijos que Dios quiera. La postura permitida, “la tradicional, la que usaron resignadamente nuestras santas y castas madres.” El Anangaranga a la hoguera. 



 "La realidad entera resultaba un sistema intrincado"

Había que excogitar y excogitó con método. Una tarde de tormenta le ilumina un relámpago de inspiración:  
Jove Bicorne es igual a Jota Be. Ya sabíamos que: 
Jove Bicorne es igual a toro raptor de Europa. De lo cual se deduce que: 
Jota Be equivale a toro raptor de Europa. 

Los temblores de la inspiración le señalan que “su cerebro estaba a punto de penetrar en zonas inaccesibles al razonamiento, es decir, en el seno mismo del misterio.” La cosa no queda aquí. Se complica. 
Jove Bicorne es igual a Diablo. Con lo cual: 
Jove Bicorne es igual a Jota Be igual a Diablo. 

Pero otra nueva iluminación le aclara – estaba de relámpagos la tarde - , le dirige hacia Obispo, el loro de Clotilde que en realidad es Jerónimo Barallobre, otro JB. Un loro más en danza. Don Acisclo no acaba de convencerse de la asimilación del diablo con este loro tosco y huraño. Después de largas horas de estudio y llenar hojas de ecuaciones llega a la conclusión de que “fracasada la coyunda con el colega de Perfecto Reboiras, no le quedaba en la ciudad más macho idóneo que el de la Casa del Barco.” 

Deja la saga de JB de momento y se fuga con el violín a cuestas a ensayar a casa de Aguiar. El loro-lora- chillando “Jove Bicorne, Jove Bicorne.” Sabe que detrás de la anécdota está su significación. Eso es harina de otro costal. Dante y toda la escolástica abrieron el mundo al conocimiento, la ventana abierta con las cuatro maneras distintas de enfrentarse al texto. Don Acisclo aprovecha los momentos antes del ensayo para proponer a doña Clotilde que le preste Obispo para su lora. Ella le contesta que verdes las han segado. ¿Por qué no mete a la pájara en el convento? El clérigo aduce que la coyunda no es lo mismo en los animales que en las personas. ¡Dónde va a parar! Le explica que el toma y daca para los bichos es simple, no pasa de ser mera expresión vital, carente del orden tenebroso de pecado que acompaña las maniobras amorosas de los humanos . 

Mother should I build the wall?
Mother should I run for President?
Mother should I trust the government?
Mother will they put me in the firing line? 
Pink Floyd 

 


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.
 

miércoles, 18 de junio de 2014

La saga/fuga de JB (8) Gonzalo Torrente Ballester. Se perdieron los dos





 "Don Acisclo cerró bruscamente la mano del perdón, dio una patada en el suelo, dijo algo en latín y salió en estampía"


La saga/fuga de JB (8) 
Gonzalo Torrente Ballester 

La amenaza de vuelo sin motor provocado por el descuajamiento de los cimientos de Castroforte se queda en un simple amago de despegue. Buena prueba de ello es que el rey Artús ni se entera del bamboleo, el continúa con el punteo de guitarra como si tal cosa. La hondura de su nostalgia le transporta a Portugal. 

Puede que la ligera ascensión de Castroforte en una mañana de niebla espesa sea un cuento, o no. ¡Vete tu a saber! Tal vez una leyenda primitiva o solo una alucinación fruto de la mente febril de José Bastida trabajando a destiempo, pero los fijos de plantilla de la Tabla Redonda ven en el fenómeno telúrico indeterminado del cuento una forma de cuadrar las cuentas, ahora que los ingresos por las peregrinaciones al Cuerpo Santo están de capa caída, van de mal en peor. A ello hay que añadirle que el negocio de la lamprea ha entrado en periodo de franco retroceso porque no hay manera de que los peces engorden, debido a la merma que ha experimentado la tasa de suicidios entre la población de la que se nutren. 

