martes, 29 de noviembre de 2016

Niebla (5) Miguel de Unamuno. Hambre de la última tierra.





¿Y qué es eso, qué es nivola?


Niebla (5) 
Miguel de Unamuno 

Augusto cambia el humo con olor a cera de la iglesia de San Martín por el ambiente enrarecido del humo lento y alto de los habanos y cigarros del casino provinciano. De niebla en niebla. Esa noche Augusto no tiene rival en la partida de ajedrez. Enfrente no hay concentración, Víctor está en otra cosa. Salen a la noche clara, enchinarrada de estrellas unamunianas, hablan mientras pasean. El pensamiento enredado en los conflictos conyugales. Augusto se hace de nuevas cuando Víctor le dice que lo obligaron a casarse  muy joven a causa de un desliz. Sorprende la edad de Víctor, cinco años mayor que su amigo cuando todo hacía indicar que el discípulo prologuista fuera más joven. Andando los años y no venir los hijos comienzan los morros y los reproches mutuos: Que si “tu no sirves y quien no sirve eres tú” Que si el manso eres tú que yo soy bravo como la lumbre y así todo. Resumiendo: enemigos uno del otro. 

Después de una porción de años intentándolo de todas las maneras, se calman y se resignan. “Nos habituamos uno a otro, nos hicimos el uno costumbre del otro.” Entran en un periodo revolucionario de regularización de la zafra, allí todo está pautado, como intervenido por rígidos protocolos intocables. Obligatorios planes quinquenales, atados de pies y manos a la monotonía inalterable del reloj de arena. Con el fin de aliviar la culpa ante la incapacidad de regenerar la raza humana, adoptan un perro; pero los perros mueren antes que los amos y es tal la pena que los inunda que determinan no querer más perros ni cosa viva ninguna. Deciden huir de la muerte, esconderse de ella para ver si la parca se olvida de ellos. Esta reflexión que es normal en los tiempos que corren,  debió ser adelantada para su época. Se dedican a cuidar muñecas peponas, mudas del todo y que no dan un ruido, además al comer no se le atraviesan huesos en la garganta. 

Doce años más tarde Elena se queda embarazada. La naturaleza les juega una mala pasada; les rompe la paz, resurgen los desencuentros, las cañas se vuelven lanzas y aparecen los vómitos como una de las molestias anejas al estado interesante. Hace ya una semana que no sale de casa porque le da vergüenza, teme que la miren y le hagan corro los muchachos como a la estantigua de don Quijote al entrar en las aldeas. Antes de separarse, Víctor le aconseja que se piense bien lo de casarse con la pianista. Y antes de acostarse comenta con Orfeo todas las incidencias de un día ajetreado en el que le han acusado de querer comprar el cuerpo de la dueña por pagar la hipoteca de una desahuciada, ya ni caridad le dejan hacer los centinelas de la rectitud moral. Y además le han aconsejado que se case y que no se case.





"Si hubiera venido... el nene o nena, lo que fuera..."

Doña Ermelinda entra en escena para intentar espantarle  a su sobrina los pájaros de la cabeza. Eugenia le explica los planes con su novio: Mauricio ya cambiará si me ve trabajar de pianista. Una vez aliviada de la carga de la hipoteca, trabajará con más ahínco y si no cambia, no pasa nada; el dependerá de ella y cuanto más dependa de ella, más suyo será. Al fin y al cabo ella también tiene derecho a comprar un hombre. 

Para entonces Augusto ya está en otra guerra, su generosidad es transversal y trascendente. Renuncia a la mano de Eugenia y se compromete a buscarle un trabajo a Augusto para que no digan de él que es un mantenido. Luego hace de profeta descarriado que lanza una premonición fatal para él y para la historia: “Emprenderé un largo y lejano viaje.” Se quitará de en medio para dejar de estorbar. 

Eugenia quiere apretarle las clavijas a su Mauricio en el cuchitril de su madre la portera, pero es duro de roer. Ella cede un poco, ya se muestra dispuesta a seguir trabajando si Mauricio accede a casarse, pero tampoco cuela. Solo hay una cosa peor que trabajar y es que digan por ahí que Mauricio Blanco Clara (blanco nuclear) vive de su mujer. ¡Qué humillación! Así que le propone que ella acepte al panoli de Augusto y ellos a pegarse la vida padre. Esta salida de pata de banco es un bajonazo infame que la deja sin resuello, hecha un Orinoco de lágrimas. A Mauricio el sofocón le dura bastante menos. Sale a la calle con el cartel de libre a la solapa, convencido de su poder de seducción con las mujeres, un don Juan Tenorio empedernido, consciente de que Eugenia le va a poner de patitas en la calle como le comenta a su amigo Rogelio





