miércoles, 28 de enero de 2015

El Quijote de Avellaneda (25) Alonso Fernández de Avellaneda. Como una regadera.





"Lleváronse consigo a don Quijote, armado de todas las piezas, y más de coraje, y con él a la reina Cenobia y a Sancho llevando un lacayo del diestro a Rocinante"

El Quijote de Avellaneda (25) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XXXIV 

Sería un desperdicio que el entretenimiento con la trinidad de caminantes fuera de uso exclusivo de la nobleza adosada a ellos desde su llegada a Madrid, pronto se corre la voz de la risa gratis y llega a universal pasatiempo de toda la corte. A costa del empeoramiento de la locura de don Quijote, sobre todo al ganar a su escudero para la causa de la caballería andante, armado caballero gracias a la victoria sobre el escudero negro. Desde ese momento marcando estilo, revestido de un gracioso vestido, caperuza nueva, unas calzas atacadas y de repente armado, portador de espada de manera permanente. 

Los señores deciden deshacer el trío de aventureros para ir dando cima y fin al relato; primero, apartan al hidalgo de Bárbara para seguidamente dejarlo de exponer al público. Consideran que Sancho no corre peligro de perder el juicio. Determinan a continuación que don Álvaro Tarfe se encargue del internamiento de don Quijote en la casa del Nuncio de Toledo que le pilla en el camino de regreso a Córdoba ocho días más tarde. El noble caballero andaluz se siente culpable de levantarle la cabeza al animarle a echarse a los caminos,  por dejarle la armadura nueva para las justas de Zaragoza y haber alabado su valentía. Pero antes debe rematar la aventura con Tajayunque tantas veces aplazada. Será al día siguiente en la Casa de Campo,  numerosos amigos y conocidos estarán entre los invitados

El príncipe Perianeo se ocupa de que Bárbara acepte “el recogimiento que le quería procurar en una casa de mujeres recogidas.”  El Archipámpano se compromete a darle la dote y la renta necesaria para que cubra los gastos de la estancia en ella. 

Todo listo, la hora de la verdad ha llegado. Se presenta don Quijote revestido de todas las piezas a lomos de Rocinante, más lucido después del ocio, el poco trabajo y el buen pesebre en las cuadras de la nobleza. El secretario de don Carlos habilita uno de los gigantes que se sacan en procesión el día del Sacramento, hace de Bramidán que en tono desafiante está dispuesto a cortar por lo sano. Se presenta imponente,  con una espada de palo entintada de tres varas de larga y un palmo de ancha. Forjada en la fragua de Vulcano, herrero del infierno. Su aparición asusta a Sancho que se admira de la bestia “más desaforada que en toda la bestiería se puede hallar.” El demonio Tajayunque en persona, que lleva persiguiendo a su amo desde hace más de cuatro meses desde el cabo del mundo. Un carro tirado por bueyes transporta el armamento del gigantón. Su espada es capaz de cortar al medio el yunque de un herrero y partir en dos de un revés a diez o doce personas a la vez. 



"El Archipámpano para mayor recreación hizo hacer un gracioso vestido a Sancho, con cuyas calzas atacadas que el llamaba zaragúelles de las Indias"
La historia marcará un antes y un después. Viene Bramidán a la Corte del Rey Católico a cumplir con la palabra dada. Hoy es el día de la victoria, el día de cortar y llevar la cabeza de don Quijote al reino de Chipre. De coronarse pacíficamente rey de todo el mundo, de quitar de en medio el estorbo de don Quijote de una vez por todas. De llevarse todas las damas a Chipre. Hoy comienza Bramidán y termina don Quijote. 

Las amenazas no ponen ni un asomo de temor en el indómito corazón del Caballero Desamorado. Ya no es tiempo de palabras, sino de manos. Para que no haya quejas ni reclamaciones posteriores, le pide a Sancho que le desvista por vez primera en toda la novela. El desarme definitivo significa que vamos llegando al final de la historia y del guerrero don Quijote de la Mancha. Componiendo el momento más triste del relato. Casi tanto como dolorosa fue la derrota del hidalgo en las playas de Barcino, a manos del Caballero de la Blanca Luna y la tristeza andante del regreso a morir entre los suyos. Lucharán cuerpo a cuerpo. Dejando a la vista de todos su cuerpo “consumido y arruinado que no parecía sino la muerte.” Señalados sobre el sayo negro el peto, gola y espaldar, el jubón y la camisa medio podridos del sudor: “pintiparado un rocinazo viejo de los que echan a morir al prado,” a decir de Sancho. 



