miércoles, 29 de abril de 2015

Entre visillos (10) Carmen Martín Gaite. Te quiero regalar





"Vivía cerca del río en una casita modesta. Estaba haciendo un jersey para el niño, y llevaba el pelo liso, recogido de cualquier manera, y las uñas sin arreglar"


Entre visillos (10) 
Carmen Martín Gaite 

El diario de Natalia caracolea. Se cierra para la novela sin que su autora adolescente se atreva a comentar con su padre que quiere ir a la Universidad. Un día está a punto de decírselo, pero a la terminación no se decide. Sí le traslada su copla de rebeldía, el descontento hacia la tía Concha: “Que solo nos educa para tener un novio rico, y que seamos lo más retrasadas posible en todo, que no sepamos nada ni nos alegremos con nada, encerradas como el buen paño que se vende en el arca y esas cosas que dice ella en cada momento.” Proclama a las claras del día que prefiere no vivir si vivir es hacerlo resignada y razonable con lo que otros quieren de ella. Se echa a llorar. Lágrima viva que sana los costurones ganados en la batalla cotidiana por la supervivencia.  

 Lydia, que ya ejerce de suegra de Gertru, representa a la señorona opulenta que se desvive por no pasar desapercibida. Se esponja cada vez que logra encajar en su interlocutor una de esas sentencias que no hay manera de rebatir porque son verdades universales. Los Mandamientos de la ley de Dios. Se va a ir a la Argentina durante medio año a visitar a unos parientes y quiere dejar rematados los asuntos de la familia más cercana. Aquella Argentina del General Perón que tanta hambre quitó a los españoles de a pie durante lo más duro de la posguerra, porque aquí Mister Marshall pasó como una exhalación. Cuando ir a la Argentina significaba cambiar la miseria por el progreso. Tiempos de Di Stéfano, antes de que sus futbolistas y entrenadores vinieran a enseñarnos a jugar al fútbol. Menotti, Bilardo y el Cholo Simeone. El fútbol como filosofía, prolongación de la vida que viaja en colectivo. 

 Gertru visita a su hermana Josefina que vive en la parte antigua, en una casa junto al río. Tiene todo hecho un desorden y el niño con tosferina. No había niño que se librara de ella, tampoco del sarampión o de la viruela que dejaba la cara picada para siempre. Todavía mama cada tres horas y ya viene otro en camino y vendrán todos los que Dios quiera. Apenas tiene tiempo para nada. La visita de su hermana para invitarla a la pedida la descentra, tiene que deshacer unas vueltas del jersey que está haciendo y retomar la faena luego más despacio. 




"Cuando ella era soltera, las señoras de Fuenterrabía le decían a mamá los veranos: "Tu chica, qué estilo. No es que sea guapa, pero tiene un estilo."


Tiene mucho que domar este Ángel asilvestrado, primario infiel. Nadie que lo sepa mejor que la madre que lo parió. “Nadie es feliz del todo en este mundo, hija. Cada uno lleva su cruz” Le contesta a Gertru, endosándole una de sus frases perfectas, cuando se queja de las malas costumbres de su novio. Van a vivir a caballo entre Madrid, Salamanca y una casita en Andalucía, amuebladas a su gusto las viviendas. Las penas con pan son menos. Gertru sufre aturdimiento momentáneo con tantas idas y venidas, con las prisas y el ajetreo de operarios para reformar el pisito y los preparativos para el cóctel de la pedida. 