"Di tú que he sido"

De vez en cuando aparecen en la novela personajes secundarios de breve recorrido, una sola intervención es suficiente. Una suerte de personajes tomados de la vida real que son descendientes directos de Rinconete y Cortadillo, dotados de un fascinante instinto darwinista de supervivencia, imprescindible para sobrevivir en el patio de Monipodio. Don Miguel los saca a la palestra para denunciar la golfería que impregna amplias capas de la sociedad. Ya nos ha presentado a Mauricio, un ejemplar único que emplea todo su tiempo en estudiar para el escaqueo. Ahora lo hace con don Eloíno Álvarez de Alburquerque y Álvarez de Castro, hidalgo tieso como la mojama que vivirá cien años porque siempre huyó del trabajo que desgasta como el diablo de la cruz, a pesar de su alojamiento en precario, tampoco vamos a pedir “gollerías ni canguingos en mojo de gato” por cuatro pesetas. Lo rubrica Augusto enfundado  en su  máscara de héroe: “Sí, sé de más de uno, amigo Víctor, que se ha casado nada más que para que el Estado no se ahorrase una viudedad. ¡Eso es civismo!” Todo esto para introducirnos uno de los pasajes más famosos y más ampliamente citados de Niebla y quizás de toda la producción literaria de Miguel de Unamuno. (Cuánto escribían estos autores para tan pocos lectores como tenían). Cómo se escribe una novela en pocas palabras. El proceso de escritura de una nivola, relato metaliterario basado en mucho diálogo porque es lo que quiere leer la gente del común. Las descripciones, las paradas narrativas son paja: “Solo el dialogo, no es paja.” Como ocurría en la subliteratura que frecuentábamos: las novelas del oeste o las novelas de amor de Corín Tellado,  verdaderos bombazos literarios con un mercado subterráneo de intercambio popular y espontáneo. Y si hace falta, para darle un interlocutor a un monólogo se inventa un perro mudo.

Caminito de Santiago, 
enchinarrado de estrellas,
tus peregrinos se mueren
de hambre de la última tierra
Miguel de Unamuno/Nino Sánchez






Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

miércoles, 23 de noviembre de 2016

Niebla (4) Miguel de Unamuno. Volcar el cielo.






"Augusto temblaba y sentíase como en un potro de suplicio en su asiento"



Niebla (4) 
Miguel de Unamuno 

Don Fermín es buena gente y tiene buen corazón, de buena gana habría sido uno de los pastores que hubieran acompañado a don Quijote y Sancho a la Arcadia durante un año de no haber muerto el hidalgo antes de tiempo. Pastores y zagalas de sobra. Llegar y besar el santo. Cree en la Acracia, ese paraíso donde todo se nos es dado por pertenencia, por el simple hecho de tener una ideología periférica, porque yo lo valgo. Además habla esperanto y discrepa de la creencia que establece que para casarse sea necesario conocerse antes. Piensa,  y lo dice, que el único conocimiento eficaz es el conocimiento penetrante, “post nupcias.” 

Augusto Pérez está grogui, medio ausente, como el boxeador al que han dejado calentito, el día que se presenta en la casa de Eugenia para conocerse y hablarse. Eugenia resulta ser un jardín prohibido, no una  zagala fácil, una mujer difícil que hace sudar y a la que hay que poder. Un pequeño erizo. Distante e indiferente se dirige a Augusto como caballero y con el don por delante que le dan mal fario. 

Don Fermín ve en ella su creación, un reflejo de las doctrinas emancipadoras de la mujer que le ha inculcado desde la cuna. Augusto sale de la casa gozoso, “como aligerado de un gran peso.” El corazón incendiado, su nuevo mundo iluminado por su frialdad de nieve y dos estrellas invisibles. Volcado el cielo, comienza una nueva vida. 




"Un rostro todo frescor de vida y sobre un cuerpo que no parecía pesar sobre el suelo"


Eugenia tiene novio formal, tiene a su Mauricio sin oficio ni beneficio. A ella le gustaría ser como Augusto Pérez o Mauricio que viven sin trabajar, pero la hipoteca de por vida que le dejó su padre de herencia la han hecho profesional de la enseñanza musical. Su casa es un trasiego continuo de pianistas aprendices porque no hay forma humana de transportar un piano. Bien distinto a don Acisclo, siempre pegado a su Guarnieri mejicano con esmeraldas incrustadas. 