"No se puede un hombre con ellos rebullir, ni abajar a coger del suelo las narices, por más que so le caigan los mocos"
El secretario se quita de encima el artefacto de gigante y aparece vestido de mujer. Se presenta como la infanta Burlerina, hija del rey de Toledo, sitiado por las tropas del rey de Córdoba. El sabio Alquife la tiene encantada, transformada en el gigante Bramidán. Ha venido a pedir a don Quijote que acuda en ayuda de su padre asediado, siendo ella misma el premio de sus trabajos. El rey de Córdoba exige la entrega inmediata de la infanta con doce doncellas más para evitar el arrasamiento, el saqueo y posterior pase a cuchillo de todas sus gentes. Don Quijote irá en persona a dar favor y socorro a su padre, solo queda concertar el cuándo y el cómo pues desafiado tiene al príncipe tirano, pero – cobardón- ha huido. 

El príncipe Perianeo se da por vencido y colabora con el plan trazado para encerrar al hidalgo, abandona su aspiración  deshonesta sobre la infanta Florisbella para que don Quijote se centre en la marcha a Toledo y así facilitar el internamiento en la Casa del Nuncio. Bárbara, en principio remisa a ello, accede a la voluntad del Archipámpano para quedarse en las Arrecogidas con la dote suficiente “con que pagar la vida lo que durase.”


Y dejar de lado la vereda de la puerta de atrás
por donde te vi marchar
como una regadera que la hierba hace que vuelva a brotar
y ahora es todo campo ya.

Sus soldados
son flores de madera
y mi ejército no tiene
bandera, es sólo un corazón
condenado
a vivir entre maleza
sembrando flores de algodón.
Extremoduro




 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

miércoles, 21 de enero de 2015

El Quijote de Avellaneda (24) Alonso Fernández de Avellaneda. Perfecto Judas.





"Ensartar azumbres; que a fe que los enhila tan bien como la reina Segovia"


El Quijote de Avellaneda (24) 
Alonso Fernández de Avellaneda 
Capítulo XXXIII 

Sancho recela de la mesa baja a la que lo sientan a cenar. Semejante a las mesas de juguete de  las muñecas, siendo él grandón como tarasca de Toledo y barbudo como nuestros primeros padres, Adán y Eva. Desconfía por si acaso, teme que la comida vaya en relación a la mesa, sobre todo cuando observa que a una hija pequeña de los anfitriones la ponen en la mesa redonda,  delante de unos platos más grandes que la artesa de Mari Gutiérrez. A la hora de la comida nada se escatima en gastos. Si hace falta, Sancho se paga la cena, que su dinero no es falso, es tan bueno como el del Rey y tan bastardo como las monedas que dieron a Judas por traicionar a Cristo. 

El maestresala le indica que no hay razón para la desconfianza. Lo apartan precisamente porque así puede tragar más. Ya se sabe que los que se separan es porque quieren tocar a más y comer más a placer que los compañeros, estorbos a la mesa. Engulle sin escrúpulos de conciencia un plato de avechuchos, palominos con sopa dorada para empezar. Luego, que vengan y vayan platos hasta templarse. Paga con todo el dinero que le queda. No quiere irse a acostar sin rematar las cuentas, como siempre ha hecho con su amo y porque lo “mandan los mandamientos de la iglesia cuando mandan pagar los diezmos y primicias.” El anfitrión acepta el dinero como pago de lo ya gastado y la comida del día  siguiente. Sancho lo ve justo, vaya una cosa por la otra,  porque a veces la manutención les ha salido cara, pagada con palos en las costillas.

Entretanto a la sobremesa don Quijote y Cenobia tienen un intercambio de pareceres. Ella no quiere exponerse más a la burla del Archipámpano, ya saben todos que su oficio es el de mondonguera. Que se contenten con la guasa continuada a don Quijote. La intervención del amo la convence. Le dice que está cansado de oírle esa blasfemia. El sale de fiador de que en viéndola,  todos respetarán y estimarán su amor crepuscular en todo lo que merece. Además, la buena vida que lleva depende de condescender con el tinglado montado alrededor de la locura de don Quijote. Quid pro quo


"Más honrado era san Pedro y negó a Jesucristo"

En este Quijote apócrifo Sancho va a misa como dios manda a todo cristiano viejo y no pagano ni protestante, como quedó establecido en la batalla de Lepanto. Acompaña al Archipámpano al que cuenta que con tanta aventura que se traen entre manos, se le ha metido el demonio dentro en estos últimos tiempos y le ha “volado de la testa la confesión.” De sus tiempos mozos solo le queda en “la memoria encender las candelas y escurrir las ampollas.” También tocaba el órgano por detrás. Desde que falta, le echan de menos en la aldea. 

