domingo, 29 de abril de 2018

Akúside (1). Ángel Vallecillo. Matar la muerte.




"Al reino lo llamaron Akúside, y a su mar, mar Alado."

Akúside (1)
Ángel Vallecillo 

Akúside es Euskadi con las letras cambiadas de sitio, le hace un lío grave a la hora del arqueo, un regate, como la suerte a la muerte. La palabra suena más rotunda y equilibrada. Las esdrújulas se pronuncian con más arrogancia y empaque. Deletrear el desorden, medir la tierra con pasos cargados de plomo. 

De las Vascongadas no queda ni rastro. Con los años las tres provincias que formaban una región cedieron a la ambición imperialista y la fuerza de los tiros por la espalda, secuestros, extorsiones mafiosas, exilios y coches bomba con los maleteros llenos de actas de defunción y muerte de inocentes. El nacionalismo es siempre expansionista. El primer contacto que uno recuerda con ciudadanos vascos es de principios de los años setenta. Eran los cazadores que venían vestidos con impecables ropas de caza, tocados con boina y portaban flamantes escopetas. Cuando tener una escopeta de caza era un lujo, tanto como ahora  una moto de gran cilindrada o algo así. Uno sabía que eran vascos porque hablaban en su lengua para que nadie se enterara de lo que decían. Se les notaba gente acomodada, arrogantes como los carlistones de Estella, espléndidamente retratados por Valle Inclán en Las Sonatas. Eran un acontecimiento en los pueblos pobres de interior porque pagaban dinerales por la caza y daban estupendos jornales a los lugareños que les hacían de guías o porteadores. Se conoce que el hambre, sudor y cansancio de los cazadores no iba con ellos o era un lema caducado. 

Lo primero que encontramos en esta novela es un prólogo aclaratorio, breve como un tweet, un exacto y conciso resumen del relato, el raro milagro  de la sencillez. Buena gana de sustos, para qué sorpresas en la lectura. En este prólogo se nos dice que la novela está dividida en tres partes. La primera es el Sílex, la prehistoria de la patria: veintinueve relatos breves que conforman el libro sagrado de los akusaras. La segunda corresponde con el presente de la República, la narración de los seis días anteriores de un combate de boxeo por el campeonato del mundo de los pesos pesados. La tercera son las memorias de Axiámaco, uno de los protagonistas de la novela; además del acuse de recibo del fracaso de la ley del Regreso con la oposición de los urbanitas a la vuelta a la vida idílica de la Arcadia sin móvil. 




"Cuando quisieron darse cuenta, Akúside había sucumbido a esa raza"

El Sílex lo debió escribir alguien desde el Sur porque todos los cuentos empiezan: “En el reino de Akúside, a orillas del mar Alado, en el norte, …” El relato que abre El Sílex habla del origen de Akúside colmado de sequías, diluvios y plagas mortíferas; la fragua donde se forjaron los comienzos. El esforzado pueblo penante construye barcas como arcas de Noé, de materiales diferentes,  para salvar a  gente de las aguas durante tres periodos distintos de la antigüedad. Al principio construyen una barca de madera, después la hacen de hierro y por último de piedra. El número mágico es el cien. Cien fueron los años que los akusaras arrumbaron más hacia el norte donde ellos son también basura del sur, antes de que los descendientes regresen a la Tierra Prometida que ya no reconocen como suya. Cien los azotes que se dan al roble seco. Cien días tarda en crecer la hierba gigante con cabeza de gato. Y cien son los días de espera de los hombres a sus mujeres. Los akusaras recién llegados son un pueblo de guerreros curtidos en el combate, pelean con los habitantes afeminados (en el sentido de acomodados que le da José Cadalso en las Cartas Marruecas), los expulsan y se instalan. El más fuerte de ellos quiere mandar y nombrar Sanhape a la tierra reconquistada, pero los hermanos no se lo permiten, le tienen envidia y lo matan. Lo meten en una caja, la llenan de plomo y la tiran al mar. Y así con plomo y óxido de mar en las zapatillas de los derrotados terminan todas y cada una de las veintinueve leyendas rudimentarias. 