Una conversación ágil y vigorosa entre Eugenia y Mauricio en el edificio donde Marta, madre de Mauricio, trabaja de portera, ocupa el capítulo nueve por completo. Un capítulo nominal y equilibrado. Mauricio y Eugenia, tanto monta, se citan diez veces cada uno. Ella le pone las peras al cuarto: o es hombre y se pone a trabajar o se echa en brazos de los ojos que le piden limosna, ojos de mendigo augusto. Esta mujer domina todas las suertes, aquí se ayuda del chantaje para espolear la pachorra amorosa y profesional del pretendiente. Ella se va taconeando y pisando fuerte calle alante, tiene en la mano el unicornio azul y no lo va a soltar hasta salirse con la suya. 

Mientras tanto en el casino Augusto también ha recobrado las fuerzas, la visita a Eugenia ha arado hondo, le ha removido las entretelas del alma, le ha puesto blandura al surco como de tempero tierno donde antes solo existía amargura, tierra dura y aplastada. Le ha dado cuerda al reloj parado de su autoestima.  

En las cosas del querer no es lo mismo vencer que ser vencido porque ser vencido significa que ella se va con otro. Por lo tanto, su objetivo a partir de ahora será vencer en el combate del amor. Una batalla que no puede perder. Ni excusas ni contrapesos, se conjura a entablar una lucha sin cuartel hasta rendir el fortín. 

Todas las mujeres le parecen ahora hermosas. Hay otras para el otro, pero Eugenia sólo es una y a esa la hago mía. Qué dilema, ella es solo una y ellos dos. Hay que organizarse, una de dos o me llevo a esa mujer o entre los tres nos organizamos (como cantaba Aute). La calle es un paraíso poblado de zagalas rubias, morenas, risueñas, hermosas todas. La vi, te miró y creí en Dios, (O repitiendo lo de Bécquer: hoy la he visto... La he visto y me ha mirado... ¡Hoy creo en Dios!), la chaladura del amor, todas las mujeres en una o una en todas las mujeres. Metafísica arrebatada. 




"Augusto se sintió tranquilo [...] como si fuese una planta nacida de él, como algo vegetal"

Augusto casi se desmaya en el primer encuentro a solas en casa de Eugenia. El semblante sufre un trasiego de colores; de una palidez de muerte pasa a una cara roja como el tomate, goterones de sudor frío le empapan la camisa cuando ella le mide las constantes vitales y le toma el pulso acelerado con la mano fría. Se da por vencido, no le importa que tenga novio. Esa es la evolución, abrazarse a una ausencia. Se conforma conque le “deje venir de cuando en cuando a bañar mi espíritu en la mirada de esos ojos, a embriagarme en el vaho de su respiración…” Muestra su disposición a sacrificarse por la felicidad de ella. Verla feliz, esa será su propia felicidad. Convertir la mujer inalcanzable en una idea desinteresada es un auténtico acto heroico. Sale de la casa convencido de que tiene que pagar la hipoteca para hacerla feliz. Qué mejor destino para el dinero que tiene por castigo que ver feliz a una idea soluble. Eugenia obra el milagro. De no mirar a ninguna mujer con deseo pasa a volverse loco por unas faldas. Le tira los tejos a la chica que le plancha, pero duerme con Orfeo a los pies, símbolo de fidelidad a un pensamiento soluble, como los perros que descansan a los pies de los nobles enterrados en los sepulcros de mármol de las catedrales. 

Eugenia enfurecida le rechaza, que se meta la hipoteca por donde le quepa, ella no está en venta, a ella no hay quien la toree, ni nadie que la compre. Él coge el sombrero, sale a la calle y se pierde en los senderos de la ciudad, entra en San Martín. Allí se respira oscuridad, olor a vejez. Se consuela con la desgracia de Avito Carrascal que desde que se le suicidó el hijo no hace otra cosa que rezar y llorar. Le aconseja que se case con una que le quiera querer. 


 Sin miedo, lo malo se nos va volviendo bueno 
 Las calles se confunden con el cielo 
 Y nos hacemos aves, sobrevolando el suelo,así 
 Sin miedo, si quieres las estrellas vuelco el cielo 
No hay sueños imposibles ni tan lejos 
 Si somos como niños 
 Sin miedo a la locura, sin miedo a sonreír
Rosana



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


jueves, 17 de noviembre de 2016

Niebla (3) Miguel de Unamuno. La banda sonora de mi hogar.





"Vienen los días y van los días y el amor queda."