El Archipámpano se interesa por su jornal. Sancho cobra nueve reales al mes y mantenido, también un par de zapatos nuevos al año. A mayores, cuenta con la promesa del derecho de saqueo en las guerras que ganen, que hasta el momento solo han sido gentiles garrotazos de los meloneros de Ateca. A pesar de todo, sigue a su amo por su valor. Su valentía es indolora, jamás le ha descubierto haciéndole daño a nadie. Todavía no lo ha visto matar ni una mosca. El Archipámpano le ofrece un vestido y zapatos nuevos al mes además de un ducado de salario. Sancho negocia, se hace valer. Conoce el valor de un buen escudero y le exige un rucio gentil para ir por los caminos, ya sabe que se le da fatal eso de caminar a pie, y que le prometa ser Rey o algo de autoridad de alguna ínsula o península, como don Quijote le tiene prometido. El y Mari Gutiérrez se valen para deslindar los desaforismos de aquellas islas. El Archipámpano acepta, puede incluso traerla para servir a su señora,  la Archipampanesa. 

A media tarde, después de sestear un rato,  don Quijote y Bárbara se presentan en carroza. Entran en el salón con gran ceremonia agarrados de la mano. Don Álvaro Tarfe los presenta con solemne gravedad. Hincado de rodillas ante su amo, Sancho se interesa por su rucio y Rocinante. Le pregunta si se ha acordado de echarles de comer y de beber. Aunque no haya  faltado de su vera más que un solo día, los lleva en el corazón. 


"No tendré las treguas por firmes si juntamente no nos damos los pies"

Los circunstantes “celebraban unos con otros la locura dél y fealdad della.” El Archipámpano la menoscaba, le dice que ya comprende el porqué de que su amo se haga llamar el Caballero Desamorado. Al mirar su cara difícil de mirar le será más fácil conseguir su pretensión. Le ofrece trabajar de camarera de su mujer para acallar la niña que crían. Le parece la más apropiada para esa complicada tarea. Sancho que escucha,  apoya la propuesta. La ocasión la pintan calva. Buena oportunidad para desprenderse de ella y que deje de gastarles. 

Estando en estos dares y tomares, aparece don Álvaro Tarfe para anunciar la presencia del escudero negro, criado de Bramidán de Tajayunque. A Sancho se le cambia el color de la cara. Mejor que le digan que él no está en la sala, pero si don Carlos y su amo le ayudan un poco, se atreve con él y “que se acuerde del día en que el negro de su padre le engendró.” 

Aparece el tiznado escudero, fantasmón de discurso hueco. Ostentando la riqueza de una cadena de oro macizo al cuello, anillos en los dedos y “gruesos zarcillos atados a las orejas”. A la moda iba el moreno de pega. Sancho se engalla con él, lo llama monte de humo, semejante a los “montes de pez que hay en el Toboso para empegar las tinajas.” Pero el escudero negro no repara en minucias, cosas de poca monta. El viene a tratar de asuntos mayores. Viene de parte de su amo, se dirige al Caballero Desamorado para pedir hora definitiva y librar la batalla tantas veces aplazada. Informa de la ferocidad de Bramidán de Tajayunque que acaba de dar cima a una aventura en Valladolid. Ha dejado la ciudad con doscientos caballeros menos, sin más armas que una maza de acero colado. 


"Y vuesa merced, armado como un san Jorge, contemplándose a su reina Segovia"

La lucha será el domingo cristiano por la tarde que no se trabaja. Antes quiere vengarse del escudero Sancho Panza por lo que va diciendo por ahí. Lo hará tajadas menudas con los dientes para que se lo coman las aves de rapiña. A Sancho unas se le van y otras se le vienen, pero está sin la rabia suficiente para luchar. Con todo, es capaz de hacerle rabanadas de melón con las uñas para echárselas a los cerdos. No quiere guerreaciones con nadie, pero obligado te veas si vienen a por ti. Mejor a mojicones o esperar a la nieve de invierno para luchar a bolazos. “Tente bonete desde tiro de mosquete.” Porque a espada se pueden sacar un ojo sin querer. Además su jornal solo cubre dar de comer a las caballerías y servir al amo en lo que sea menester, nunca hacer batallas. El pacifismo de Sancho cuando el peligro acecha. 

