miércoles, 7 de junio de 2017

La saga/fuga de J.B. (33) Scherzo y fuga. Gonzalo Torrente Ballester. Mujer, mujer mujer...




"El movimiento automático que provocaba era de tocar madera, uno, dos, tres, fuera gafes."

La saga/fuga de J.B. (33)
Scherzo y fuga
Capítulo 3
Gonzalo Torrente Ballester

Las bulas papales que avalan al obispo Bermúdez molestan al arzobispo Ramírez porque chocan con las ansias imperiales de obispo anexionista. Los límites de la diócesis están congelados en el tiempo, son intocables y ni rey ni roque ni nada los puede cambiar. Las bulas del Papa le desbaratan los planes que tiene de dejar en herencia la diócesis de Tuy a su hijo de tres años, adosados a ella van las pesquerías de lampreas y los derechos exclusivos de custodia del Cuerpo Santo Iluminado. La procedencia cátara de los habitantes de Castroforte es la excusa perfecta esgrimida por el enemigo para entrar a mano armada en la población. El obispo Bermúdez y el Papa charlan sobre la política a desplegar con los nuevos súbditos durante la estancia en Roma de aquél. El Papa no quiere baños de sangre, sobre todo le interesa que la gente vuelva a creer en el sacramento del matrimonio. Un día recibe a diez mujeres, todas solteras porque los hombres no quieren casarse y tampoco es que abunden curas para oficiar. Vienen al mando de una que dice ser la dueña del Cuerpo Santo, bella y triste, que guarda un parecido en los ojos a Heloísa, la mujer de Abelardo, a la sazón estudiante en la Sorbona, respetada por todos aunque nunca falte alguien que precie más su culipotencia. A ver quién puede evitar que haya algunos de mirada baja. Ella es una buena moza, gallarda y hermosa; él, feo y pequeñajo. El ojo derecho goza de autonomía de movimientos. Ojo disidente. A pesar de los esfuerzos que hace por “mantenerlos simétricos en relación al eje corporal de Heloísa.”

Este asunto de la bizquera no es nuevo, le persigue como una obsesión. Conocido es que la caída de la pintura del busto de Coralina Soto contribuye al carácter turbador de la mirada, pero es la bizquera de los pechos lo que causa impacto en los miembros de la Tabla Redonda desde que el escultor Baliño trabaja en la talla de madera. El día en el que la modelo Coralina tiene que descubrirse los pechos lo pasa mal porque se hace público lo que siempre ha creído de contemplación particular. A Merlín le parecen dos quesos colocados encima de una berza. Lo dice por las hojas de higuera que le colocan debajo para que sirvan de inspiración al artista a la hora de tallar los nenúfares que sirven de adorno a la peana de la escultura. Como desagravio de la vulgaridad, tiene que poner las musas a trabajar en metáforas compensatorias que combinen el verde primavera con lo blanco invernizo: esmeralda y nieve; la leche de oveja y el césped: la dureza del mármol y la suavidad del terciopelo. El siseo de los presentes se torna en silencio sólido combinado con el ruido de la gubia de Baliño al sacar redondeces a la madera. El silencio adormece a Coralina y Baliño perpetúa esa sonrisa de orgasmo eterno en la escultura. El pezón derecho mira hacia fuera como si quisiera escabullirse de la jaula. Los comentarios en voz alta despiertan a la modelo “con una risa de cristales escogidos,” que comenta la similitud con las explicaciones del Emperador de Austria el día que la vio desnuda. Su corazón se desangra entre puñaladas imperiales.





"En sus bordes, la secuencia, siempre deshilachada, se mezcla con el comienzo de otra, sin límites precisos"


También extraviado a la derecha, con una desviación más pronunciada que el pezón de Coralina, miraba el ojo derecho de Abelardo. Desde la primera entrevista con Heloísa se produce una dulcificación doctrinal admitiendo que el hombre pueda ser una pasión relativamente útil. Abelardo no contempla que el atractivo físico de Heloísa influya en su satisfacción sino sus cualidades intelectuales y algo su biografía que la convierten en el reflejo femenino de Abelardo; su mente razona a través de silogismos concluyentes.