 Natalia no quiere ir, pero la petición personal y sus hermanas la convencen. Se pone el vestido de lunares. Se ponen guapas también las hermanas, de camino “les sonaban los tacones y les salía vaho de la boca al hablar.” A Natalia le aburren las conversaciones de los corros de chicas que hablan de cómo tratar a los chicos. Hay quien sostiene que lo mejor es enseñarlos a zapatazos. Hablan de colecciones de bolsos, de regalos. El ambiente de los cabarets en las escapadas a Madrid. Alguien asegura haber visto al mismo Jorge Mistral. Las parejas que beben los dos. Pero el tema estrella son las criadas; allí se encienden “como si trajeran leña a una hoguera común.” Las criadas que usan sus jabones y perfumes sin permiso, que se ponen a escondidas su ropa interior. Hijas del cuerpo, cortadas por el mismo patrón, exclusividad, instinto de conservación y deseo de pertenencia a la clase de los patricios. 



"Ellas dejaban un momento los libros y la veían salir levantando el visillo; se quedaban respirando juntas contra el cristal hasta que desaparecía"


 Natalia ve a todas un poco desenfocadas, será el efecto de la bebida. Se extraña de ver a Oscar, el novio por excelencia, el novio de Josefina, la hermana mayor de Gertru. Recuerda cuando la veían salir, entre visillos, para visitarle. Algo cómplices del silencio. 

 Al final llora desconsoladamente, apoyada en el hombro de Gertru cuando le enseña el montón de regalos. Ha tenido que quitar los libros para hacerle sitio. Tristeza en el corazón mientras escucha canciones francesas en la novedad del transistor a pilas.

Serrana para un vestido yo te quiero regalar. 
Yo te dije está cumplío, 
no me tienes que dar na. 
Subiste al caballo 
te fuiste de mí, 
y nunca otra noche 
mas bella de mayo han vuelto a vivir.
Quintero, León y Quiroga
Concha Buika



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


miércoles, 22 de abril de 2015

Entre visillos (9) Carmen Martín Gaite Un firmamento solito pa ella.





"Es que papá antes no era así, cuando yo empecé a estudiar. Antes eso de la gente fina no le importaba nada, se reía."


Entre visillos (9) 
Carmen Martín Gaite 

De antes Salamanca era una ciudad pequeña y amurallada. El crecimiento demográfico hizo saltar las costuras de la muralla y empezó a crecer extramuros. Entre las nuevas construcciones destacaban los edificios que las diferentes órdenes religiosas levantaron en las afueras. El cinturón eclesiástico lo llamaban y se confundía con los cuarteles, centinelas de la ortodoxia oficial del momento. No íbamos a tener menos cintura que otras ciudades que levantaron el cinturón industrial. A un ala del construido por los Jesuitas mandaron al Instituto Fray Luis de León que había estado en las Escuelas Menores de la Universidad, mientras edificaban el nuevo en el Trilingüe (esto ya lo conocí). Las obras iban lentas. Los alumnos y profesores compartían edificio con los seminaristas, pero no la misma temperatura ambiente. Las arcas públicas estaban como siempre, vacías. No había dinero suficiente para gastar en calefacción. Ese lujo asiático en los inviernos de seis meses salmantinos (tantos como los que se pasan mis tortugas hibernadas, en estado de letargo). El frío seco de la meseta que mata. 

Pablo Klein nos cuenta que a veces sacaba a las alumnas a dar la clase fuera, enseñar paseando, enseñanza ambulante. Señala que “Era difícil la cordialidad con ellas. No se acababan de acostumbrar a la confianza que yo les brindaba.” No debía haber mucha seriedad en clase de alemán porque de quince alumnas matriculadas solo tres de séptimo curso son las que van hasta el río a dar la clase. Una de ellas es Natalia. Recuerda que un día a principio de curso la acompañó hasta casa. El día que turbó el ánimo de la adolescente y que tantos motivos diera para escribir en el diario. Para Pablo no es más que una simple anotación al margen. 