Don Álvaro Tarfe propone que luchen solo los amos y así el escudero del amo que pierda también salga derrotado. Asienten ambos y se dan los pies para rubricar la tregua. Al dárselo Sancho, el escudero negro se lo coge y le pega un gran tumbo antes de emprender la huida. Cuando don Quijote le azuza para salir corriendo detrás de él, Sancho rehúsa  por el riesgo de salir peor librado si llegan a las manos. 

Se les va la tarde sin pensar, se les para el reloj, entretenidos con estos y otros ocurrentes disparates. El Archipámpano, rumboso, invita a todos a cenar y luego a reposar cada uno en su aposento, menos Sancho que se queda de mala gana en la casa a hacerse cómplice de la noche. 

Has despejado mis dudas
y has logrado que aprendiese
a ser un perfecto judas
desde la jota a la ese.
Contigo he comprendido que la
humedad
es algo que se seca y se olvida
gracias a ti he sabido que la verdad
es sólo un cabo suelto de la mentira.



 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

domingo, 11 de enero de 2015

El Quijote de Avellaneda (23) Alonso Fernández de Avellaneda. Tablas al ajedrez.





"Caminaron hacia la casa del fingido Archipámpano, a quien dieron los pajes luego aviso de las visitas que llegaban"

El Quijote de Avellaneda (23) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XXXII 

A primera hora de la mañana don Carlos y don Álvaro deciden presentarse ante Su Majestad para besarle la mano después de oída la misa. Don Quijote quiere seguirles al socaire del run run que le convoca a no estarse quieto en casa, a guerrear sin pausa. Ellos le convencen para que se quede en sus aposentos, aunque no sin guarda por si se le ocurre escapar. 

Sancho también quiere guerra, ya está concentrado en ello. Le indica a don Carlos que si ve al escudero negro,  le recuerde que se apareje para la batalla de la tarde o al día siguiente. A continuación, asarán un gazapo o algo y después del desorden gastronómico pueden negociar, le desafiará a segar. Le puede dar dos o tres gavillas de ventaja. Ya lleva tiempo dándole vueltas al magín sobre la mejor estrategia a seguir en la batalla: llevará una gran bola de pez blanda de zapatero en la mano izquierda, cuando el rival descargue su puño con furia, se le quedará pegado. Sancho aprovechará el desconcierto del momento para arrearle mojicones en la nariz hasta dejársela roja de pura sangre. 



 "Aquí tiene vuesa alteza, señor de los flujos y reflujos del mar, y poderosísimo Archipámpano de las Indias océanas y mediterráneas,"

Rendida visita a Su Majestad y demás grandes de la corte, acuerdan con un familiar y amigo que llevarán ante ellos a don Quijote y Sancho a condición de que se hagan pasar por el gran Archipámpano de Sevilla y su mujer la Archipampanesa. Disponen que don Quijote y Sancho se presenten en su casa con parafernalia y boato vaticanos, en carroza y a la caída del sol. Don Álvaro Tarfe presenta a don Quijote ante el señor de los flujos y reflujos del mar, como la flor y nata de la caballería manchega y defensor de sus reinos, ínsulas y penínsulas. El Caballero Desamorado calla para hacer el momento más grave, hasta que llegue el silencio profundo. Que todos callen y le oigan. Se dirige al “magnánimo, poderoso y siempre augusto Archipámpano de las Indias, descendiente de los Heliogábalos, Sardanápalos y demás emperadores antiguos” con solemnidad episcopal. El ha venido a ser amigo verdadero, obligando a emperadores a “rendir vasallaje, enviar parias, multiplicar embajadores, ” a hacer treguas mientras esté en su casa. Para comprobar que su fama no es voz que se lleve el viento,  quiere en su presencia entablar batalla con Bramidán de Tajayunque y ofrecerle la cabeza del gigantón a Cenobia, reina de las amazonas. Sin olvidarse de la victoria que espera con el hijo del rey de Córdoba y hacer que el príncipe Periandro de Persia desista de los amores de la infanta Florisbella en beneficio de su amigo Belianís de Grecia. Que mande ir y venir de uno en uno y por orden, que los reta a todos, desafía y aplaza. 

Quedan todos en suspenso al oír tantos disparates seguidos tan bien concertados sin saber qué decir. Por fin el mismo Archipámpano le sugiere al menos dilatar el combate hasta después de consultarlo con Bramidán y los grandes. Y que se retiren las damas (los niños y las damas primero) por temor a que todas se vean afectadas por el soplo de Cupido. El Caballero Desamorado será para su hija la infanta. Aquí están sus casas y el uso de todo lo que hay dentro de ellas para su yerno. 