Niebla (3) 
Miguel de Unamuno 

Conviene estar atentos al amanecer del segundo día en la vida de Augusto Pérez, personaje en obras, en construcción permanente. Cada día que avanza es una incógnita por despejar en lo imprevisible del relato. Después de la iluminación nocturna de la superluna y el vuelo del águila, regreso a la realidad mostrenca, agarrada al piso, del quehacer diario. ¿Qué traerá la prensa? ¿Se habrá tragado un terremoto esta noche a Concurbión? ¿Y por qué no a Leipzig? El desorden pindárico. La anárquica asociación de ideas. El segundo día sobre la tierra nebulosa viene con incertidumbre incorporada, muerte y renovación atrasadas. El ajetreo de las primeras luces, las voces de la mañana, el vinagrero, el afilador de cuchillos, navajas y tijeras. “Y luego un coche, después un automóvil,” más tarde una furgoneta con altavoces que anuncian la limpieza de canalones, corren los tejados y ponen onduline bajo teja. Hasta un piano de manubrio se para ante la ventana y le tocan una polca. ¿Hay algo más difícil que sacar un piano de la habitación? No hay manera de conciliar el sueño de nuevo. ¡Arriba camastrón! Hay que hacer por la vida. La esencia del mundo es musical. Su Eugenia es música que hace vivir a compás. La virginidad del día le descubre que “el amor es ritmo.” Se echa a la calle a seguir su estela. La ve venir de frente y se cruzan las miradas. La vida con amor es más loca. Una mirada vale más que cien palabras gastadas. Le da un vuelco el corazón, tocan a rebato las campanas de la alegría. 

Llega donde la portera, Margarita, que le repite que ella tiene novio. ¿Y qué? Luchará y vencerá con la ayuda del me quiere, no me quiere. 

Se retira a la Alameda a la rumia intelectual. A mezclar las emociones frescas del amor con los recuerdos alados de la infancia que repasan lo pasado como una película. Apenas recuerda al padre, una sombra mítica que desgarró la casa con su ausencia, un vómito de sangre que lo llevó para siempre y cubrió a su madre de negrura, de luto permanente y viudedad. Un pajarillo frágil siempre de negro, un poso de tristeza y soledad que le leía vidas de santos y novelas de Julio Verne antes de aprender a leer y a vivir otras vidas. Cómo estudió con el hijo el bachillerato para ayudarle. Se le daban bien las ecuaciones de segundo grado. Las barbaridades cometidas por el hombre a lo largo de la historia. Qué manera de complicarse la vida los psicólogos. Los motajos de los animales y las plantas. No podía con los pulmones vistos por dentro, ese aspecto sanguinolento y descarnado de las láminas de fisiología le recordaban los vómitos del marido antes de morir. El inglés la superaba, deletrear las letras le sonaba a chino, también  el coro de los verbos irregulares, aprendidos como un loro.  





"¡Qué vida ésta,  Orfeo, qué vida,  sobre todo desde que murió mi madre! 


Le veía crecer, ensayar las alas para volar del nido por su cuenta y riesgo. Es ley de vida, pensaba ella. Criar un hijo para otra. Así es el mundo, hijo. “Y vino la muerte, aquella muerte lenta, grave y dulce, indolora, que entró de puntillas y sin ruido, como un ave peregrina, y se la llevó a vuelo lento, en una tarde de otoño.” Murió con las manos enlazadas al hijo, que sintió cómo el calor le abandonaba para siempre, palidez de cera. Se le iba la vida con el tacto helador de las manos frías. La echaba de menos. Si estuviera aquí, resolvería las dudas con Eugenia, ayudaría a separar las rosas de las espinas, más difícil era despejar las ecuaciones de segundo grado y lo hacía. Es duro no tener madre, ser un hijo expósito. 

Los gemidos de un perrillo recién nacido, ya abandonado, lo apartan del recuerdo brumoso de la infancia. Lo recoge y lo saca “palante” a esponja y biberón. Orfeo nace libre, pero expósito, como lo son todos los seres vivos más tarde o más temprano. 

La noche echa el telón a un día melancólico, a doce horas de luz de amor con espinas; la muerte que llama a la puerta para llevarse a los seres queridos sin avisar. Y Orfeo como interlocutor, un Berganza sin habla que sabe escuchar. 

El relato gira cuando Augusto sale otra vez de la casa sarcófago, se vuelve más vivo y alegre a la luz del día. El trabajo dignifica a la persona. Que le pregunten a Augusto Pérez por la evolución que experimentó por dar de comer a un cachorrillo. Como criar a un hijo. Prepararle biberones cada poco y darle. Verlo dormir, comer y la obligación de limpiarlo era la tarea diaria. 