 "Me hacía gracia tener ya recuerdos de escenas de la ciudad, y que me tapasen la otra imagen que traía a la llegada, hecha en mis años de infancia"

Hoy, después de dar por terminada la clase peripatética, también suben juntos por la parte antigua de la ciudad. Se interesa por el futuro, qué se puede tener sino futuro en la adolescencia, que no sea tan negro como el de la ballesta. Sabe que ella pertenece a una familia adinerada, los nuevos ricos del wólfram. Apenas lleva unos meses en la ciudad y ya cuenta con un entonces, “recuerdos de escenas de la ciudad, y que me tapasen la otra imagen que traía a la llegada, hecha en mis años de infancia.” El tiempo pasa, nos vamos haciendo viejos y los recuerdos se emborronan como la acción del agua o la erosión del viento que redondea los perfiles puntiagudos de las rocas. 

Entran en un bar, ella accede a tomar un vaso de vino después de pensarlo mucho, no vaya a aparecer su padre y verla. Vence la timidez y cuenta cosas de la familia. Su padre antes no era tan engreído porque no era tan rico. Vivían de su trabajo en una finca, les gustaba el campo, salir de caza y montar en bicicleta. Estudiaba por libre. Se vinieron a la ciudad cuando empezaron a llover billetes del wólfram. Le incita a la rebeldía, que arriesgue los alamares. Le aconseja que no se deje amilanar, “la sumisión a la familia perjudica, muchas veces. Limita.” Que luche por su futuro y no deje de ir a la Universidad. Pero ella le responde que todo a su debido tiempo, ahora lo prioritario es conseguir que su hermana vaya a Madrid. 




"Ella y yo empezamos a subir juntos la cuesta que llevaba a  la catedral"


 Se desprende de allí con el temor a la regañina en casa por llegar tarde a cenar. 

 La autora nos traslada del discurso del profesor al diario de su alumna Natalia, ambos en primera persona como ya hemos señalado. El frío la saca de su habitación al salón. Allí, detrás de un biombo estudia para no desmerecer de la “matrícula de honor oficial.” Gana calor ambiental, pero a costa de perder intimidad, sobre todo por las tardes con el mosconeo de las visitas que hablan de ella, intrigadas por descubrir qué se cuece detrás del biombo. Su tía le regaña porque a los dieciséis puede que sea un pozo sin fondo de ciencia, pero no sabe comportarse, ni saludar siquiera. Nada que le moleste más que los besos “de esas señoras que al besar dejan un brote de roce y salivilla.” 

 Están empeñadas en traer a Petrita López para que sean amigas, como si eso fuera algo que dependiera de un edicto o de un decreto y no de un proceso de acercamiento como de noviazgo. 





"A lo primero se la toma manía por la cara que tiene de belleza de calendario"


 Sabe que Alicia no gusta en casa porque no pertenece a la casta, su linaje no viene revestido de prosapia, pero no dice nada por no liarla. Ha aprendido a nadar y guardar la ropa, matarlas callando como consecuencia de la estrategia propia de no darse golpes contra el muro de las lamentaciones. Después de la que hay montada con el asunto de Julia y su novio, no conviene llamar la atención con reivindicaciones propias. Alicia no necesita abrigo porque dice estar vacunada, se crió entre el frío, con su abuela y un tío en un pueblo de Burgos con tren. Pasar la niñez en un pueblo de Soria o Burgos imprime carácter, es una constante repetida en bastantes personajes de la novela española. Alicia es amiga y confidente, la única con la que habla del profe de alemán, la única por tanto que le dice que está enamorada de él. Aprovecha mucho el tiempo con ella. Todo el rato estudiar y estudiar. No pierde el tiempo en escribir un diario porque no lo tiene. Cuando termina de estudiar ayuda en casa y en la peluquería. 

 Ahora son amigas, pero después no lo serán porque llevarán vidas distintas. Igual que ahora ven el río de manera diferente.


Yo vengo a darte los recuerdos de un hombre que conocí, 
vive, vive pero siempre vive acordándose de ti. 
Me lo encontré en el camino y nos hicimos hermanos, 
le invité a que subiera al lomo de mi caballo 
y en una venta, tomando vino y más vino 
a mi hermano de camino le escuché dos o tres letras: 
"mi novia se llama Estrella y tiene un firmamento solito pa ella".