"Ahí tengo yo el imperio de Grecia, Babilonia y Trapisonda para cada y cuando que los quisiere"

Don Carlos le indica a Sancho que ha llegado su minuto de gloria, la hora de darse a conocer y pedir licencia para librar batalla con el escudero negro y así ser armado caballero andante. Sancho copia la misma solemne actitud que acaba de presenciar en don Quijote. Hincado de rodillas ante su amo, le pide licencia para hablar con el señor Arcadepámpanos unas palabras, pues andando días y viniendo días se dignará a concederle el orden de caballería con todos los haces y enveses. 

Obtiene licencia con la condición de no decir sandeces. Cada vez que diga alguna, Don Quijote le tirará del sayo de tapadillo para que se desdiga en público de lo dicho. Con la ceremonia y lentitud al hablar copiada del hidalgo, se calla hasta que todos hacen lo mismo. Se dirige al “magnánimo, poderoso y siempre agosto harto de pámpanos...” ganándose el primer tirón de sayo por confundir sin ton ni son al augusto Archipámpano. Se presenta Sancho Panza por delante y por detrás, escudero y marido de Mari Gutiérrez, cristiano viejo y no pagano como el príncipe Perianeo, ante todo que conste la casta de los Panza. Continúa su comunicación hablada con interrupciones frecuentes,  que Sancho no tiene la memoria del misal. Intenta huir de los gigantones como de la maldición. Allá se las entienda su señor con ellos. Su enemigo mortal es el escudero negro. A ése ni agua. No parará hasta lavarse las manos en su sangre negra. La batalla no será a espadas ni a palos,  que podrían hacerse daño sin querer. Ha de ser a mojicones y cachetes. Si alguna coz o bocado se escapa, san Pedro se la bendiga. “Si bien es verdad que puesto en mi rucio, tanto me lo soy como cualquiera.” 



"Como media noche era por hilo, los gallos querían cantar"


El escudero negro tiene ventaja: está bien descansado porque lleva tiempo de vida regalada; hace dos años que no pelea y eso no se olvida aunque no se practique, como el Ave María. Para compensar la balanza, el señor don Álvaro le echará unos antojos de caballo, (Vete tu a saber en qué consiste el hándicap) así errará los golpes y a escondidas puede sacudirle mil porrazos y obligarlo a presentarse ante Mari Gutiérrez para rogarle que le pida perdón y así, derrotado el enemigo y retirado el estorbo, ser armado caballero andante, ser feliz, dejar de sufrir burlas porque a perro viejo no hay cuz cuz. 

Don Quijote monta en cólera por las risas tan ligeras de los presentes, gente de importancia y de orden que rompe la seriedad debida. La audiencia teme una lluvia de cuchilladas. Interviene la Archipampanesa para pedir que le traigan a la reina Cenobia y así comprobar su peregrina belleza, que salvo la boca, de un jeme mayor que las presentes, le sobra hermosura en un pie para dar y regalar. 

Se retiran don Quijote y el acompañamiento con el consuelo de que “empezaban ya a conocerle y temerle los de la corte.” 

Negocié tablas al ajedrez: tu alfil por mis peones,
abrevé en los pezones con sal de la mujer de Lot,
antes de que tiñera noviembre mis habitaciones,
descorché otra botella con la viudita de Clicquot.

Allons enfants de la patrie,
maldito mayo de París,
vendí en Portobello los clavos de mi cruz,
brindé con el diablo a su salud.

Mi manera de comprometerme fue darme a la fuga.





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

 

miércoles, 7 de enero de 2015

El Quijote de Avellaneda (22) Alonso Fernández de Avellaneda. Encontré una tristeza.





¿Cómo le va a vuesa merced en esta corte desde que está en ella?

El Quijote de Avellaneda (22) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XXXI 

Dan de cenar a don Quijote y la compañía. Alzados los manteles,  llaman a Bárbara para que les cuente su vida llena de altos y bajos como las tierras de Galicia. Es vieja, moza fue. Creyó en un poeta bellaco que se quedó con su pudicia. La abuela murió de sentimiento al llegarle la noticia de su deshonra. Heredó, vendió los muebles, se instaló en Alcalá donde lleva veintiséis años sirviendo a gente de capa negra y hábito largo, inclinada por las letras, (se conoce que en su horizonte no estaba hacerse millonaria) especializada en dar el punto justo a la olla podrida. Las demás desgracias las sabemos. Aquí sigue con el caballero andante hasta que se canse de llamarla reina Cenobia. 

