miércoles, 8 de marzo de 2017

A sangre y fuego ¡MASSACRE,MASSACRE! Manuel Chaves Nogales. Copias asesinas.





"Se sufre en las entrañas un tirón de descuaje como si le rebanasen a uno por dentro"


A sangre y fuego
Héroes, bestias y mártires de España.
¡MASSACRE, MASSACRE!
Manuel Chaves Nogales

Los primeros meses de la Guerra Civil son terribles. El golpe de estado del dieciocho de julio es un fracaso en la mayoría de las ciudades, las más populosas, las más industrializadas y prósperas permanecen fieles al gobierno y a la República. El triunfo del levantamiento de las tropas de guarnición en África, donde están las mejor pertrechadas y aguerridas, es clave en el devenir de los primeros momentos de la guerra. Franco cuenta con ascendente entre ellas porque allí transcurrió la mayor parte de su carrera militar. La tibieza y lentitud en la respuesta del gobierno permite el traslado a la península de esas fuerzas que inmediatamente emprenden la marcha sobre Madrid sembrando a su paso el terror en la retaguardia. Al mismo tiempo, otras columnas de tropas voluntarias parten de diferentes lugares rebeldes. La práctica de tierra quemada que usan provoca la reacción. Nadie se da mus y se entra en una espiral de violencia extrema imposible de parar.

Massacre es un reflejo en seco de ese círculo de ensañamiento  violento, aún con escasa intervención extranjera porque no había habido tiempo material de ponerla en marcha. Los levantiscos derrotan a las tropas gubernamentales en la sierra norte madrileña. Las columnas africanas se acercan a Madrid que queda sitiada por el norte, oeste y el sur. Únicamente el corredor del este le queda a los madrileños como vía de escape. Madrid recurre a la épica, el cojonudismo hispano que resiste atrincherado al grito del “No pasarán,” gracias al ingente trabajo de pico y pala de la población - verdaderos peones de brega - para defenderla. De villa y corte a checa en poco tiempo.

La guerra trastorna el orden de las costumbres diarias como ninguna otra cosa. Los pájaros de hierro que a menudo son recibidos con alboroto por los niños y templados saludos de los mayores, se vuelven indeseables aves de mal agüero porque en su vientre viaja una carga macabra de muerte y destrucción. Para las gentes de Madrid, tan habituadas al reparto de la suerte, un bombardeo es una lotería en la que el premio consiste en librarse de la metralla. Siempre cae lejos, nunca toca.



"En la guerra no se administra el sentimiento con la misma largueza que en la paz"

Debido a la superioridad nacional en el aire, el azar cada vez es más pródigo, cada vez se tienen en la mano más papeletas para que te toque. Las bombas siempre hacen carne. El subsuelo de Madrid se puebla de habitantes de la superficie en cuanto suenan las sirenas de la policía anunciando aviones cargados de bombas.

En Madrid funciona la Escuadrilla de la Venganza, formada por milicianos de primera hora, camisas viejas que se echan a la calle a rendir el Cuartel de la Montaña el día del levantamiento. Después marchan al frente con la moral alta a batirse contra el ejército de Mola en la sierra. Regresan envenenados de la crueldad primaria del “que padeciendo el miedo a morir, ha aprendido a matar y si la ocasión de hacerlo impunemente se le ofrece, no la desaprovechará. Es el miedo el que da la medida de la crueldad.” El escarmiento, la medida de la réplica. Estos milicianos íntimamente aterrorizados quieren proyectar el terror experimentado en el resto de la sociedad. Amedrentan al gobierno e imponen un régimen de terror a las organizaciones sindicales y partidos políticos. La mayoría de ellos son huidos del frente que se refugian en los sistemas de control de la revolución, recelosos de la lealtad de las fuerzas de seguridad del estado. Ungidos de justicia revolucionaria, decretan los crímenes útiles para la causa. 

Enrique Arabel es el jefe de la siniestra Escuadrilla de la Venganza. A su lado camina Valero, comisario político comunista que tiene encomendada la misión de controlar esa fuerza “sin freno en sus pasiones e instintos que, en nombre del pueblo y valiéndose del argumento decisivo de sus pistolas, sembraban a capricho el terror.”

Una joven denuncia al comandante de artillería en activo, Eusebio Gutiérrez, por fascista. Se desencadena la venganza, la revancha por los bombardeos sobre Madrid. Detienen de noche al comandante en una casa de baja nota tratando de huir de las represalias. Hay miles de madrileños viviendo con esta angustia permanente. Suponen que están organizados en lo que Mola llama la quinta columna que se unirá a las otras cuatro que marchan sobre la capital. Actuarán desde dentro como un caballo de Troya como asegura la propaganda de los fascistas. Esa misma noche lo fusilan en el kilómetro nueve de la carretera de La Coruña.