Manuel Molina





Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


miércoles, 15 de abril de 2015

Entre visillos (8) Carmen Martín Gaite. No se asombren







"He comprado un membrillo grande y lo hemos repartido entre unas cuantas"


Entre visillos (8) 
Carmen Martín Gaite 

Regresa el diario de Natalia a la novela con ese estilo alborotado de adolescente inquieta que escribe a borbotones, que mezcla unos temas con otros, calco de la lucha por poner orden y concierto al aluvión de ideas que se agolpan en su cerebrito pugnando por escapar de la sombra del olvido, salir a la luz escrita de su diario. 

 Las compañeras del instituto la reciben con alborozo. Viene cambiada y apocada. Ha pasado un mes en cama porque el médico le ha mandado reposo. Alicia le deja el nuevo horario y los apuntes de las clases perdidas. Alicia ya se pone medias; Natalia, calcetines largos hasta las rodillas. A santo de qué va ella a dejarse quitar los zapatos de lluvia usados. Su hermana Mercedes anda detrás de ellos. El profe de matemáticas ha faltado y salen una hora antes. Natalia y Alicia vuelven juntas a casa. Aprovechan para entrar en una iglesia a curarse las heridas. Natalia observa la tristeza que embarga a  su amiga, cómo llora al rezar con la cara tapada entre las manos abiertas. Que no la vean entrar en casa con los zapatos mojados por haberse saltado el reposo. Cenan a las nueve y media como siempre en invierno. 




"Pasado el campo de fútbol hay muchos baches y saltaban  las piedras contra las aletas"


El día de Todos los Santos llaman al taxi de Enrique para que lleve a toda la familia al cementerio. Hay muchos baches después del campo de fútbol del Calvario. Hacen el recorrido de todos los años por las tumbas de los familiares y conocidos. Los crisantemos más frescos y mejores los guardan para mamá. Todas lloran un poco, a excepción de Natalia que no la conoció. Se la imagina distinta a la foto ovalada incrustada en el mármol frío. 

 Pablo, el profesor de alemán, un día las alcanza al salir de clase y habla con ellas. Qué embarazo, se le atraganta el bocadillo que va comiendo. No hace exámenes, da aprobado general. Le extraña que las alumnas no pongan interés en aprender. De dónde habrá salido un profesor que no sabe que ellos no estudian más que para los exámenes (qué de antes me he vuelto, pero es lo que observo). Lamenta la timidez del momento, haber sido incapaz de expresar con desenvoltura la satisfacción y alegría que le abrumó porque el profesor se hubiera dignado a acompañarlas, hacerles caso y hablar de todo con ellas. El ridículo del silencio que se instala entre los dos le sienta fatal cuando Alicia llega a su casa y continúan los dos solos. Qué azaro por tanto querer saber qué iba a estudiar después del instituto. Qué rabia la falta de palabras para expresar la situación en casa. Era la menor y las hermanas no habían ido a la Universidad. “Sólo balbuceos y frases sin terminar.” La había invitado a un café y lo había rechazado, no fueran a verla. Y ahora estaba allí corriendo por toda la ciudad en su busca sin encontrarlo, excusándose a su tía Concha que volvía del rosario. Vueltas por la plaza, miradas a los cafés. Al oscurecer baja al río y nada, como un esquivo galán que se hubiera evaporado. 




"Me bajé hacia el río. Me puse a imaginar cómo sería nuestra conversación si me lo encontrara."


 Entra en casa de Alicia. Su madrasta utiliza el salón de peluquería. Hay que dedicarse a mil cosas para sacar adelante a la familia en tiempos de mudanza. La ayuda a resolver un problema fácil que se le había atravesado. Total, no va a seguir estudiando. Sacará unas oposiciones de Correos o de Renfe que es lo más seguro y solo piden Bachillerato.