Lanzarote ya se imagina la invasión de tropeles de peregrinos procedentes de los cuatro puntos cardinales convocados por el misterio, la enigmática ascensión de “Castroforte, la ciudad que se columpia.” Encargan a Lanzarote que se dé un garbeo por Madrid con la propuesta e intente convencer a la Sección de Diversos Centralizados - que es tan inútil como intentar cuadrar el círculo- de las bondades del prodigioso viaje al espacio de vez en cuando de Castroforte (eso sí, que nadie crea que la navegación llega a las regiones del aire donde se engendran el granizo y las tormentas, como hicieron  Don Quijote y Sancho en su viaje estelar a lomos de Clavileño). 


 "El rey Artús, inesperadamente,  empezó a tocar un fado cuya letra tenía algo que ver con la vida vacía y putañera de Lanzarote"

El fado es tristeza lusa, la perpetua melancolía de la guitarra. El rey Artús puntea un fado que parece un tango, un fundido en negro para cambiar de asunto en el relato, a la manera que los clarines y timbales indican el cambio de tercio. La materia narrativa gira, pone el foco en una estatua que estorba. Se trata del escamoteo del almirante Ballantyne. La figura tallada en material noble representa un insulto para la conciencia nacional, herencia primitiva de los antepasados. Algún desocupado político de la vieja casta (“castuza” los denominan los de la nueva, con ánimo de ofender) ha hurgado en los monumentos de Castroforte y ha descubierto que Ballantyne era un irlandés al servicio de Napoleón. Con ese nombre de cubalibre de ginebra pocas cosas mejores se pueden ser. Como no hay problemas entre la población, tenemos que crearlos. A santo de qué los mierdas, los miembros numerarios de la Tabla Redonda van a ser los únicos en saber quién fue el almirante de la estatua. Como al pueblo, la chusma o ente indeterminado, solo le interesa el bulto, cambiamos la lápida por otra envejecida, oxidada de pega, que ponga grabado:  “A los héroes del Callao”. Asunto resuelto. Es de conocimiento general que únicamente los forasteros pierden el tiempo leyendo las lápidas explicativas a los pies de los monumentos. 


"A dónde vas?" [...] "Un momento a la Colegiata, y, de paso, a traer limones"

Claustro del monasterio de los Jerónimos. Lisboa.

Aquella noche Belalúa entra en depresión por el trabajo. Dirige los pasos a casa de Bernardina la Galante, a curarse de la traición al pueblo y a sus amigos. Ella le cuenta que el barrio de Pombal anda revolucionado porque don Acisclo amenaza con meter en el convento a todas las mujeres del partido, “hermanitas del toma y daca.” Se trataba de un bulo, pues durante esos días don Acisclo estaba atareado en pregonar la reciente agresión en cuadrilla, el sindiós de volver a los tiempos antiguos del Pernales. El instinto de supervivencia da alas a su repertorio dialéctico, como se demostró aquella tarde con Manolito el Seminarista y el loro de testigos, organiza su muestrario de oratoria en torno a los siguientes puntos: 
 Primero: Manolito no es responsable de ser atraído por Julia, de la misma forma que el hierro no tiene responsabilidad al abalanzarse sobre el imán. 
Segundo: los actos cometidos sin libertad no obligan a reparación con lo cual Manolito está exento de obligaciones, matrimonio o compromiso con Julia. 
Tercero: tanto el sacerdocio como el matrimonio provocaría la muerte de su madre. 
Cuarto: el matrimonio no es garantía de correcta conducta moral. “Bien es sabido que todos los casados se cansan de sus esposas y empiezan a buscar el placer fuera de casa”. Los que no lo hacen es por miedo, pereza o falta de imaginación. 
Y Quinto: pasado un año de la ordenación in sacris, bien porque Julia se hubiera casado con otro o porque Manolito se hubiese despeñado por el abismo al que llevan las costumbres livianas,  el lo traería a su vera para cultivar el arte de acariciar el piano, sustituir a las damas que lo aporrean. Estas perspectivas de futuro dejan turulato al mancebo de abundante corazón y escasa mente. Dicho y hecho, don Acisclo manda a un monaguillo con un recado para Julia. La recibirá, sermoneará y despachará en la Colegiata. 