Con la excusa de devolver una jaula con canario dentro que cae a la calle y casi desgracia a Augusto que hace guardia delante de la casa, sube a la casa de Eugenia. De nuevo un pájaro como excusa para comenzar el acercamiento.  La reciben sus tíos, el señor Fermín y la señora Ermelinda. Su padre se suicidó por un revés en la bolsa (como hacían aquellos de Nueva York que vio Federico García Lorca en el 29), dejando a la heredera una hipoteca que ni trabajando sesenta años seguidos dando clases de piano será capaz de saldar. La casa de Eugenia es políglota, una torre de Babel. Se hablan cuatro idiomas distintos. A saber: aquí se habla el castellano, común a todos, dominante y vehicular, el esperanto que solo lo entiende don Fermín, el bable, usado por la tía, enjuta y cana, para reñir a la criada y el idioma de la música, el más universal. Don Fermín confiesa su afinidad con las ideas libertarias, como casi toda la gente, pues sabido es que a nadie le gusta obedecer porque no suele querer que nadie le mande, pero anarquismo místico, no de los que, como Mateo Morral, ponen bombas que dejan muertos y caballeros mutilados para los restos con derecho preferente a asiento en los transportes públicos. 


El sol de otoño ciernes de mi alcoba
en el ancho balcón, rectoral parra
que con zarcillos con la tierra garra
prendes su hierro. Y rimo alguna trova


Eugenia misma confiesa su inclinación: “También yo soy anarquista, tía, pero no como tío Fermín, no mística.” 

Augusto cae bien a primera vista. Como además es hijo de familia con posibles, lo proclaman ganador de las primarias y candidato número uno a rendir la fortaleza. Ya sospechábamos que detrás de la inutilidad de Augusto Pérez había algo más que una estatua de sal. En su mente bullen pensamientos complejos y dispares como la utilidad de un paraguas o el disparate: si no manda nadie ¿quien va a obedecer entonces? Pero es la creación de Orfeo, interlocutor mudo, la que hace el milagro, la maravilla de la comunicación verbal. No importa la complejidad del asunto como el creacionismo o la eternidad. ¿Quién y qué soy yo? La existencia y una visita del autor a los telares de Béjar nos deja la metáfora de la existencia, vida y muerte, constante tejer y destejer, viaje de ida y vuelta que se hace costumbre a fuerza de repetición mecánica; como hipnotizado por el ir y venir del mecanismo reflexiona: ”Mira, Orfeo, las lizas, mira la urdimbre, mira cómo la trama va y viene con la lanzadera, mira cómo juegan las primideras; pero, dime, ¿dónde está el enjullo, a que se arrolla la tela de nuestra existencia, dónde?”


Era la alegría de mi calle 

La banda sonora de mi hogar 

Toda la mañana en el balcón me formaba la revolución 
El canalla estaba bien cuidao 
Y vivía mejor que yo 
Pero le llego la hora y el cielo se lo llevó 
Ese personaje amarillo 
Ese lindo pajarillo 
Me ha dejado solo y aburrido 
Y hasta las flores se han chuchurrido
No me pises que llevo chanclas 







Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


miércoles, 9 de noviembre de 2016

Niebla (2) Miguel de Unamuno. Seguir la corriente.






"Al aparecer Augusto a la puerta de su casa extendió el brazo derecho con la mano palma abajo."

Niebla (2) 
Miguel de Unamuno 

Lo primero que llama la atención de Niebla es que la narración no es uniforme ni lineal, hay una mezcla constante del narrador tradicional en tercera persona: “Al aparecer Augusto a la puerta de su casa extendió el brazo derecho, con la palma abajo y abierta,” un soliloquio o monólogo en primera persona en que el personaje le da la vuelta a las cosas: “Esperaré a que pase un perro -se dijo- y tomaré la dirección inicial que él tome.” Y la irrupción de un diálogo entretenido, mucho diálogo, como de teatro del absurdo: 
-Dígame, buena mujer –interpeló a la portera sin sacar el índice y el pulgar del bolsillo–, ¿podría decirme aquí, en confianza y para inter nos, el nombre de esta señorita que acaba de entrar?
–Eso no es ningún secreto ni nada malo, caballero. 
–Por lo mismo.
–Pues se llama doña Eugenia Domingo del Arco.
¿Domingo? Será Dominga... 
–No, señor, Domingo; Domingo es su primer apellido. 
–Pues cuando se trata de mujeres, ese apellido debía cambiarse en Dominga. Y si no, ¿dónde está la concordancia? 

La transición de este narrador omnisciente, que aparentemente puede parecer tradicional, pero que enseguida vemos que se fija en cosas intrascendentes como un paraguas cerrado, el monólogo interior ensimismado (A menudo, Augusto respondiendo a sus propias preguntas) y el diálogo fluido entre personajes se realiza con suavidad, sin movimientos bruscos ni estridencias que violenten la lectura. Ojo con el ritmo que don Miguel le imprime a los diálogos.   