“Si lloras porque has perdido el sol, las lágrimas no te dejarán ver las estrellas.” Teo decide encerrarse para preparar Notarías también, función sanadora del estudio. Ha perdido el tren y puede perder el autobús si sigue con los lamentos. Buena gana de vender penas por la leche derramada. El capítulo es un cuento independiente, con entidad en sí mismo, sigue los cánones más ortodoxos de las historias con planteamiento, nudo y desenlace. Se entendería perfectamente si lo leyéramos aislado del conjunto. Se manifiesta a grandes rasgos el ideal de la clase media alta. Las sutiles maniobras de sus componentes, decididos a ejercer la endogamia. Convencidos defensores del coto cerrado, la pertenencia al club exclusivo, su clase social. 




"La catedral estaba amoratada contra unas nubes color guinda"


 Las amigas acuden a visitar a Elvira porque saben que allí se aloja un buen partido. “Chico maduro, pero juvenil;  respetable, pero deportista.” Se imaginan ellas un futuro lleno de estrenos y conciertos. Masaje de pechos después de cada hijo y “dietas para adelgazar sin dejar de comer.” Elvira tiene a su Emilio a mano y bien domado. Se junta a estudiar con su hermano algunas tardes. 

 “Necesito saber que me quieres, estar seguro, si no, ¿de dónde voy a sacar las fuerzas para estudiar? Estudio sólo por ti, ¿tu quieres que estudie, verdad?” Inquiere el dócil galán amargamente. 
 -“Claro que quiero” concluye ella. Pero le falta el “te” entre sujeto y el verbo que dé sentido a lo requerido por él. 

 Pablo le aconseja que se aleje de ella, que el aire fluya por el hueco entre medias, que le dé el sitio adecuado. Ella vendrá a buscarle, como comprobamos al final de la historia: “No, no vamos a esperar a nada. Nos casamos en seguida, en la primavera o antes.” Cuando comprueba que no hay nadie que rompa el silencio que se pone entre los dos y ella estalla en lágrimas de rabia contra el mundo entero (Las torrenciales  Cataratas del Niágara, la quinta parte del agua limpia de todo el mundo en los ojos de Elvira ...). Ahí fuera “hace frío. Esta noche va a caer escarcha.”



Después de, no se asombren,
registrar, a su nombre,

mi chalet adosado,
mi visa, mi pasado,
su prisa y su futuro,
dejándome tirado
y sin un duro.
Joaquín Sabina







Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.



viernes, 10 de abril de 2015

Entre visillos (7) Carmen Martín Gaite. El campo estaba verde.






"Me apoyé un rato bastante largo en la barandilla de piedra del Puente y me estuve allí, con los ojos medio cerrados, el sol en la nuca, oyendo los gritos de unos niños que se bañaban en la aceña"


Entre visillos (7) 
Carmen Martín Gaite 

Después de la marcha de Rosa, Pablo Klein sigue con la costumbre de ir al Casino los jueves y domingos a las ocho. Los chicos juegan al cubilete, no hacen mucho caso a las chicas. Emilio se ha encerrado a estudiar notarías. Federico le enseña la biblioteca del Casino, pero Pablo prefiere los bares. Por la tarde a la hora del café se hace cliente habitual de un bar solitario donde tocan tres hombrecitos de oscuro, entre los destemplados fichazos de los jugadores de dominó sobre el mármol. “A partir de las siete la gente andaba por la calle con un paso lentísimo como si les pesara la tarde que no terminaría nunca de pasar.” 

Un día le llevan a casa de Yoni, en un ático del Gran Hotel. Hace esculturas y no para de trabajar mientras las visitas se sirven de beber lo que quieren. Ha vivido diez meses en Nueva York, pero habla de París. También su hermana Teresa vive al lado, puerta con puerta. “Habla con voz única, separando poco los dientes.” 