 "En el convento de Santa Clara hay trescientes celdas vacantes"

"Claustro del monasterio de Batalha"

Julia se dirige a la cita en un día oscuro bajo la lluvia, el agua se apresura calle abajo. De paso traerá limones maduros. Asustada por los ecos del taconeo al andar, multiplicados por la oscuridad, la resonancia en las bóvedas y el rebote del sonido en las paredes desnudas. La recibe la voz de un monaguillo revestido. Ella se acerca al Corpo Santo. Se arrodilla en la capilla en un reclinatorio forrado de pana roja. Siente los pasos autoritarios como de una orden que se acercan, tras ellos aparece la figura de  don Acisclo que con la rapidez del trueno después de una exhalación le sujeta el brazo y la empuja, la acorrala  contra la pared. 

Don Acisclo la acusa de ser una bruja, la encarnación de la lujuria. De querer robar un sacerdote a Jesucristo, almas al Señor. De ser un diablo que pone una trampa bajo los pies de un inocente. Julia protesta, rechaza la acusación y manifiesta que el tiene una obligación que cumplir por robar su honra. El clérigo justifica al seminarista. ¿Qué va a escoger un hombre enredado en una lucha tan desigual entre la sierpe de la lujuria con cuerpo de hembra por un lado y su madre y Dios por otro? Confiesa que el mismo cayó en la tentación, pero lo salvó un loro. Ahora es el quien salva de la perdición a Manuel. Don Acisclo sale a la lluvia en estampida, jurando en arameo cuando ella rechaza el ofrecimiento de salvación si ingresa en el convento con trescientas plazas libres. 


y entre palmas y fandangos
la fue enredando,
le trastornó el corazón.
Y en las playas de Isla
se perdieron los dos.
Donde rompen las olas
besó su boca
y se entregó.
Carlos Cano/ Amalia Rodrigues 





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



miércoles, 11 de junio de 2014

La saga/fuga de JB (7), Gonzalo Torrente Ballester. Querer sin ver





"Contemplaba las paredes comidas por la hiedra, los jaramagos y verbenas que crecían en las hendiduras y ponían, irrespetuosos, un airón de flores en la cabeza de la santa titular"

Claustro románico de la Colegiata de Santillana de Mar


La saga/fuga de JB (7) 
Gonzalo Torrente Ballester 


Don Acisclo tiene buen corazón, se le cae el alma a los pies al contemplar la degradación del convento. Poco pueden hacer la docena de monjas para detener el deterioro de los claustros ruinosos, los jaramagos altones como almendreras rampantes por los jardines, las paredes comidas por la hiedra, la fuente muda. Como se pueden imaginar, el refuerzo de las manos de Minucha la del Globo no suma nada a la hora de frenar el deslustre y los desperfectos que el paso del tiempo causa sobre las cosas;  cuando no le ruedan lagrimones de sus ojos, insulta a las madres con ferocidad. 

El clérigo se pone la venda en los ojos para soñar sin ver “el convento reconstruido, poblado de trescientas monjas nuevas, arrebatadas a la voracidad sexual de los varones de Castroforte y a las obligaciones matrimoniales, a la maternidad y a sus deberes.” La música brota del silencio. Transportado, embriagado y ciego ejecuta el Concierto en re mayor para violín y orquesta Opus 61 de “Biitufen” (escrito tal cual, como se pronuncia en alemán), junto a la orquesta monjil. Cuando responde con el rondó ascendente del solo del violín alguna de sus devotas seguidoras pega un grito: “¡Ahí está el hombre!” Allí aparecía resplandeciente y desnudo en la ojiva del claustro alto Jota Be, la figura del hombre imbatible, impermeable a la música y las plegarias, impenetrable a las disciplinas y exorcismos de don Acisclo que provoca dos reacciones contrarias: la huida de las monjas viejas y las invitadas y los aullidos de gata de enero de las jóvenes que se lanzan en persecución del aparecido hasta caer rendidas y desmadejadas como una muñeca de trapo de tanto desmadre y pasión por las esquinas de los claustros. 