El anfitrión sabe humillarse de pega primero para que la adulación no sea tan evidente, pide perdón después por atreverse a alojar en su casa a persona de tan singular valor, reina y señora de las Amazonas. Tiempo habrá de compensar al caballero anfitrión  y concertar matrimonio con la hermana del rey de Persépolis, la infanta Florisbella de la que anda muerto por sus pedazos. Pero lo que ahora urge es la batalla campal que tienen aplazada. 

 “Su ejecución insto –replicó don Quijote- y barras rechas.”  

Sancho no quiere que un pagano (el mejor hombre de bien de toda la paganía, pero con la tara de ser mal cristiano por turco, que es lo que interesa y cuenta, para algo tiene que servir ser cristiano viejo) ponga su vida al tablero y muera a manos de su amo quien les ha dado de comer como papagayos con unos guisados que tornan "el cuerpo al alma de una piedra." Mejor que su señor luche con los feroces alguaciles que les causan desaguisado a cada paso. Entre risas les parece a todos bien dar lugar a la noche, no sin antes de que el caballero advierta a nuestro hidalgo que duerma sobre el combate aplazado. Los tiene entretenidos dos o tres días sin dejarles salir de casa. 



"No querría pusiese la vida al tablero, entrando en batalla con mi señor"

Entretanto,  llegan don Carlos y don Álvaro de Tarfe que se suman al coro de los que quieren entretenerse a costa de la locura de don Quijote y las necedades de Sancho. Don Álvaro, bien cubierto, da continuación al sainete, hace de sabio Frestón, le echa en cara al Caballero Desamorado que  esté tan ocioso y cobarde un caballero de fama tan esparcida por las cuatro partes del mundo. Esa misma noche encantará a Cenobia en los altos de los  Pirineos. La condimentará  para comérsela de tortilla, luego vendrá a hacer lo mismo con  el escudero porque sí. Le responde Sancho en lugar de su amo a alguien que no merece respuesta de su boca, don Quijote no se rebaja a gente que no tiene más que palabras y cólera infundada contra todas las cosas. Le parece de perlas que se lleve a la reina de Segovia a donde quiera que sea, pero que lo haga más pronto que tarde que ya llevan gastado más de cuarenta ducados en ella sin contar la manutención. Y “después quien se lleva la mejor parte son los mozos de los comediantes”. Le advierte de que es vieja, conviene que la deje tres o cuatro días a cocer para hacerla comedera. 


"Yo también quiero hacer batalla delante de todo el mundo con aquel escudero negro que dicho gigante trae consigo"

Don Álvaro se descubre incapaz de disimular más. Se echa en brazos de don Quijote que respira aliviado, ve el cielo abierto al comprobar que todo ha sido una mala burla. También lo hace Sancho que le pide perdón por la cólera, justificada por la amenaza de llevarlo a los montes Pirineos. Don Carlos sigue con la broma sin que don Quijote vea la burla. Porque una cosa es la amenaza de asarlos vivos en los Pirineos que están lejos y remotos y otra es Bramidán que está desafiando a todo el que se pasea por la Plaza Mayor de la Villa. Para don Quijote los pecados y maldades del rey de Chipre han llegado al cielo, ya dan voces delante de Dios, esa misma tarde le dará el castigo correspondiente. Toda mala acción debe tener su consecuencia. Sancho se ofrece a luchar con el escudero negro a “coces, mojicones, pellizcos y bocados,” pues con media docena de ajos crudos, acompañados de otros tantos buches de vino coge fuerzas para derribar una peña. Más le valdría haberse quedado en Monicongo que venir a morir a mojicones a manos de Sancho Panza. 

Don Quijote no quiere entrar en batalla con el príncipe Perineo porque le ha ofrecido su casa, pero no le queda más remedio pues la misión es sagrada, se lo ordena la ley de caballería. Lo que puede hacer es darle tiempo a que piense en desistir de la infanta Florisbella en beneficio de su familiar don Belianís de Grecia. Hasta que haya acabado con Bramidán y el hijo del rey de Córdoba. 


 "No toque esa tecla de la infanta Florisbella, pues sabe que yo ando muerto por sus pedazos"

Sancho le aconseja que vaya bien comido porque la tarde se presenta larga con tanta batalla. El ofrece sus alforjas y su rucio para el transporte de la merienda y pedirá  a su amo que le corte la cabeza poco a poco para que le haga menos daño. La derrota no entra en sus planes. 

Después de tanto hablar se van a reposar. Los criados de don Carlos y don Álvaro Tarfe le advierten de que cuide a la moza de los gavilanes de la corte. Un alcaide lo puede condenar a doscientos años y galeras por rufián. Sancho les replica que ella no es suya, el diablo se la endilgó y les está saliendo cara. Se la pueden quedar cuando quieran. El no la quiere ni dándole cuatro mil obispados de regalo. 