Otro día antes de empezar las clases, cuando se comenzaban en octubre, Pablo Klein observa a Elvira desde el viejo puente de piedra. Está tumbada en la yerba tomando el sol a la orilla del río. Ha comido un par de bocadillos acompañados de un litro de vino que ayuda a perder el decoro, desata la lengua y ahuyenta los fantasmas de la timidez. Hablan de la poesía de Juan Ramón Jiménez. El la acusa de darle vueltas a las cosas, buscarle tres pies al gato,  para parecer original. La tiene muy cerca, siente el temblor de sus labios, pero ella se desprende de allí y luego desaparece. Pablo sigue bebiendo, confraternizando,  por las tabernas del barrio. 




 "Casi nunca hay nadie por aquí otras veces que he venido"

Los personajes femeninos lloran mucho en esta novela. La segunda parte comienza con Gertru secándose las lágrimas en el pañuelo de Ángel,  impregnado de olor a tabaco y Varón Dandy. Las dobleces bien planchadas. Este pañuelo refleja el hombre impresentable, como un espejo que devuelve lo que se le pide: la doblez y las noches de luna y clavel (vino y calor). Compendio de estupidez que ensarta un rosario de ofensas: “Para casarte conmigo, no necesitas saber latín ni geometría; conque sepas ser mujer de tu casa, basta y sobra.” “Te tienes que acostumbrar a que te riña alguna vez.” “Lo hago por tu bien.” Un tren que descarrila en línea recta. Los ojos después de una noche allí sin que ella se entere. Resaca, dolor de cabeza arrebatada de alcohol, echarse atrás, usar y tirar. Huir del compromiso. También Julia consuela a su hermana Mercedes entre sollozos, ya en casa después de la fiesta en el ático del Gran Hotel y justo antes de quedarse dormidas. 


¿Qué va a decir mi madre mañana? Pues sí que le preparas un recibimiento." 

 Los señoritos de vida licenciosa que no pegan un palo al agua, que cierran los bares por dentro con el dinero de papá y tienen un picup (modismo de corto recorrido). Modernos por fuera y corazón de cartón que escuchan a Ives Montand y Juliette Greco con religioso silencio. Lo que mola al final son las bulerías de Ramón. 

Hasta las casadas frívolas, invitadas por Teresa, pasan el rato allí envueltas en el humo de los Peninsulares que irrita los ojos. También acuden las hermanas Julia y Mercedes. Las han dejado en casa venir con la condición de estar de vuelta a las diez, y a poder ser antes, mejor que después. Mercedes baila con Federico que unas copas de más le ponen el habla lenta y estropajosa la voz. La aprieta al bailar y se separan. Terminan en la terraza al final. Las dos hermanas se enfadan, discuten y se hacen llorar. Julia recibe carta de Miguel, el bálsamo que cura todos los males. 


 I come from down in the valley
Where mister when you're young
They bring you up to do like your daddy done
Me and Mary we met in high school
When she was just seventeen
We'd ride out of this valley down to where the fields were green
We'd go down to the river
And into the river we'd dive
Oh down to the river we'd ride
Bruce Springsteen

 



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


domingo, 5 de abril de 2015

Entre visillos (6) Carmen Martín Gaite. Tras de tu querer






"Niño y niña. Brincaban, crecían,  volaban; a tapar la calle nueva, la calle que nacía."

Entre visillos (6) 
Carmen Martín Gaite 


Miguel se vuelve a Madrid enfadado y sin avisar. Han pasado unos días y Julia ya lo echa de menos, le escribe una carta sellada con lágrimas y dulce desamparo porque sospecha que no se va a acordar de ella por su cumpleaños. Le perdona todo. La misiva es un modelo de fragilidad, de mujer vulnerable por enamorada. Jugador de chica, perdedor de mus, cuando le comenta que hay un Federico que anda detrás de ella. 