Llamarse Augusto imperial te predispone a la grandeza del pedestal y a la quietud marmórea de una estatua con vida. Llamarse Pérez corriente y moliente te descabalga sin contemplaciones de la peana a mirar hormigas a ras de tierra. Ahí en ese ir y venir, subir y bajar de las estatuas dando bandazos entre la soledad (disimulada o paliada con el perro Orfeo, buen confidente) y la multitud se mueve la personalidad de Augusto Pérez, protagonista en una tarde de lluvia fina de cualquier pequeña ciudad de provincias. 






"¡Perdone hermano! -esto se lo dijo en voz alta- ¿Hermano? ¿Hermano en qué?


La tensión narrativa en Niebla está servida desde el nombre y apellido del protagonista, una bicefalia con ambiciones que hay que equilibrar. Llamarse Augusto Pérez imprime carácter, vértigo de altura, mezcla, amplio recorrido, ambigüedad y mal fario desde el principio. Aparece Augusto recién estrenado, como un espíritu recién salido del barro y del soplo bíblico original, a la puerta de su casa dispuesto a activar los sentidos. Extiende la mano para sentir la lluvia lenta, vivir es un regalo. Con el brazo extendido, la piel húmeda al tacto, mide la cantidad de agua. Sopesa la necesidad de abrir el paraguas. Nada tan feo como un paraguas abierto. Las cosas se estropean de tanto usarlas, igual que se desgasta el amor. ¡Qué bella es una manzana antes de ser comida! Un paraguas, una manzana, un perro, una hormiga, las cosas sencillas que más a mano tenemos, que damos por supuestas, pero que nos harían la vida más difícil si dejaran de existir. Imbuido de esta apreciación por el detalle, Augusto llega a comparar el paraguas con Dios al que solo recurrimos cuando queremos que nos proteja de los males. 

Augusto abandona la casa que es su panteón, aprende la vida, rompe a andar como un niño tembloroso, se echa al camino y activa la vista en un regreso a los orígenes, nada más nacer. Como no tiene moneda, decide seguir la dirección del primer perro que aparezca cuando los perros eran libres, no esclavos. Pero qué perro ni qué perro, lo que aparece es una moza bizarra de ojos imantados que deslumbran sus ojos recién estrenados, la sigue hipnotizado hasta su casa. 

Descubre que tiene el don de la palabra hablada. Berganza y Cipión. Lo primero que dice es un “¡Perdone hermano!” para llamar la atención de Joaquinito, un paralítico al que le cuesta un mundo moverse a la rastra. ¡Eso sí que es un trabajo! Y no la exhibición del mamarracho del chocolatero a través del cristal. 

Activa también el oído, el ruido sordo de los automóviles, un molesto ruido de fondo y polvareda. La Cerbera aguarda. Nada mejor que aprender a escribir (a pluma para que no se borre) con el nombre y dirección de la Cerbera que aguarda. “María Eugenia Domingo del Arco. Avenida de la Alameda, 58.” Nombre con “de” que imprime carácter de ministro, como algunos sacramentos. 

Augusto se siente a gusto solo, pero no vive solo. Comparte la casa con sus criados, un matrimonio de aquellos que nacían y morían en casa de los señores. Ya en casa, después de la excursión callejera, escribe una carta a Eugenia proponiéndole que le permita conocerla, que se hablen y se escriban. La cierra y se echa de nuevo a la calle. Se cruza con ella “cortando con sus almas la enmarañada telaraña espiritual de la calle. Porque la calle forma un tejido en que se entrecruzan miradas de deseo, de envidia, de desdén, de compasión, de amor, de odio, viejas palabras cuyo espíritu quedó cristalizado, pensamientos, anhelos, toda una tela misteriosa que envuelve las almas de los que pasan.” Le entrega la carta a la portera tras otra conversación nebulosa. No es el único pretendiente, pero “lucharemos y venceremos”, dispuesto a cumplir con su deber, comenzar las maniobras del cortejo y derribar la fortaleza. 






"Fijos los ojos de presa en la niebla solar"

Busto de don Miguel de Unamuno en las escaleras del Palacio de Anaya. Obra de Victorio Macho. A don Miguel no le gustaba porque, según él decía,  le hacía demasiado viejo y severo. 


Con Victor Goti, el prologuista,  juega y pierde al ajedrez en el casino provinciano como el que vio a Carancha recibir un día. Pierde porque está enamoriscado de Eugenita la pianista que todo el mundo en el barrio conoce menos él que es un poco primaveras. Juega y pierde al tute con su criado Domingo, como juegan muchas noches. Lo que tiene que hacer el señorito es buscarse una mujer de gobierno que sepa querer y gobernar (como María Cristina) y deje de ser águila que se pasee por el seno de las nubes. “El aburrimiento es el fondo de la vida, y el aburrimiento es el que ha inventado los juegos, las distracciones, las novelas y el amor.[…] ¡Oh, Eugenia, mi Eugenia, flor de mi aburrimiento Y quedose dormido.” 