Con plomo en los pies cae el último guerrero mestizo. Durante siete mil años los akusaras persiguen y matan a los aketom de sangre impura por llevar mezcla milenaria con los basuras del Sur. Muchos aketom se han exilado en el Sur a lo largo de los años, hartos de echar tierra nueva sobre los cadáveres de los suyos. Pero algunos no quieren irse porque allí han nacido y allí se han criado. Convertidos en material sobrante, los exterminan poco a poco. El último guerrero aketom es Oncbal Raal que propone lucha cuerpo a cuerpo con Ataekatadisaskunasu. El guerrero akusara, bestia parda acorazada sin cabeza y armado hasta los dientes decapita a Oncbal que se presenta a la lucha desigual desarmado y vestido de silencio. Lo meten en una caja, la rellenan de plomo y la tiran al mar. La noria macabra de los perdedores.    

Ochocientos cincuenta y ocho no es un número escogido al azar. Ésos fueron los asesinatos de la banda terrorista. 
Cada uno de los veintinueve relatos breves de tema diferente lleva dentro una enseñanza. Son un reflejo exacto de los hechos vividos: 
Matar al mensajero en El arpa del náufrago. Callar la verdad. 
La batalla del lenguaje, la guerra del idioma en Cultura y paz. 
La traición de los tuyos, el fuego amigo en El corazón de oro. 
La justicia extrema, la pena de muerte en El dilema de Calasar. 
Cortar por lo sano en El niño viejo. 
Que la gente no deje de odiar. El lloriqueo constante porque la alegría relaja el odio al enemigo. Que las armas sean imprescindible; los ejércitos, máquinas de odiar. Pedir y pedir hasta abrumar para llenar la buchaca en El perro y los sueños. 

Bandadas de pájaros que oscurecen el cielo. Viento maligno que desata enfermedades. La tierra fértil calcinada por devastadoras tormentas de fuego. Rayos que hacen perder la razón, que levantan las cabezas como el viento de levante y provocan desequilibrios mentales. Trabajos de Hércules, leyendas mitológicas forjadoras de rebeldía, verdadero espíritu de los habitantes aguerridos. Patria o muerte en El caparazón (La cabida). 

El origen de los eslóganes que vocean los ciudadanos. Las paredes embadurnadas, literalmente aplastadas de grafittis y propaganda que llama a cavar trincheras para enterrar allí la paz al grito inflamado de ¡No pasarán! ¿Dónde van a ir si el norte limita con los peligros de la mar y el sur es una plaga de salvajes? 




"Idos, no necesitamos a los débiles sino a los fuertes"

La ciudad sagrada de los akusaras tiene su origen en una cobra albina que el fanto Único Ultiades encuentra en el bosque. Construyen una muralla para que la cobra no escape aunque el reptil de sangre fría nunca lo intentara siquiera. Que limite sus movimientos al damero de sesenta y cuatro escaques. Más pronto que tarde se organizan excursiones de akusaras para admirar el prodigio de la cobra blanca. Como Copito de Nieve. Reconozco haber llevado a mis hijos cuando eran pequeños a ver la tristeza que emitían aquellos ojos de gorila albino detrás de cristales sucios y olor a excrementos de animal encerrado. Pronto alrededor de la cobra se organiza una corte de funcionarios perezosos, vírgenes, charlatanes y echadores de cartas que construyen casas para vivir cerca de la cobra que se extienden del mar Alado hasta los bosques. Hasta el rey Mirfias de visita real “dijo haber escuchado en su mirada albina los tambores de su destino.” 

Pero nada es eterno, así que un día una de las cuatro vírgenes que toman nota en la memoria de todos los movimientos de la cobra advierte a Único Ultiades que la serpiente ha trazado la última ese al bailar, ha numerado el baile dibujando un ocho tumbado y se ha quedado muerta para siempre. Incapaz de gritarle al pueblo la verdad, cambia la cobra muerta por una culebra albina y vuelta a empezar, a nadie le importa el gato por liebre.

Conspirando 
Vamos a matar la muerte 
Vamos a inventar 
Una canción 
Por la gente sin voz 
Que no quiere olvidar 
Entierros en Cádiz 
Comando en Madrid 
Soñando en Euskadi 
Con una frontera en Toulouse 
Y otra en Valladolid
Fito Paez/Joaquín Sabina



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


lunes, 16 de abril de 2018

El hombre pez (y 7) José Antonio Abella. Hora de cerrar.