Es entonces cuando interviene la mano de don Acisclo en el largo proceso de recuperación para la castidad y la música de las desmandadas. La operación es compleja porque comprende graves ayunos y severas disciplinas con el fin de debilitar el vicio y la carne. Don Acisclo pasa revista diaria de todas las espaldas, cuenta cardenales y moratones. “¡Ah, cómo se sentía entonces don Acisclo investido de poder!” cuando las trescientas monjas pasaban desnudas de cintura para arriba con las cabezas gachas y les rubricaba cruces de sangre sobre la espalda con el látigo de crear armonía coral. 

Estas imaginaciones dejaban exhausto a don Acisclo a la vez que le ungían con una fuerza invisible, un deseo irrefrenable de cargarse la Tabla Redonda, cuyos miembros en cuadrilla le habían intentado eliminar a la umbría de la blancura eucarística de los magnolios en flor de la Plaza de los Marinos Efesios la tarde en la que Beatriz Aguiar había conseguido la perfección al interpretar, a fuerza de ensayar, su parte de piano de la Sonata a Kreutzer:


 


Aquella tarde del ataque emboscado venía don Acisclo con el corazón henchido de una doble satisfacción. Al buen ensayo se añadía que había conseguido interesar a alguien en el relato completo de las nueve esmeraldas mejicanas y su huida de Méjico cuando la revolución de Calles, el loro endemoniado y su violín guarnier. Marqués de Bradomín gallego y aventurero. 

Cuenta hasta siete bultos que le salen al paso armados con estoques y estacas. Siente el aliento frío de la muerte en el cogote. La impunidad del asesinato en soledad, acorralado como una alimaña. Atacado por jaurías de perros feroces entrenados para morir o matar. 

Descartada la palabra como tabla de salvación, se resigna a morir, rodilla en tierra como los mártires cristianos entregados en sacrifico a los leones hambrientos por los romanos. Una vez fracasada la oratoria, se agarra al clavo ardiendo de la música: “El quejido del violín y mi último quejido se confundirán en uno solo.” Con la lentitud del que alarga el momento definitivo levanta el arco y roza las cuerdas tensas que lanzan al aire denso de la tarde las desusadas notas de la Partita tercera de Bach. La música extremada hiere el corazón, arrebata el alma de los siete asesinos. 
 Tirulí tirulirulí. 
Quedan quietos. Paralizados. Estremecidos por el sonido del violín que golpea los troncones de los magnolios imperiales rebosantes de flores blancas del norte. 


Aprovechando el desconcierto se escabulle hacia la Rúa Sacra, protegido por la luz de las ventanas con ojos de mujer que escuchan arrebatadas la pureza de la música del solo de violín que impregna el ambiente. 

“¡Cuán grande es tu poder, Acisclo!” –proclaman todas conmovidas de emoción por el vendaval de música que brota a borbotones de su violín. Así los miembros de la Tabla Redonda salen silenciosos en procesión. Hechizados por las notas musicales,  arrojan el armamento al río, justo donde las aguas revueltas del Baralla asumen las quietas del Mendo. 

La inesperada salvación in extremis del héroe, Don Acisclo, no sienta nada bien en el poblado. No esperaban la derrota insólita de siete a uno. No lo esperaban las solteras y viudas, tampoco los maridos ni las monjitas, todos tenían razones poderosas para desear el escarmiento al clérigo violinista. Unas porque hurgaba en los trapos sucios de los asuntos familiares, otras porque quería meterlas en el convento, los maridos por los remilgos morales que ellas objetaban a la hora de la cohabitación y las internas porque no las dejaba ser santas a su modo. 

En estas estaban cuando un ligero bamboleo, “un quejido largo y remoto, como si llorase el corazón de la tierra, con algo de rotura y algo de violencia”, un amago de vuelo viene a sacarlos de la vergüenza de la derrota y poner “esa cara de túzaro que ponen los nacionalistas ante el misterio”, ven la ciudad descuajarse de su asiento y ascender. Entramos en otra dimensión, empieza el Mundial de fútbol y eso son palabras mayores, más de un mes concentrados, pendientes del balón, ya pueden quienes nos gobiernan dedicarse a hacernos fechorías, muchos estaremos distraídos con el pan y el circo que nos regalan desde Brasil y nos hace un poquito más felices. 