 Me encontré un cardo, una flor,
un sueño, un amor, una tristeza,
me fui solo y luego fuimos dos,
un beso, un adiós y todo empieza.

Otra canción, otra ilusión, otras cosas,
y harto ya de andar
hoy volví a buscar
mis gaviotas. 
Joan M Serrat




 Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

sábado, 3 de enero de 2015

El Quijote de Avellaneda (21) Alonso Fernández de Avellaneda. Para qué quiero yo penas.





"Para que su resplandor alumbre la redondez de la tierra, y haga detener al dorado Apolo en su luminosa esfera"

El Quijote de Avellaneda (21) 
Alonso Fernández de Avellaneda 

Capítulo XXIX 

Cómo se levanta don Quijote de bien reposado esa mañana, dispuesto a que nadie le estropee el día recién estrenado como un año nuevo limpio de  propósitos y buenas intenciones. Sancho apaja los animales, los ensilla, almuerzan pasteles y pollo y una vez “rematadas las cuentas y pagadas” (nada dejan a deber en las ventas y mesones porque quien paga, descansa), se ponen en marcha. Caminan con prisa y a las tres y media ya están entrando en Madrid por los Caños de Alcalá. Desensillan, pastan, beben y dejan a las caballerías a sus anchas en las buenas manos del prado verde de la Puerta de Alcalá (ahí está, ahí está) y ellos - despreocupados- se echan la siesta a la sombra de unos álamos hasta las seis de la tarde que el sol pierde la fuerza y los humanos empiezan a respirar. 

Entran en Madrid, cabalgan por el paseo del Prado como fenómenos de circo seguidos por más de cincuenta personas admiradas. Cuanta más gente se suma al bullicio, más se estira los dobladillos y las sisas don Quijote dentro de la armadura completa de todas las piezas.  Ufano, se gallardea  por haber llegado a la villa y corte. Aparece un caballero principal en carroza acompañado de un séquito de treinta a caballo. Las dos comitivas al juntarse frente a frente ocupan todo el ancho del paseo. Informan al cortesano de la naturaleza de don Quijote y cuadrilla, de las hazañas de Zaragoza. Los invita a su casa para reírse con ellos. 


"A las tres y media de la tarde llegaron junto a Madrid, a los caños que llaman de Alcalá"

Litografía de Alfred Guesdon, 1854. La Illustration (París)

Don Quijote le entera de sus propósitos y su persona. Le enumera las razones de su llegada a la corte del Rey Católico. Viene por echar una mano a su amigo, el hijo del rey Belianís de Grecia, emperador cristiano, en pugna con Perianeo de Persia, pagano de la casta del emperador Otón. Cómo han desgastado de tanto mal usarla esta palabra tan noble, torera y castellana los que no quieren ver a un toro bravo ni en pintura. Costará décadas recuperar su primera acepción. Hemos adoptado el cursi "hacerse un selfi", que más parece cualquier otra cosa que un autorretrato ordenado con algunas gotas de sangre jacobina; sin embargo, hemos sumido en el arcaísmo "la casta", con lo bien que podíamos aceptar la sanchesca "hacer guerreación" en estos tiempos modernos. Voto por ello. Su intención es eliminar el estorbo a su amigo Belianís para que pueda gozar,  sin oposición, de los favores de la infanta Florisbella. Al infiel nunca le faltarán muchas turcas hermosas con las que poderse casar. Le exige rendición porque en caso de no salir de la carroza a entablar batalla, publicará la cobardía después de haber terminado con Bramidán y el hijo del rey de Córdoba. Algo pesado resulta el Avellaneda con tanta repetición de los enemigos literarios del caballero andante. 

Sancho abunda en las razones de su amo que ha hecho guerreación con “vizcaínos, yangüeses, cabreros, meloneros, estudiantes, y ha conquistado el hielmo de Membrillo, y aun le conocen la reina Micomicona, Ginesillo de Pasamonte y, lo que más es, la señora reina Segovia, que aquí asiste.” Que no los hagan perder tiempo que tienen cosas que hacer, las caballerías están cansadas y el hambre aprieta. No busque tres pies al gato y les dejen ir en buenas con Barrabás al mesón. El caballero los invita a su casa. Acepta el duelo, no para vencer sino para ser vencido porque la derrota ante tan afamado Caballero Desamorado dará gloria y lustre a su linaje. Concretarán el día y la hora en casa donde también conocerán la hermosura peregrina de Cenobia. Sancho apostilla que por ahora ella no puede descubrir la cara hasta que no se ponga la de las fiestas, mucho mejor que la presente, más propia de acallar niños que de ser vista por la gente. Pero don Quijote se la acerca un poco, el caballero se persigna al ver la encarnación de la fealdad, mejor manera no hay de ahuyentar los demonios, a decir de Sancho. 