"No está en manos del hombre dar cuenta del futuro, que ya figura escrito en el libro de nuestro destino"

El hombre pez (y 7) 
José Antonio Abella 

En Medina del Campo, ciudad vigilada desde un teso por la mole imponente del castillo de la Mota, les dicen que José de la Vega, hermano de Francisco, había preguntado por ellos hacía cuatro días. Fray Juan supone que habrá tomado cualquier otro camino de todos los caminos que llevan a Roma o a Cádiz. Seguramente el que lleva a Ávila para pasar la sierra y bajar a Extremadura por el valle del río Jerte, inundado de cerezos en flor y de belleza al principio de la primavera. Después de Valladolid ya nadie pregunta por ellos en los conventos, el fraile viajero intuye que José de la Vega saldría de Cantabria por el camino de Laredo a Burgos mientras que ellos entran en Cantabria por Reinosa, el nacimiento del río Ebro. Les lleva cuatro días de ventaja y estiman que no es cuestión de jugar al ratón y al gato, así que lo dejan en buenas y continúan la marcha. Nada más se supo del hermano, intuyen que algo malo le debió pasar. Los bandoleros vigilaban los caminos y te cambiaban la bolsa por la vida o puede que algún tabardillo mal curado se lo llevara. 

 La jornada cuarenta y cinco llegan al alto de la Sotera desde el que se ve Liérganes, final de la caminata. El gozo revienta por las costuras de las ropas pobres de Francisco como a Don Quijote le brotaba por las cinchas de Rocinante recién armado caballero. Ya habían pasado lo suyo cuando se les hacía de noche, oyendo de cerca los aullidos de los lobos y palpando el peligro de los osos por los reventaderos y pasos de los montes de Cantabria que separan la aspereza de lo llano de Castilla. El contento de los vecinos por verlo de regreso es general, la madre emocionada. El cura del pueblo le cuenta a fray Juan una habladuría que circula entre la gente y se la traslada tal cual a su excelencia el Obispo en la memoria. Resulta que estando María del Casar preñada de una movición que luego tuvo (Recordemos que Francisco nació ya hijo póstumo), le lanza todos los anatemas a Francisco porque le come a destiempo unas brecas cocinadas que la madre tenía en la fresquera para ponerlas a la mesa. “Quiera Dios que en el mar andes tú como esas brecas que te comiste, y que como a las brecas te pesquen para darte escarmiento.” 



"Le gustaba mirar los pájaros del cielo y los peces del río"


Fray Diego de Santander, predicador de la orden franciscana que estaba a la sazón de misión en Liérganes y enterado del asunto de la maldición, encarece a los padres que no maldigan a los hijos para después evitar las lamentaciones, ya que a veces el cielo tiene a bien conceder los disparates como castigo a los deslenguados. Como el predicador se interesara también por el caso del hombre pez, aviene con fray Juan a indagar entre ambos los libros parroquiales. 

Fray Juan Resende permanece cuatro meses en Liérganes, necesarios para sanar las llagas de los pies de tanta caminata, antes de emprender el largo viaje de vuelta. Al principio se aloja en casa de Francisco y luego en otra casa de un joven soltero para no dar qué hablar por vivir en casa de una viuda aún joven. Descubre de la gente, de viva voz, y de los papeles parroquiales más de lo que debiera, como comprueba por la respuesta que recibe a la memoria del ya obispo de Burgos, trasladado de Cádiz años más tarde. Mejor echar tierra sobre el asunto porque con la iglesia hemos topado. A no ser que a fray Juan no le importe tener que vérselas con el Santo Oficio por estar involucrado en el asunto el Secretario General de la Santa Inquisición y su familia que como ya sabemos era natural de Liérganes, de una de las familias principales de la villa. 





"La hora en que los sueños se desvanecen y la verdad se alza"

Por la misma carta de respuesta sabemos que Francisco vivió otros nueve años en tierra firme y que un día desaparece en la bahía de Santander rodeado de delfines. Incapaz de organizarse entre los humanos, decide poner de nuevo a remojo las escamas, se entrega de nuevo a la causa de los hijos de la mar. 

Así remata una novela un narrador en estado de gracia, primero monta un andamiaje narrativo para después desmontarlo con orden, hasta el más mínimo detalle para no dejar ni un cabo suelto, sin olvidar el pulso del suspense, manteniendo la tensión narrativa en el lector hasta la última palabra del escrito. Esto le da verosimilitud al relato aunque nada sea verdad. La realidad no se desvanece hasta la hora del cierre definitivo.