"Llevo una venda en los ojos
como pintan a la fe.
No hay dolor como esta gloria
de estar queriendo sin ver.
Mi corazón no me engaña
y a tu caridad se entrega.
duerme tranquilo "sentraña"
que te estoy queriendo a ciegas."
Quintero / León / Quiroga. 
Miguel Poveda


 



 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

miércoles, 4 de junio de 2014

La saga/fuga de JB (6), Gonzalo Torrente Ballester.Rumor de los surtidores





"Las noches de concierto, el monasterio parecía devuelto a sus mejores tiempos" 

Claustro de la colegiata de Santillana de Mar


La saga/fuga de JB (6) 
Gonzalo Torrente Ballester 

Don José Bastida no era miembro numerario de la Tabla Redonda, su posición no pasaba más allá de la categoría de elemento adherido que tampoco era moco de pavo. Poseído por el don de la oratoria, aparecía especialmente dotado para convencer a las gentes ingenuas. Con estas “ideas solubles” bajo el brazo consigue demostrar que “tirar al Mendo a don Acisclo es un modo peligroso de perder el tiempo.” 

Partiendo del ancestral y nunca abandonado hábito del rapto de mujeres para propio beneficio (buena muestra de ello es el actual y mundial movimiento del #bringbackourgirls), considerado por lo tanto fórmula universal debido a lo repetido de los raptos legendarios e históricos como le ocurrió a  Helena a manos de Paris, Europa secuestrada por Júpiter tauro, las Sabinas por los romanos o el tributo de las cien doncellas hispanas pagado a los sultanes del Califato de Córdoba. Hechos que guardan semejanza con los perpetrados por el Obispo Bermúdez o el Canónigo Balseyro después de la derrota. También merecen similar consideración los intentos baldíos del Canónigo don Apapucio de meter a Carolina Soto en el convento de las Clarisas. Todos tienen en común el uso indiscriminado de la violencia y la actuación en contra de la voluntad de las interesadas. Pero no todo es pintar como querer; los raptores suelen acabar sus días de mala manera. Como pago de las acciones contra la voluntad de las personas, a menudo la gente no sucumbe, tiene la buena costumbre de luchar por la libertad y contra las injusticias hasta las últimas consecuencias. Por eso Menelao no para hasta despachar a Paris y el Espartero manda al más allá a Júpiter en puntas de un bajonazo indecente. 


"Razones por las que tirar al Mendo a don Acisclo es un modo peligroso de perder el tiempo"

El gesto indeseable de la prohibición debe ser algo innato en algunas personas, a pesar del escarmiento propinado a los históricos raptores de la libertad, surgen nuevos como las setas después de la lluvia suave del otoño. Es así como don Acisclo Azpilcueta rapta a Minucha la del Globo y la aloja en el convento. Don José Bastida sugiere un castigo rotundo; salirle al paso y propinarle una tanda de palos ante todo por atreverse a desbaratar el noviazgo de la muchacha con un seminarista a punto de la tonsura mayor. El castigo en cuadrilla, con nocturnidad y alevosía no debe ser efectuado en cualquier sitio, tampoco a cualquier hora sino en el lugar apropiado, aprovechando la oscuridad de la Plaza de los Marinos Efesios a la hora en la que don Acisclo la cruza solitario, en compañía de su violín. 