Qué distinto todo de la primera vez que vio a Coralina el día de la proclamación del Cantón Independiente desde el balcón de Castroforte. Porque hay que salir al balcón a proclamar el divorcio a los cuatro vientos, la liberación del yugo opresor, las bondades de lo single. Lanzar al aire azulado y húmedo la vertiente poética de la imaginación. La utopía desarmada por el veneno de la libertad. Las más encendidas metáforas que cantan el privilegio del libre albedrío. “La convicción de hallarse en posesión de la verdad y su propósito de imponerla a los demás por narices.”

La misma tarde de la proclamación del club de los corazones solitarios, las entretelas inflamadas de banderas, arengas patrióticas y nuevas leyes, llega un cura excomulgado entre el barullo de cascabeles y restallidos de látigos de la diligencia. Desciende al barro de la calle una señora que resbala al bajar y que habría caído si no llega a ser por Merlín que le ofrece la mano y que, de paso, aprovecha para catarle las carnes. También lo hace otra señora enguantada de negro. El sombrero y la capa rendidos para librarla del lodo, antes de que la espalda se doble ante la dama. Ella lo agradece y saluda con un “Caballeros, gracias” dejando aroma de París a medida que se aleja del brazo de su rodrigona camino del hotel. Torcuato se olvida de calarse la chistera y a su paso exclama: “Yo he besado esa boca.” Lo cual supone un golpe bajo para él, un relámpago de desventura y muerte, la misma revelación que experimenta al recibir al grupo de muchachas y que una de ellas le bese el anillo. La vida y la muerte juntas. Porque aquella mujer que toma la palabra en nombre de las demás habrá de ser la legítima y sacramentada esposa del Obispo de la Sede. Igual que Coralina fue la amante del Vate Barrantes o llegó a conocer la intimidad espiritual de Heloísa gracias a la cercanía con el filósofo Abelardo. Igualmente, ayudó a la viuda de Barallobre en cierto trance y llegó a defender Castroforte donde fue testigo de los escarceos de Lilaila Barallobre con el ayudante Rouchefoucauld. Es decir, cinco historias de amor que pueden parecer las mismas para los observadores con prejuicios, incapaces de comprender que cada vez que se inician las maniobras amorosas que acaban en la cama, “lo que acontece es una historia de amor irrepetible y única.” Su esposa era silenciosa en el acto del amor; Clotilde, se espatarraba y emitía largos sollozos entrecortados; Heloísa, amaba con citas de los Santos Padres. Y seguro que doña Lilaila Armesto y doña Lilaila Barallobre tendrían sus particularidades.





"El perfume que deja en el aire es de París."


Después están los motivos. Para su esposa el amor era parte de un proceso de santidad. Coralina necesitaba un hombre cada tarde de seis a ocho; en caso de no tenerlo a mano, se aliviaba con su señorita de compañía. Clotilde era parte de una trama de intereses, el vicio llega más tarde. Lilaila Armesto reconstruía un marido muerto partiendo de una piltrafa de carne. Lo de Lilaila consistió en el estallido pasional de una mujer serena. Para Heloísa y Abelardo todo fue un hallazgo inesperado.

I said woman, woman, woman, woman, woman 
Make me feel so good Woman, woman, woman, woman, woman, woman , woman 
Make me feel alright Alright, alright, alright, alright, alright, alright, alright 
Alright, alright, alright, alright, alright, alright, alright
Van Morrison



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

4 comentarios:

Pedro Ojeda Escudero dijo...

De la quinta provincia a Van Morrison, camino alucinante y divertido. Estas cosas de clérigos que discuten los obispos, resultan claramente definitorias de mucho de lo que nos pasa por estas tierras, ¿no crees? Qué listo, irónico y coñón era don Gonzalo.

Gelu dijo...

Buenas noches, pancho:
:)
Felicidades por la entrada ¡33!, y por esa rosa tuya, que desde luego ha perfumado el aire.
Don Gonzalo estaba de ida y vuelta en todo. Y este libro es la muestra de su humor y saber.
Lo que no imaginaría nunca es que, -para algunos lectores- 'La saga/fuga de J.B.' íbamos a asociarla por siempre jamás a diferentes canciones de Van Morrison.
:)
Abrazos.

Abejita de la Vega dijo...

Mujer, mujer, mujer y esa hoquedad. Uy, Pancho, que te estás contagiando del ínclito don Joseíño.

Besos

Abejita de la Vega dijo...

oquedad