Ah we're drinking and we're dancing 
And the band is really happening 
And the Johnny Walker wisdom running high 
And my very sweet companion 
She's the angel of compassion 
She's rubbing half the world against her thigh 
And every drinker every dancer 
Lifts a happy face to thank her 
The fiddler fiddles something so sublime 
All the women tear their blouses off 
And the men they dance on the polka-dots 
And it's partner found, it's partner lost 
And it's hell to pay when the fiddler stops 
It's closing time
Leonard Cohen




Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.

Las ilustraciones son  del barrio del Oeste de Salamanca, los artistas han hecho de las puertas de los garajes y de las paredes de las casas lienzos para sus pinturas al aire libre. 

miércoles, 11 de abril de 2018

El hombre pez (6) José Antonio Abella. Dormir poco y mal.





"Llegamos pues a Salamanca, que es ciudad notable por su famosa Universidad, la más importante de las Españas."

El hombre pez (6) 
José Antonio Abella 

El último capítulo cambia de estrategia narrativa. Al autor le da un ataque de narrador importante y recurre al género epistolar para ponerle el punto final a la novela. Todo lo que ocurra desde ahora lo vamos a saber a través de la lectura de una memoria (como un trabajo fin de máster conservado en formol) que el padre franciscano, Juan Resende, le escribe al arzobispo de Burgos, don Juan Fernández de Isla, sobre el viaje de costa a costa de España para devolver a Francisco de la Vega a los suyos y hacer recuento de los hallazgos realizados durante la estancia de cuatro meses en Liérganes. De Cádiz a Cantabria por la Vía de la Plata, a través de Castilla la Vieja acompañando al desdichado amigo de los delfines, ayudándole a rescatar sus orígenes; única manera de comprobar si el hombre pez era el mismo Francisco que había desaparecido en la ría de Portugalete. 

Don Juan Resende era hombre habituado a largas caminatas, bien que presumía ante los hermanos de haber ido y vuelto sano y salvo a Tierra Santa como los cruzados, que era lo máximo entonces, tanto o más que ahora correr un maratón para un runner moderno y contarlo en algún sitio. Así que a la vista de su experiencia en el camino los superiores aceptan con buen criterio su oferta de acompañar a Francisco a Cantabria. La pareja parte del convento franciscano de Cádiz después de maitines. El hombre pez va vestido de fraile lego, sin rosario, sin cruz ni escapulario, ligeros de equipaje porque así anda mejor un viajero; con el salvoconducto del obispo bien guardado para ser acogidos en monasterios, conventos y casas de la orden. 

Nada digno de mención caminito de Jerez donde termina la segunda jornada. A no ser el impulso instintivo de Francisco que le empuja al mar cuando lo ven al pasar cerca de la costa. Es algo normal que a cada uno le tire su patria, como a la cabra le tira el monte. En el convento franciscano de Jerez le dan alojamiento y manutención, también a la cena les dan de beber porque según dice el chascarrillo: “Con vino se anda el camino.” 



"Y diéronme a mí ganas de hacer con mi compañero con ese toro lo que a Lázaro de Tormes le hiciera el ciego en ese mismo lugar"

Fray Juan bebe poco, pero Francisco empina bien el codo, se engolfa con la bota y por la noche ronca como un jabalí. No deja pegar ojo al fraile compañero. Así que a la mañana siguiente continuar el camino con calor, sudor y sueño se hace más penoso. Paran a descansar un rato en una sombra fresca y se quedan dormidos como troncos. Ni un rayo que partiera el árbol en que se recostaban los habría despertado si no son las risotadas de unas mujeres que se escandalizan por ver a un fraile dormido junto a un mancebo en pelotas. Algún amigo de lo ajeno los había desvalijado durante la siesta, dejando desnudo a Francisco y limpia de polvo y paja la bolsa de las limosnas. Fray Juan le cede los calzones y la camisa para que se tape las vergüenzas y así llegan al convento de Lebrija donde les dan refrigerio, descanso y ropa para Francisco. Lo visten de labriego porque el cuerpo escamoso soporta malamente los roces del áspero hábito franciscano. 