La voz en grito del chiquillo vendedor de prensa le saca del sueño del águila poderosa que vuela alto en un vuelo adormecido por “el silencio que hacen los rumores remotos de la tierra.” Asciende el águila hasta confundirse con las nubes y anuncia la luz del día, el segundo de su nueva existencia.


María Cristina me quiere gobernar, 
y yo le sigo, le sigo la corriente 
porque no quiero que diga la gente 
 que María Cristina me quiere gobernar
Eliades Ochoa Y Compay Segundo



El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


martes, 1 de noviembre de 2016

Niebla. Prólogo y post-prólogo. Miguel de Unamuno



Niebla 
Prólogo y post-prólogo
Miguel de Unamuno 

Los libros comienzan con la portada, la contraportada, las solapas y las guardas. La lectura tiene que empezar por el principio, por supuesto. Niebla cuenta con un prólogo y post-prólogo de obligada lectura porque también son novela. Víctor Goti escribe el prólogo de Niebla, puntualizado por el autor en el post-prólogo. El prologuista se presenta como amigo de Miguel de Unamuno y de Augusto Pérez, nos pone así en alerta de que estamos ante una rareza. Aquí hay gato encerrado. ¿Cómo se puede ser amigo del autor y de su creación? Encima va, de buenas a primeras y desbarata la novela:  en la cuarta línea nos cuenta el final. Una novela al revés, se nos revela el desenlace antes de empezar, el relato terminará con la muerte misteriosa del protagonista. 

Hay algo de prueba y de ceremonia iniciática en el hecho de ceder el espacio principal de una creación literaria a un novel escritor, cuyas aguas fluyen por el mismo cauce, para que se luzca en la presentación. Víctor Goti responde al gesto generoso del autor con el respeto que un buen alumno profesa al profesor: siempre lo llama don Miguel, cuando el don había que ganárselo. Un poco obligado por los deseos del maestro, confiesa sentir algo de presión, como si alguien le hubiera privado del libre albedrío. Le consuela que el autor tampoco tenga la libertad del aire. Así, casi sin querer, los veteranos van cediendo el paso a los jóvenes que se detienen “sin levantar huracanes de miedo ante la libertad.” 

Don Miguel es contradictorio e imprevisible, casi siempre brillante cuando desenfunda sus palabras de altura; carga contra la tauromaquia y a la vez hay algo taurino en este prólogo en el que utiliza la ceremonia de la alternativa. Don Miguel hace de padrino, de maestro consagrado que cede los trastos al novillero joven que sube al escalafón superior. No deja títere con cabeza pensada del planeta pequeño relacionado con los toros bravos: “Pueblo que se recrea en las corridas de toros y halla variedad y amenidad en ese espectáculo sencillísimo está juzgado en cuanto a mentalidad”, dice. Y agrega que no puede haber mentalidad más simple y más córnea que la de un aficionado. ¡Vaya usted con paradojas más o menos humorísticas al que acaba de entusiasmarse con una estocada de Vicente Pastor! Y abomina del género festivo de los revisteros de toros, sacerdotes del juego de vocablos y de toda la bazofia del ingenio de puchero.” 

“Pero este adusto y áspero humorismo confusionista” molesta a no pocos. La gente quiere reírse como evasión, no para indigestarse con la doble intención. “Le saca de sus casillas el que digan que nuestro pueblo, sobre todo el meridional, es ingenioso.” Ante tanto irredentismo, nos surgen algunas preguntas: ¿Para quién escribe Miguel de Unamuno si excluye a tanta gente? ¿Qué autoridad se arroga para tratar de forma tan severa a los lectores? Porque si ya de entrada el cincuenta por ciento de la población se autoexcluye porque no sabe leer ni escribir, le sumamos los que le duele la cabeza por ponerla a funcionar, los córneos aficionados a los toros, los que subrayan los textos, los mujeriegos, los jugadores… No deberán quedar muchos más de los veinte millones de habitantes que en ese momento habitan España. No creo que el Bécquer revistero, Valle Inclán, Picasso, Ortega y Gasset que pensaba tanto como él para escribir, los hermanos Machado o Ignacio Zuloaga por citar solo algunos de sus coetáneos, córneos aficionados todos, merezcan tanto rechazo de don Miguel que pone rasero riguroso, excomulga catecismo en mano, sólo porque se nieguen a fluir por el cauce que él traza. 