Arabel afirma que en Madrid hay miles de militares retirados y todos fascistas. Como ahora están desconfiados, escondidos y recelosos, será dificultoso y costoso detenerlos uno a uno. Idea tenderles una trampa. Los convoca a todos a una reunión en el Ministerio de Hacienda con la excusa de cobrar la paga: fascista el que no asista. Ese día detienen de una tacada a unos quinientos. Habrían sido más de dos mil si el gobierno no advierte de que ellos no han convocado a nadie. Entre los detenidos se encuentra Mariano Valero Hernández, padre de Valero y militar de graduación ya retirado. Cuando Arabel le propone salvarlo del paseo, Valero no accede al chantaje. Si es fascista, que lo pague. Valero sabe que Arabel se dedica al tráfico de detenidos.



"muertos y heridos confundidos, en su mayor parte mujeres y niños, se alineaban en el suelo esperando inútilmente a que los médicos y practicantes pudieran, al menos, reconocerles." 


Valero se echa a la calle a darle vueltas a la situación y el autor nos regala un valioso retrato del centro de Madrid durante los primeros días de guerra. Las calles atestadas de gente que desaparecen al oscurecer coincidiendo con el cierre de las tiendas. Valero se refugia en una taberna en la que suele comer y cenar. Por allí pasan Alberti, María Teresa León con su pistola al cinto, Bergamín y el poeta francés André Malraux, desbaratado y escuálido, jefe de una escuadrilla de aviones incapaces de defender la capital de los ataques por aire de los aviones nacionales. Vaga por las calles y se dirige al convento donde está su padre encarcelado. Le ofrece su ayuda, pero él no quiere nada. Se lamenta de haberse sacrificado toda la vida para darle educación y universidad y el hijo le sale comunista. Mientras tanto la aviación enemiga, que campa a sus anchas por los cielos de Madrid, hace un bombardeo a granel que causa unas quinientas muertes en veinte puntos distintos de la ciudad. En seco y sin avisar, los aviones arrojan bombas indiscriminadamente pillando desprevenida a la población. Una cae en una cola de mujeres que guardan la vez para comprar huevos. Provoca una escabechina de seis u ocho mujeres.

Las cuadrillas de la venganza rumian una reacción pavorosa: el asalto a las cárceles. “Massacre, massacre” grita con voz nueva la ancestral crueldad del celtíbero. Los hombres de acción se aprestan a la venganza. Arabel y Valero se dirigen a la cárcel de San Román, allí separan a ciento veinticinco militares de graduación y esa misma noche los fusilan. Antes hay un intento desesperado de Valero por ganarlos para su causa porque se necesitan militares profesionales en el frente a cambio de la vida, pero lo rechazan. Ni uno solo que honre el uniforme ni la lealtad debida al gobierno, ningún intento de detener el círculo vicioso de la violencia. El fuego descontrolado puede seguir su devastación, a nadie parece interesar hacer un cortafuegos.

En el parte oficial del día siguiente se consignan doscientas veintidós bajas a consecuencia de los bombardeos. Obran los nombres y apellidos de un centenar y “los ciento veinticinco cadáveres restantes no han sido identificados.”


Pobre del cantor que fue marcado 
 para sufrir un poco y hoy está derrotado. 
 Pobre del cantor que a sus informes 
 les borren hasta el nombre con copias asesinas. 
 Pobre del cantor que no se alce 
 y siga hacia adelante con más canto y más vida.
Pablo Milanés



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

4 comentarios:

Gelu dijo...

Buenos días, pancho:

He leído tu entrada, claro, estupenda como acostumbras. Y he escuchado la canción, pero... no puedo resistirme a llevarme la fotografía de tu mirlo.
¡Qué desastre de guerra! ¡Y qué catetez, ignorancia y crueldad de gente!

Saludos.

Pedro Ojeda Escudero dijo...

Nos enfrenta Chaves Nogales con las emociones primarias que desata una guerra como esta. Excelentemente visto, comentado e ilustrado hasta con la elección de la música.

La seña Carmen dijo...

Más allá de los cuatro temas tópicos, todavía está todo por escribir sobre la Guerra Civil.

Abejita de la Vega dijo...

Excelente como siempre, Pancho.
Besos