"Entramos a ella por un largo puente sobre el río Tormes"

Tres jornadas más tarde entran en Sevilla por el puente sobre el arroyo Tagarete. Pasan la Puerta de Jerez y de allí a la Casa Grande de San Francisco donde los hermanos quieren conocer detalles del extraño caso del dominico exorcista, les extrañaba el ahogamiento en el río Guadalete. Pasan dos días en Sevilla embobados con la actividad frenética del puerto, mezclados con gente de todos los oficios y categorías sociales. Deslumbrados por las numerosas carretas llenas de mercaderías que se dirigen al puerto para estibar la flota que sale de Sevilla para las Indias dos veces al año. La Sevilla de la riqueza, imposible de catar para ellos que llegan y se van con los bolsillos vacíos. De poco les sirve descubrir al ladrón de lo suyo, revestido con el hábito de franciscano lego, pidiendo para ir a los Santos Lugares. Es un desperdicio que la buena bolsa de las limosnas se pierda al verse descubierto. La capital del hampa, que Cervantes describe para los restos en Rinconete y Cortadillo. Pero hay que seguir, queda mucho camino por andar y de Sevilla y su maravilla habría para escribir un libro. 

Abandonan Sevilla por la Vía de la Plata que llega hasta Astorga, vía empedrada por los romanos. Ellos la dejarán en Salamanca donde terminan la jornada veintisiete. A fray Juan se le hacen aburridas las largas etapas de camino debido al mutismo de Francisco. Le habría gustado hablar con el hombre pez largo y tendido sobre cuestiones que le intrigaban acerca de su vida en el mar. Más o menos ya había observado la habilidad para sacarle las tripas a los peces y comérselos en un visto y no visto. Como decía el hermano cocinero: tres cuartas partes de los peces son agua, observado a ojo por la reducción jíbara de la mojama seca. Ha comprobado que Francisco tiene la resistencia a la sed de los camellos a los que observó en el viaje a Tierra Santa; pero ante el líquido no conoce la sequía, agota las fuentes o la bota de vino como hizo en Jerez



Una vez pasados los caminos angostos, pero bien empedrados de la sierra de Sevilla, que por algo los romanos eran expertos ingenieros, la caló empieza a calentar la cabeza de los caminantes por el día caminito de Mérida, la sartén de Extremadura. Por la noche duermen al raso, para contento de Francisco de la Vega que se pasa las horas muertas contemplando las estrellas. En esto se comprende que el hombre pez; hombre es, porque jamás se ha visto un perro o un caballo mirando al cielo, si acaso algún perro ladrándole a la luna. En la presa de Proserpina, el mar de Extremadura, la goza como un enano nadando y jugando en el agua. Fray Juan se ve mal para sacarlo del agua. Así, poco a poco un ratito a pie y otro caminando, le enseña el habla perdida, cantando,  y Francisco a fuerza de entrenamiento y horas de camino va sacando de las cuerdas vocales acartonadas al habla unos cuantos sonidos articulados.  




"Llegamos al convento de San Francisco el Grande , así llamado no por la grandeza -en su pequeñez- de nuestro santo fundador"

Y llegan a Salamanca, desde los Montalvos ven a lo lejos “el alto soto de torres” por vez primera. Cruzan el río Tormes por el puente romano, la ciudad doblada en las aguas serenas de la derecha. Al llegar al toro de piedra que hay en la mitad (“Torito de la puente / déjame pasar, / que tengo mis amores / en el arrabal”), entonces aún no estaba descabezado y roto, Fray Juan hace de Lazarillo del ciego, recibe la calabazada contra la piedra para gran risotada de Francisco que recuerda la lectura que el veterano de Flandes les leía de chico. 

Suben calle Tentenecio arriba, sorprenden a la cúpula escamosa (como de un hombre pez) de la catedral vieja mirando al cielo y pronto llegan ante la filigrana de la Universidad. Sorprendidos ante la perspectiva invertida de la composición artística de la portada que guarda el conocimiento, Francisco no repara en los delfines esculpidos que simbolizan la fidelidad más allá de la muerte. Miran hacia arriba y apuntan con el dedo a la rana como todos los turistas. Francisco la ve primero, lo que lleva a fray Juan a pensar que el hombre pez no tiene la cabeza tan perdida. “No es lo malo que vean la rana, sino que no vean más que la rana” Repetía Unamuno guasón sobre el asunto a cualquiera que le preguntara. Como si la entrada en Salamanca le hubiera prestado el entendimiento que la naturaleza le negaba. Alrededor de la rana se ha construido una leyenda, la tradición dice que quien la ve por sus propios medios terminará en bien sus estudios y encontrará pareja para casarse, no para echarse el yugo y las flechas encima. 