El prologuista añade que le unen bastantes lazos con don Miguel, además de ser también un personaje de la novela, junto a don Augusto Pérez. Incluso el término nivola es de cosecha propia. No descarta la posibilidad de ser su pariente lejano según las investigaciones en el árbol genealógico del docto Antolín Parrigópoulos (tiene guasa el nombrecito). Como muestra el hecho de que el autor también se interese por el nacimiento de su hijo Victorcito, vástago tardío. 

Como tal ente, mezcla de realidad y ficción, no puede prever la recepción de la obra. El recorrido de una novela es imprevisible una vez dado a la estampa. Y menos en vista de los comentarios suscitados por los artículos de don Miguel en el Mundo Gráfico. Simplicidad palomina y cómo se enfada porque escriba Kultura con K. Siempre suena peligroso y agresivo escribir el sonido /k/ con cuatro puntas. 

Goti señala que ha oído a Miguel de Unamuno afirmar de Miguel de Cervantes: “Como humorista no hemos tenido más que a Cervantes.” A la sátira mordaz de Quevedo se le ve el plumero enseguida, su inclinación al sermoneo. 

A los lectores no les gusta que le tomen el pelo. El público, sobre todo el poco culto, quiere clasificar, poner etiquetas. Le molesta que se mezclen las burlas con las veras, sobre todo porque se le obliga a pensar. Prefiere las cosas claras desde el principio. Por lo tanto, duda de la acogida de esta obra en la que lo trágico y lo grotesco van íntimamente más que mezclado, fundido y confundido como siempre ha sido la aspiración del autor. Durante más de veinte años de dedicación a la enseñanza nunca ha terminado de convencerse de que la limpieza, ni el orden del clasicismo se opongan al desenfreno romántico. He aquí un helénico que define, clasifica y separa a la vez que indefine y confunde. 

En el fondo lo que respira en las obras de Unamuno es el ansia de inmortalidad. Ningún esfuerzo merecerá la pena si algo de nosotros no es inmortal, aunque no sea más que el alma intangible y que nadie ve. 

Se pone la venda antes de que le peguen la pedrada. Por si alguien lo acusa de escribir un libro pornográfico, ya tiene preparada la respuesta: Las escenas crudas solo son “punto de arranque imaginativo para otras consideraciones.” Conocido es su rechazo de todo atisbo de literatura erótica, los escritores son los menos inteligentes y los más tontos. De los tres vicios mayores que aquejan a los hombres: las mujeres, el juego y el vino, los dos primeros estropean más la mente que el vino. A ver quién es el guapo que aguanta la chapa de un mujeriego o de un jugador. “No hay por debajo de ella sino la de un aficionado a los toros, colmo y copete de la estupidez.” Qué le habrán hecho Sorolla, Blasco Ibáñez, Benlliure o Sebastián Miranda también aficionados de la época. 

El comienzo de los pueblos es guerrero y religioso, la espada y la cruz. Después se sofistican con lo erótico y metafísico. El culto a la mujer llega más tarde con las sutilezas del conceptismo. La religiosidad hace al hombre belicoso y combativo, radical. La curiosidad de querer saber sobre el pecado original hace al hombre sensual, ansía conocer la ciencia del bien y del mal, como Eva en el Paraíso Terrenal. Y luego está la mística, la metafísica de la religión. 

Con esto no estará de acuerdo don Fulgencio Entrambosmares. Siempre dispuesto a terciar en las disputas con sus combinatorias múltiples como "una religión guerrera y una religión erótica, una metafísica guerrera y otra erótica.” Así hasta dieciséis combinaciones binarias dobles, dejando a un lado las terciarias. 

 Respecto al suicidio de Augusto Pérez puede confirmar con pruebas que realmente se suicidó de hecho y no solo de deseo. 

En el post - prólogo Miguel de Unamuno lamenta que Víctor dé a conocer juicios hechos en privado, fuera de micrófono, off the record. En lo que se refiere a la muerte de Augusto esboza una sonrisa. Parece que Víctor Goti ignora que es solo un personaje de novela y le amenaza con hacer con él lo mismo que hizo con Augusto. 

Se despide agradeciendo el texto no sin antes hacerle un guiño a la tauromaquia, dándole “la alternativa a mi amigo Víctor Goti.” 


Nota del bloguero: Cualquiera se atreve hoy a resaltar nada con imágenes, con letra negrita ni cursiva, rápido viene don Miguel a darle a uno con el catecismo en la cabeza. ¡Qué hombre! 

¡Ah! y perdonen por la longitud exagerada de la entrada, no he sabido hacerla más breve. 


El presente  comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.