Cenobia se presenta ante el caballero con la verdad por delante, revocando con su presencia la etérea realidad virtual de don Quijote“a quien falta tanto el juicio cuanto le sobra de piedad.” El hambre pone a Sancho los pies en el suelo de su ser y estar. Pide perdón por Bárbara, no tiene tan buen hocico como el amo ha proclamado, pero a quien dan, no escoge. Persignum Crucis en la cara. Las cabalgaduras no pueden echar palabra del cuerpo del cansancio que arrastran. Aunque Rocinante estaría días y noches escuchándole sus batallas y guerras,  mejor que comiendo media fanega de cebada. Se van todos con notable satisfacción a servir al príncipe Perineo respondiendo a la cordial invitación. 


"Comenzaron a caminar hacia casa del titular que les había convidado, con no poca admiración de cuantos los topaban por las calles"

XXX 

Llegados a casa del caballero, don Quijote rehúsa desvestirse porque no lo acostumbra. Y menos en tierra de paganos donde nunca se sabe de quién puede uno fiarse, ni lo que le puede suceder a los caballeros andantes. Se pone a pasear por la habitación en vez de sentarse en la silla que le ofrecen. 

Bárbara le comenta que ella ha cumplido la palabra que le dio de acompañarle hasta la corte. Ahora tiene miedo de que piensen que están amancebados; como consecuencia, los lleven a la cárcel y le hagan gastar el poco dinero que le queda y verse abocado a mendigar. Don Quijote le quita el miedo de encima, pues el caballero de la carroza es realmente el príncipe Perianeo de Persia. Le pide que los acompañe seis días más y después la llevará a su tierra con más honra que piensa. 

A Sancho no lo engañan, no se cree que sea príncipe de tan lejos, salta a la vista que vestía de negro como los grajos y no con turbante de moro, hablaba en romance y no en lengua paganuna. 

“El es sin falta ninguna el que ya tengo dicho” Sentencia don Quijote categórico zanjando la discusión. Un paje que les guarda la puerta confirma que el caballero es cristiano, “conocido en España; y quien lo contrario dijere, miente y es un bellaco.” Don Quijote se lanza a por él como un rayo que sale a la calle. El paje lo recibe con una pedrada en el pecho armado. Llegan alguaciles a prenderle. A uno de ellos le asesta una cuchillada en la cabeza de donde le mana la sangre. 



" se han atrevido a quererle llevar agarrado a la cárcel, cual si no fuera tan bueno como como el rey y papa y el que no tiene capa"

"¡Favor a la justicia que me ha muerto este hombre!", grita el paje. Don Quijote arroja cuchilladas a dos manos. Media docena de corchetes armados hasta los dientes hacen falta para dominar su furia y atarle las manos. Acierta a pasar un alcalde de corte a caballo que informado del tumulto le ve mala solución a la trifulca. Empeorado por la posición del hidalgo que le dice que siga su camino y que no se meta donde ni le va ni le viene. Un caballero andante es cien veces mejor que él y la vil puta que le parió. En cuanto le devuelvan las armas y la montura, castigará al príncipe Perianeo de Persia por la descortesía con Fernán González primer Conde de Castilla. 

Es un bellaco, se hace el loco para que no lo llevemos a la cárcel, indica uno de los corchetes. A las nueve llega el titular de la casa, que advertido de la controversia,  ruega que lo suelten, el se hace responsable de los daños ocasionados por don Quijote y de las curas del alguacil y compensación económica que sea menester. 

Don Quijote le agradece la libertad, pero en realidad no ha querido entablar batalla con gente bahúna, aunque alguno “ha llevado ya el pago de su locura.” También Sancho, que ha visto desde bien lejos los padecimientos de su amo, muestra su agradecimiento por su liberación de las garras de alcaldes peores que los de su tierra. El caballero mete a la pareja en casa dejando a los corchetes hechos unos “matanchines en la calle sin su presa.” 

Para qué quiero yo penas, ni cotilleos de nadie
Si penas y cotilleos los encuentro por la calle
Para qué quiero yo penas, ni cotilleos de nadie
No me vengas con desdenes cuando te hablo de amores
Las hay mejores que tú, como yo los hay peores
No me vengas con desdenes.
Eliseo Parra




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.