"En él nos dieron mis hermanos de la orden gran acogimiento"

Se alojan en el convento de San Francisco el Grande que ya ni existe. Sólo quedan unas ruinas de la iglesia del convento. En ese tiempo el convento era un gran monasterio, ocupaba la manzana de casas que va desde la Purísima hasta Fonseca. El Campo San Francisco, cedido por la orden a la ciudad, era la huerta. Se dice que el monasterio acogió en 1553 a más de tres mil frailes durante un capítulo general de la orden franciscana. Los hermanos les indican que la mejor dirección para Cantabria es el camino de Medina, la patria de Diego Cortado. Así de convento en convento los dejamos camino de la ciudad de las ferias y mercados más famosos de España.

Cada día despierto 
en distinta habitación 
donde doy con mis huesos 
cuando está naciendo el sol, 
dormimos poco y mal 
quemando la salud 
para llegar al quinto infierno 
donde cantaré de nuevo 
¿qué estarás haciendo tú?
Miguel Ríos


Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.


martes, 3 de abril de 2018

El hombre pez (5) José Antonio Abella. Pecho de acero.





"Aquel espectáculo de luz y color no había sido un sueño"

El hombre pez (5) 
José Antonio Abella 

Acosado por la fiebre, Francisco pasa dos días completos convaleciente en la cueva, bebiendo del agua que rezuman las paredes y comiendo los peces muertos que le trae el delfín. La enfermedad le hace pensar en la soledad y abandono en que vive. No piensa dejar pasar la vida contando “el número de olas en el reloj de los arrecifes.” Vivir no es estarse quieto, vivir es el resultado de un partido, por lo tanto, mucho mejor bracear contra las olas aunque sea para morir. Durante el desgobierno de la fiebre madura qué hacer con su vida, esa excepción maravillosa de la naturaleza que nos distingue de las piedras y de lo inerte. Decide construir una balsa con los trozos de madera que buenamente pueda recoger del mar y buscar el destino alrededor de la península como hicieron san Emeterio y san Celedonio en la antigüedad. Pero la idea es un fracaso porque no consigue ni botarla. Las olas la golpean contra las rocas y hacen imposible mantener el agua de beber en la cubeta. 

Así que un día, amparado por las sombras de la noche, nada al cercano puerto de Santoña y roba una barca, recoge el hatillo con la camisa y los calzones bien envueltos y después de estibar lo mejor que puede la vasija del agua en el fondo de la barca, se adentra en alta mar ayudado por el reflujo de la marea y la brisa de interior. Rumbo a los galeones hundidos repletos de doblones de oro de la bahía de Cádiz. Se siente como un príncipe durante los dos días de mar calmada, híbrido de pez y hombre protegido por un delfín y el pagano dios de las mareas. 

Al tercer día de navegación se desatan los elementos, una terrible galerna del Cantábrico levanta las olas de repente. El hombre pez abandona la barca ingobernable un instante antes de que las olas la destrocen. Francisco sigue al delfín a unas varas por debajo de la zona de combate de las olas con el viento. Agotado el remero por el esfuerzo, tiene que salir a respirar más veces de lo habitual porque las bocanadas de aire espeso se venden caras en la superficie. No fue más que una hora de lucha, pero lo deja diezmado, sin barca y con escasas esperanzas de vida en alta mar, “juguete de las olas en aquel inmenso desierto de agua, como la tarde en que su delfín le llevó a contemplar el espectáculo de las constelaciones que emergían del fondo del mar,” amarrado a unas tablas mal atadas, a un delfín y con enormes deseos de vivir. 



"Un inesperado viento de poniente se levantó de pronto, oscureciendo el cielo y erizando el mar con olas puntiagudas que chocaban entre sí como si no supieran hacia donde dirigirse."