En efecto, don Acisclo cruzaba la plaza a diario después de la sesión de ensayo de un “concierto vagamente caritativo” en casa de los Aguiar. Estaba obsesionado con meter a todas las solteras y viudas nativas (las godas estaban exentas de peligro) de Castroforte en el convento, incluidas -por supuesto- las “tres tórtolas tristes”: Beatriz, Pura y Lilaila. Pero Beatriz estaba segura de que no la admitirían por su tendencia pecaminosa a hacerse pajas en el baño. Como la pensión de orfandad a la que tenía derecho por ser hija de padre coronel retirado, muerto de entusiasmo patriótico al empezar la guerra, no le daba para subsistir, tienen que ponerse a trabajar. Pura se pone a bordar uniformes para la Armada. Lilaila, como leída y escribida que era, organiza una escuelita para entretener a parvulitos en los bajos de la casa a módico precio y así sacarse unos duros. Beatriz da clases de piano, pero la mayoría de los alumnos eran hijos de amigas y no se atreve a cobrarles. En resumidas cuentas que deja la música, abandona el ruinoso negocio de la enseñanza y abre un taller de costura al que acude “un endiablado cotarro de locas desvergonzadas” del que don Acisclo huye como de la peste. 

La fama de que Beatriz tiene buena mano para el corte se extiende. Incluso la gobernadora le encarga un vestido que es la sensación de la fiesta. Don Acisclo no desperdicia la coyuntura, entabla conocimiento con ella y llega a tener vara alta en el trato de la familia Aguiar. A pesar de todo no llega a cumplir el objetivo de ingresar a las tórtolas tristes en el convento. 

Don Acisclo no deja desamparadas de confesión y desatendidas de consejo a las mujeres, muchas de ellas casadas, que no entran en el convento, las atiende desde el confesionario. La señora del abogado de Estado, Benítez Araujo, le pide consejo sobre unas prácticas eróticas que tiene que realizar para paliar la flojera de su pareja sobrevenida después de una enfermedad, pues aunque el letrado parece repuesto, de hecho acude al trabajo con normalidad, a la hora de la suerte suprema “aquello remoloneaba y, sobre todo, no alcanzaba las condiciones plásticas indispensables para los fines previstos y apetecidos” y si no cohabita dos veces por semana anda como gaviota loca, y se le van los ojos tras los jóvenes mancebos. Las minuciosas descripciones de las maniobras amorosas que las mujeres le confían, abren la puerta de las fantasías eróticas del clérigo. 




 "Pero los daba [conciertos], semiprivados y gratuitos en el claustro gótico del monasterio, con macizos de rosas y cuatro cipreses en las esquinas"

Claustro del monasterio de los Jerónimos. Lisboa. 

Se imagina a sí mismo dirigiendo una orquesta de monjas bien armonizadas, seleccionadas por el buen oído musical, de una calidad semejante al coro del Tabernáculo Mormón. En su mente levanta tablados, llena su imaginación de patios y amplios claustros románicos repletos de sillas de tijera en los que toman asiento las mujeres de las autoridades locales junto a las internas cerradas de oídos. Las noches de concierto el monasterio recobra su antiguo esplendor. La larga duración de los conciertos se alivia con el reparto de las famosas y exquisitas rosquillas hechas por las monjitas de Santa Clara. 

Si la sinfonía implicaba coros, las cuarenta monjas escogidas ocupan el lugar idóneo. A continuación lo hacen las ejecutantes entre las que destaca la virtuosa de la percusión, una moza robusta llena de vitalidad que no para quieta. La hermana del fregadero corta la llave de paso de los surtidores de la fuente y cae el silencio rotundo sobre el claustro, la pausa breve. Aparecen don Acisclo y su violín, con su manto desplegado, atrancando calles. “Aquella música atravesaba los sillares y conmovía los pechos varoniles que, alrededor del convento, lloraban la soledad amorosa en que el celo salvador de don Acisclo les había dejado. ¡Ni una soltera joven! ¡Ni una viuda madura! ¡Ni orgasmos ni eyaculaciones en el ámbito purificado de Castroforte del Baralla!” Pero todo no era más que un sueño porque en realidad “las chicas de la ciudad eran reacias a meterse monjas y las godas ni pensarlo.” La cruda realidad decía que las internas del convento se limitaban a una docena de monjas reforzadas ahora por Minucha la del Globo.

La rosa se distraía 
oyendo los surtidores, 
mientras el viento gemía 
de amor en los miradores. 
Rafael de León/ Quiroga
Rocío Jurado



 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.