Que es un chulo. Haces el indio con él. Conmigo podía haber dado. Mejor que se desengañe ella sola. Te digo las cosas por tu bien. Le repiten sus más allegados acerca de las malas formas de Miguel. Los manda a la porra y desaparece, harta de oír consejos sobre cuál es su bien o su mal. Se ahorra las insulsas conversaciones tantas veces habladas sobre Elvira, el luto y su alivio. El negro come tanto… El misterioso atractivo de Pablo Klein. El baile del aeropuerto. La plaga de las nuevas en el baile del Casino. 



"Unas rocas en technicolor eran de pronto las rocas de la playa de Santander donde Miguel y ella habían tomado el sol de hacía tres veranos"

 Julia se les une antes del cine, después del berrinche. Las rocas en cinemascope son Santander y todo es nostalgia de los días de verano que pasó allí con Miguel. Sus citas a solas perdidos entre las rocas... El invierno apuntaba: “Tardes enteras yendo al corte y a clase de inglés” Pronto habría castañeras y nevaría. “Si estuviera Miguel, diría que eran millonarios de tiempo y que la noche no tiene pared.” 

La muerte del director del instituto, además de dejar una plaza vacante, ha enlutado la casa donde vive la familia. La viuda cierra puertas, balcones y ventanas para que reine la oscuridad, que se condense el aire dentro, que se note que “es una casa de luto.” 




"Todo lo del verano se les desmoronaba como si no lo hubieran vivido"

Elvira sale al balcón a respirar con fuerza, a su calle de siempre. Recuerda lo grande que era de niña, el miedo a perderse, el misterio de aquella calle prohibida, que ni siquiera en broma se podía nombrar. Mucho menos entrar; te podías perder para siempre si lo hacías. Veía a hombres privilegiados franquearla. Le parecían poseedores del secreto del Barrio Chino. Tardó bastante tiempo en comprobar que las paredes no estaban decoradas con mantones de Manila, como había visto tantas veces en los chinitos de ojos rasgados de las huchas del DOMUND. Se llamaba chino “por otra cosa, que sabe Dios por qué se llamaba así.” 

 La voz imperiosa de la criada la saca de los recuerdos, de los juegos de niños. Emilio era el amigo de la infancia. Lo tenía muy visto, un perrito dócil. El la quería. “Los dedos de Elvira eran muy blancos sobre la falda negra.” Emilio aspira a ser algo más que el amigo de toda la vida, sobre todo después de lo del año pasado. Vive de furtivas e inciertas miradas de ella que le dan alguna esperanza. “Será mejor que no vuelvas en algún tiempo. Será mejor que me escribas,” es todo lo que consigue de ella. Le parece un avance en la conquista de la fortaleza, ese laberinto intrincado de la mente de las mujeres. Su calle le parece vulgar y ordinaria, como Emilio. “Los árboles, la tapia, la tienda del melonero, ¿por qué no se alzaban como una decoración? Era un telón que había servido demasiadas veces. Le hubiera gustado ver de golpe a sus pies una gran avenida con tranvías y anuncios de colores, y los transeúntes muy pequeños, muy abajo, que el balcón se fuera elevando y elevando como un ascensor sobre los ruidos de la ciudad hormigueante y difícil.” 


"Luego le vio volver la espalda y sintió la puerta de la calle que se cerraba."

Teo habla de Pablo Klein. No le parece serio. El puesto de profesor le importa un bledo. La madre lo recuerda con su padre antes de la guerra. Gente bohemia y extraña. Pintor extraordinario a juicio del padre, nada raro porque nunca opinaba mal de nadie. Siempre iba acompañado de su hijo. La madre hace cuentas: rondará los treinta años. “Tráele a casa alguna vez” Oye Elvira decir a su madre desde la puerta.


En el firmamento de los ojos tuyos
me perdí una noche tras de tu querer
y junto a tu boca se rindió mi orgullo
bajo las estrellas del amanecer.

Quintero/León/Quiroga
Miguel Poveda



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.