La luna nueva, estrecha y afilada como hoz de segador, ilumina escasamente la negrura de la noche. Francisco se aferra a unas tablas y lucha contra el sueño y por mantenerse a flote, entregado a la incertidumbre de las corrientes marinas que lo empujan a poniente. Una ballena imponente que parece un islote que resopla surtidores de espuma pasa de largo sin reparar en él. Quien sí advierte al náufrago abandonado en mitad del mar es un carguero holandés en ruta desde Flandes a las Indias Orientales. Se ha rezagado de la flota por haber embarrancado en un banco de arena durante la marea baja y un repentino cambio de viento que lo alejaron del resto de barcos. Gracias a un marinero que habla español con acento sevillano puede entenderse algo con el capitán y la tripulación. Ni una frase completa, de sujeto, verbo y predicado sale de sus cuerdas vocales atrofiadas al habla. Cuando el traductor comprende que su oficio es el de calafate, rápido lo ponen a taponar rendijas y baldear la cubierta del barco, a bordo hay que ganarse las habichuelas. Los saltos alegres del delfín a babor y estribor son la atracción de la marinería hasta que al doblar el Cabo San Vicente, el capitán le dispara con su trabuco harto de que los marineros pierdan el tiempo en su contemplación. La reacción del calafate es automática; fulmina al capitán a porrazos con un tranco de madera que termina con Francisco atado de pies y manos al palo de mesana. Allí mismo lo habrían colgado de una verga aplicando la rigurosa ley del mar, pero el capitán malherido propone castigarlo más, pasarlo por la quilla que implica una muerte más lenta. No se conocen supervivientes a la lentitud de un paso por la quilla. Pero Francisco sobrevive para admiración de los marineros que observan atónitos cómo el espantable castigo no significa necesariamente la muerte. 

El capitán interpreta aquello como una señal del cielo y ordena desatarlo. Libre te quiero siente la llamada salvaje del hermano delfín que se desangra y se lanza por la borda. El delfín agoniza junto a la mancha de sangre, ya rodeado por los carroñeros del mar que huelen la muerte desde lejos. Las lágrimas de Francisco se confunden con los gemidos cada vez más tenues del amigo que lo abandona para siempre. Una familia de delfines oyen los gemidos y acuden en ayuda de su congénere. Espantan a los marrajos y rinden armas al caído mientras se hunde lentamente en la negrura del mar. De la garganta anudada al habla de Francisco sale un gemido similar a los que emiten los delfines y se sumerge detrás del hermano hasta lo negro donde se desdibujan los perfiles, hasta que los oídos se llenan de zumbidos y la pesadez de la cabeza se abandona en remolinos de niebla. 




"Su paladar no era más exquisito que el de los delfines"

Cuando despierta, se encuentra en una playa de aguas tranquilas, detrás se alza un acantilado con una cueva, desde allí descubre a la familia de delfines que hacen guardia a su descanso y le llevan peces chicos para comer. “Explorar aquella costa es una fiesta para él.” Un día se adentra en el mar escoltado por los delfines y descubre un cementerio submarino donde descansan decenas de pecios de galeones hundidos llenos de tesoros. Francisco organiza expediciones al fondo y junta las monedas que extrae en una hornacina de su refugio. Todavía guarda el recuerdo de que con dinero se compran zapatos y vestidos para regalar a Bibiñe. Un día al regresar de su excursión submarina descubre en la cueva a dos hombres muertos que se habían matado por la posesión del tesoro. La visión de los cadáveres le lleva a renegar del género humano, capaz de eliminarse por la ambición de poseer. Él se da por amortizado como ser humano, huye con los delfines de la ambición humana, a hacer arqueo bajo el agua. Pero las cuentas no le salen del todo. 

Por si no lo sabíamos aún, aquí se hace evidente que estamos ante un maestro de la narrativa que nos lleva al punto de salida de la novela haciendo literatura de la buena. El final de la historia que coincide con el principio, contado ahora desde el punto de vista del protagonista que se ve atrapado por los marineros gaditanos con los que el relato dio comienzo. “Cerrando la historia de su vida en un círculo de redes.” Pero no se vayan todavía, queda la coda final que lleva al protagonista de punta a punta en un viaje de sur a norte por tierra. Lo contaremos otro día porque el viaje por la España del siglo XVII promete a poco que se parezca a la peripecia marina.

Yo no sé si tu ausencia me mate 
Aunque tengo mi pecho de acero 
Pero nadie me llame cobarde 
Sin saber hasta donde la quiero
Vicente Fernández



Este comentario pertenece al grupo de lectura colectiva que desde La Acequia coordina y dirige desde hace unos cuantos años su autor, el profesor Pedro Ojeda Escudero.